webnovel

Lágrimas

El silencio llegó como una exhalación profunda tras el vértigo. El dragón blanco volaba ahora con calma, atravesando las catacumbas del abismo. La oscuridad, aún opresiva, se iluminaba tenuemente con el resplandor de sus escamas, una luz pura que parecía contener las últimas esperanzas de Hyrule.

Link y los sabios permanecían en silencio sobre su lomo, la tensión aún presente en sus rostros, aunque sus cuerpos empezaban a relajarse tras el frenético descenso. Cada uno procesaba en silencio la magnitud de lo que les esperaba. A medida que avanzaban, las vastas cavernas del abismo se desplegaban como un mundo olvidado, un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido y la oscuridad lo devoraba todo.

El sonido del vuelo del dragón era lo único que rompía el silencio sepulcral. El viento del subsuelo, húmedo y cargado de un extraño zumbido que parecía brotar de las profundidades, acariciaba sus rostros mientras la tensión seguía aumentando con cada metro recorrido.

Las hordas de monstruos del Rey Demonio acechaban en las sombras. Moblins y Lizalfos observaban desde sus guaridas. Al verlos pasar, comenzaban a saltar en vano en un intento fútil por alcanzarlos, mientras lanzaban gruñidos de frustración. Desde algunos recovecos, criaturas más osadas como los Like-Like lanzaban proyectiles o estiraban sus cuerpos grotescos con la esperanza de atraparlos. Pero antes de que pudieran siquiera acercarse, el haz de luz del dragón los fulminaba, desintegrándolos en un instante y dejando tras de sí un rastro de humo oscuro que se disipaba en el aire.

Link, inclinado sobre la crin del majestuoso dragón blanco, dejó escapar una sonrisa leve, entretejida con hilos de orgullo y melancolía, como un secreto que solo el viento podría robarle. Sus dedos acariciaban con delicadeza la vasta y sedosa melena dorada, encontrando en su tacto un consuelo, como si aquel contacto fuera capaz de detener el tiempo. De soslayo, sus ojos se encontraron con los de la criatura: dos esmeraldas vivas que parpadeaban con una serenidad ancestral, reflejando en su fulgor el eco de quien un día fue.

Aunque Mineru le había asegurado que, al transformarse, había perdido su esencia, Link no podía desprenderse de aquella certeza persistente, velada por la nostalgia. Se aferraba a una esperanza frágil, casi imperceptible: la creencia de que algo de ella aún brillaba en lo más profundo. En el ritmo pausado de su respiración o en la forma en que sus ojos parecían buscarlo en silencio, percibía un eco familiar. Era como un susurro del pasado, una vibración instintiva que le hablaba de su eterno deseo de protegerlos, de cuidarlos, como siempre había hecho.

Un suspiro tembloroso escapó de Link mientras sentía el calor de sus lágrimas humedecerle el rostro. Cerró los ojos y, con una mano temblorosa, se los limpió. "Sé que estás ahí, en alguna parte", murmuró con voz quebrada, mientras sus dedos seguían acariciando la melena del dragón, como si esa caricia pudiera alcanzar aquello que estaba perdido. "Encontraré la forma, te lo prometo, aunque tarde otros cien años en conseguirlo".

Mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, Link sacó una princesa de la calma con la intención de regalársela al dragón. En el mismo instante, una de sus lágrimas cayó sobre la delicada flor. El tiempo pareció detenerse. En ese momento, el Héroe se vio envuelto por una luz cegadora. El sonido de una gota de agua, tenue y distante, resonó en sus oídos.

Fue entonces cuando comenzó a revivir con desgarradora claridad el instante en que perdió a Zelda. Se vio a sí mismo, con el brazo extendido y consumido por la malicia, luchando desesperadamente por alcanzarla antes de que cayera al vacío. Recordó cómo, en un arrebato de desesperación, tomó la decisión de saltar tras ella. Pero justo cuando se disponía a hacerlo, sintió cómo algo, o alguien, lo agarraba con fuerza, arrastrándolo hacia arriba. Intentó soltarse, pero no pudo; lo que lo mantenía prisionero tenía una garra implacable. Desde su posición, vio con creciente impotencia cómo Zelda continuaba cayendo. De repente, ella comenzó a brillar, desvaneciéndose en un destello cegador, dejándolo atrás, solo, en la oscuridad del abismo mientras se elevaba en el aire. Exhausto y destrozado, Link perdió el conocimiento.

