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Un hombre de familia

—¿Por qué siempre me encuentro limpiando tus desastres? —preguntó Holden al entrar en la habitación, con un tono desinteresado en el mejor de los casos.

Tomas bufó sin molestarse siquiera en mirar al hombre que se había deslizado en su oficina. En cambio, sorbió su bebida y se recostó en su silla.

—¿Limpiar mis desastres? —preguntó Tomas—. ¿Qué hay de los que tú haces?

—¿Yo? —preguntó Holden, llevando ambas manos a su pecho con falsa ofensa—. Yo limpio mis propios desastres.

—¿Ah, sí? —respondió Tomas con una risa. Tomando otro sorbo—. ¿Eso hiciste? Crestablanca, Cresta de Sombra... perdimos más de doscientos lobos.

—No es la primera vez que eliminamos un problema de esa manera.

Tomas gruñó.

—No estuve de acuerdo con Sagrado ni Roca Solitaria —gruñó—. ¡Eso lo hiciste tú solo!

—Como siempre, hice lo que era necesario.

Tomas se recostó en su silla, vaciando el resto de su vaso.

—Eclipse, sin embargo —continuó Holden—, no era necesario. De hecho, los queríamos. Tú sabías eso.

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