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Pasó casi media hora antes de que alguien llamara a la puerta de Axel.
Suspiró, no estaba listo para tener esta conversación.
—No quiero hablar, Ashleigh —llamó.
—No soy Ashleigh —respondió Bell.
Desbloqueó la puerta y volvió a su escritorio sin mirarla.
Bell entró y cerró la puerta detrás de ella. Se sentó en su cama sin decir una palabra.
—Te traje algo —dijo Bell alegremente.
Axel se giró en su silla para ver que Bell le ofrecía un Snickers.
Tomó la barra de chocolate y la inclinó hacia ella en señal de agradecimiento.
—Gracias —dijo, dejándola sobre el escritorio.
—De verdad lo has dejado, ¿no? —preguntó ella.
—¿Qué? —preguntó él.
—El chocolate, los dulces y cualquier cosa remotamente azucarada eran parte de tu obsesión.
—No era para tanto —suspiró Axel.
—Axel, tienes escondites por toda esta casa, ¡incluso en algunos puestos de guardia! —Bell rió—. La cantidad de dulces que tienes escondidos por aquí, es como si pensaras que algún día desaparecerían.
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