Desde entonces, un peso de culpabilidad lo acompañaba constantemente. Sabía que Zelda estaba a salvo y que, gracias a su sacrificio, la Espada Maestra había sido revitalizada en sus manos. Sin embargo, el precio pagado había sido demasiado alto. Diez mil años vagando por el cielo, esperando que Link descifrara su mensaje. No quería ni imaginar qué habría sucedido si Impa y sus conocimientos arcanos no hubieran intervenido.

El recuerdo comenzó a desvanecerse lentamente, devolviéndolo a la realidad. Sus ojos se posaron entonces en el brazo de Rauru, el sustituto de su brazo derecho, que había perdido debido a las graves heridas sufridas al contactar con la malicia. El brazo mecánico brillaba débilmente bajo la luz tenue, como una extensión fría y metálica de su voluntad. No podía evitar que una punzada de dolor le recorriera el pecho cada vez que lo veía. Ese brazo, tan distinto al suyo, representaba no solo el precio físico de su lucha, sino la carga emocional que lo acompañaba a cada paso que daba. Era el recordatorio constante de que la batalla no había terminado, que los sacrificios aún estaban presentes.

Con la princesa de la calma aún en la mano, se inclinó hacia el dragón, sujetándola con cuidado a su crin, como si, al hacerlo, dejara un fragmento de su alma en aquel gesto. Cerró los ojos mientras se acercaba a la flor, dejando que su dulce aroma lo envolviera, sumiéndolo en un breve momento de quietud. "Zelda", susurró, apenas audible, como si las palabras se desvanecieran en el aire antes de llegar a su destino. "Si algún día consigo que recuperes tu forma... tienes que saber que yo..."

Sus palabras se desvanecieron en el aire mientras abría los ojos y sacudía la cabeza con decisión. Se limpió las lágrimas restantes de las mejillas y enderezó los hombros, disipando la vulnerabilidad antes de que pudiera tomar el control. La situación era demasiado crítica para distracciones: el Rey Demonio, la guarida, la batalla que se avecinaba... no había espacio para titubeos ni pensamientos personales.

Había sido suficiente. La última vez que dejó que sus emociones lo dominaran casi los condenó a todos. No volvería a suceder.

Afortunadamente, los sabios parecían ajenos a esa presión inmediata. Tras superar la entrada, comenzaron a charlar con una naturalidad desconcertante. Tureli, como siempre tan impetuoso, fue el primero en notar que algo no iba del todo bien con Link. Aprovechando que el dragón mantenía una velocidad más estable, revoloteó a su alrededor con su característico tono desenfadado:

—Oye, Link, ¿cuánto falta para llegar al punto de encuentro?

—Sí —intervino Riju desde más atrás, su sonrisa relajada iluminando su rostro mientras se acomodaba en el lomo del dragón—. Ya llevamos un buen rato volando.

—A ver si nos vamos a perder —bromeó Sidon, soltando una carcajada mientras, con la confianza de siempre, le daba una amistosa palmada en la espalda—. Aunque, claro, no sería la primera vez que tú y yo acabamos en un lío por un "pequeño desvío".

—Ja, ja, ja —rio Yunobo, completamente a gusto, frotándose la barriga como si acabara de darse un festín, un gesto tan típico de los Gorons que resultaba contagioso.

Link, notando todas las miradas sobre él, se frotó la nuca, claramente avergonzado. Al menos había conseguido situarse en la parte más cercana a la crin del dragón, lo que le daba cierto margen para disimular. Con un movimiento suave, Link se incorporó de nuevo.

—Lo siento, chicos —dijo con una sonrisa irónica—. Estaba "disfrutando" del paisaje.

El comentario arrancó una ronda de risas, porque el paisaje del subsuelo, con su perpetua penumbra y su atmósfera opresiva, era cualquier cosa menos agradable a la vista.

Ya incorporado y relajado por las risas, volvió a enfocar su atención nuevamente en el camino que tenía por delante. El bullicio a su espalda continuó durante unos minutos más, las risas aligerando la tensión mientras se acercaban al punto de encuentro.

