—Jajaja... —Hong Dali se rió mientras señalaba a Liang Fei, burlándose en voz alta—. ¡No puedo creer lo que ven mis ojos! ¿Señor Liang, viniste aquí a buscar tesoros o a recoger basura? ¿Acumular semejante montón te divierte?
—Hmpf, lo he dicho hace mucho —Hermano Xiu también miró a Liang Fei con satisfacción, luego palmeó los artículos en el carrito de compras frente a él y dijo—. ¿Ves esto? Estos artículos que escogí son los verdaderos tesoros. ¡Definitivamente vas a perder hoy!
—Jeje, tú no eres el juez, tus palabras no cuentan. —Liang Fei tenía su propio criterio y evidentemente no podía molestarse con este tipo. Y en cuanto a los tesoros que había escogido Hermano Xiu, ni siquiera se molestó en echarles un vistazo más de cerca.
—Tú... chico, no te pongas chulo, ¡llorarás cuando sea hora de pagar! —Viendo que Liang Fei lo ignoraba por completo, Hermano Xiu estaba tan enojado que casi choca contra la pared, rechinando los dientes mientras gritaba furioso.
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