Cuando finalmente divisaron el lugar acordado, Link volvió a tomar el control de la situación. Con un grito que resonó en las profundidades del subsuelo, dirigió su voz a los sabios:

—¡Preparaos! Estamos llegando al punto de encuentro. ¡Esto no va a ser un paseo!

El ambiente, aunque aún relajado, comenzó a cambiar. La misión los llamaba, y todos, con la confianza renovada por esos momentos de camaradería, sabían que era hora de ponerse serios. Todos se tensaron encima del dragón mientras iban sacando las paravelas para aterrizar con seguridad. Girándose hacia los sabios, el héroe gritó de nuevo:

—¡Hemos llegado, todos abajo!

En un parpadeo, la acción fue instantánea. Todos los sabios saltaron al mismo tiempo, aterrizando con precisión en la zona que Link había señalado. Pero el Héroe, en su concentración, casi perdió el equilibrio al pisar sin darse cuenta un objeto resbaladizo. El objeto se movió bajo sus botas, y por un segundo, su cuerpo vaciló, pero se repuso con rapidez.

Cuando se recuperó completamente, llevado por la curiosidad, miró debajo de sus botas para identificar con qué se había resbalado, Sin embargo, antes de que pudiera inspeccionarlo, el objeto, que parecía sólido, se desvaneció en el aire con un suave poff seguido de una suave voluta de humo rojizo.

Confundido, se miró la suela de las botas para ver si identificaba algún resto. Sin embargo, debido a la falta de luz, apenas consiguió distinguir nada más allá de una mancha pastosa y blanquecina cuya textura le resultaba extrañamente aceitosa. Frunció el ceño, inquieto por la naturaleza de lo que acababa de ocurrir, pero no había tiempo para detenerse.

Sidon se volvió hacia él, extrañado de que se hubiera quedado atrás.

—¿Todo bien, Link? ¿Ocurre algo? —preguntó, su tono amistoso, mezclado con preocupación.

—Sí, sí. No te preocupes —respondió Link, tratando de sonar tranquilo—. Solo he resbalado, pero no he conseguido encontrar la causa.

Aceleró su paso para reunirse con los demás que ya se dirigían hacia el punto de encuentro, dejando el incidente atrás, a pesar de que una leve inquietud seguía rondando en su mente.

La oscuridad intangible del subsuelo se cernía sobre ellos. Sonidos de origen desconocido, breves, pero lo suficientemente perturbadores como para ponerles los pelos de punta, llenaban el lugar.

En la lejanía, el rugido lejano del Rey Demonio retumbó a través de las paredes de la catacumba, haciendo que el aire se volviera espeso, casi irrespirable. Link y los sabios respiraron fuertemente para impedir que el sonido los afectara, pero dentro de su mente, la advertencia era clara. Estaban demasiado cerca. Ya no había marcha atrás.

Mientras avanzaban, Riju miró en dirección al dragón que, ahora fuera de su alcance, volaba en dirección a un hueco existente en el techo de la estancia. En ese momento vio algo que le sorprendió. Se paró y parpadeó varias veces para estar segura de que lo que estaba viendo era real.

—¡Mirad! —exclamó con incredulidad. —¡El dragón blanco está llorando!

Link se giró rápidamente, pero apenas alcanzó a ver al dragón adentrarse en las tinieblas del techo. Una lágrima brillante caía desde su ojo, como si fuese una gota de pura luz. Durante un breve instante, la lágrima iluminó el abismo, pero pronto se desvaneció, tragada por la eterna oscuridad del subsuelo.

Entonces, la pregunta lo asaltó: "¿Por qué? ¿Por qué lloró el dragón? ¿Acaso su dolor era igual al mío?"

La visión del dragón llorando despertó en él un anhelo profundo, cálido y punzante como una herida recién abierta. Sentirla tan cerca, casi al alcance de su mano, pero a la vez tan inalcanzable como un sueño que se disuelve al amanecer, amplificó el vacío en su corazón hasta hacerlo insoportable.

Sus pensamientos comenzaron a nublarse, y, sin poder evitarlo, la imagen de Zelda cayendo una y otra vez al vacío invadió su mente, como una tormenta implacable que azotaba su espíritu.

Cerró los ojos con fuerza, luchando por contener el torbellino de sentimientos, pero su corazón clamaba por aquello que le había sido arrebatado. Entonces apareció. No era Zelda, pero algo en la visión la hacía inevitablemente cercana a ella. La marioneta surgió de las sombras como una respuesta cruel a su anhelo, su figura etérea cargada de una extraña, desarmante seducción.

La marioneta danzaba frente a él, su risa desarmando todas sus defensas. Sentía las suaves caricias de sus manos, el eco de su voz susurrándole promesas que despertaban los anhelos más oscuros y enterrados de su corazón. Su vestido, ceñido a su silueta, rozó las manos de Link, desatando una punzada de deseo y confusión. En un acto reflejo, rodeó su cintura, atrayéndola hacia sí.

La marioneta se acercó, sus labios entreabiertos, cargados de deseo, apenas a un suspiro de distancia. Pero, justo cuando estaban a punto de rozarse, un estremecimiento recorrió el cuerpo de Link. Con una violenta sacudida, se apartó de la visión.

"No, no es real," se repitió desesperado. "No puedo dejarme consumir por esta oscuridad otra vez. No puedo rendirme al vacío que amenaza con arrastrarme."

"¿Desde cuándo pensaba en Zelda de esta manera?" La pregunta lo golpeó como un trueno inesperado, un sentimiento nuevo y desbordante que lo tomó por sorpresa. Habían sido amigos desde el Cataclismo, compartiendo batallas, silencios, y momentos de calma, pero nunca antes había sentido lo que ahora lo consumía. Desde su desaparición, cada día sin ella se convertía en una eternidad vacía. Echaba de menos todo de ella: su risa, su calidez, el aroma que dejaba al pasar. Y en sus noches en vela, pensaba en sus labios, tan hermosos, tan cercanos, pero tan inalcanzables. Anhelaba más que su presencia... deseaba todo de ella.

La imagen de la marioneta desapareció, y en su lugar apareció el Rey Demonio, burlándose de él. Su risa resonó en su mente, despojándolo de toda fortaleza, desgarrando sus pensamientos más íntimos. ¿Cómo podía saberlo? ¿Cómo ese ser monstruoso comprendía sus deseos más oscuros, esos anhelos que ni siquiera él se atrevía a confesar? Un escalofrío recorrió su cuerpo, empapando su frente con sudor frío. El Rey Demonio no solo lo perseguía en el campo de batalla, sino también en su mente, tocando las fibras más débiles de su alma.

Jadeando, con el corazón golpeando su pecho con fuerza, se apoyó en la pared, luchando por mantenerse de pie, por no perderse en ese abismo de confusión.

—Link... —La voz de Tureli, difusa al principio, se hizo más nítida, sacudiéndolo de sus pensamientos. Volaba cerca de él, con sus alas agitándose nerviosas. —¿Te encuentras bien? ¿No deberías contactar con Mineru?

Link pestañeó varias veces, regresando bruscamente a la realidad. Se obligó a sacudir la cabeza, apartando la niebla que lo envolvía. —Sí... claro... estoy bien —respondió, su voz temblorosa, aunque intentó forjar una sonrisa que rápidamente se desvaneció al ver la preocupación en los ojos de Tureli. "Más te vale estar bien, Link..." pensó, con renovada intensidad. Pero sus manos seguían temblando levemente. No había tiempo para más dudas. Ahora todo estaba en juego.

Su respiración comenzó a calmarse poco a poco. Miró a los sabios, a sus compañeros, cada uno con una expresión de preocupación y pura urgencia. Tenía que mantener la cordura, mantenerse firme. El Rey Demonio no iba a dudar. Hyrule, sus amigos... todos contaban con él. No podía fallarles.

—Enseguida contacto con Mineru; voy a recoger las coordenadas y crearle un punto de teletransporte seguro. —Con el rostro aún pálido, Link se obligó a respirar profundamente, aferrándose a su objetivo. Obligándose a centrarse para no perder la cordura de nuevo, sacó la tableta de su bolsillo, sintiendo el tacto frío del metal, un ancla en medio de la tormenta de pensamientos que aún amenazaban con desbordarlo. Tenía que darse prisa.

Todavía tembloroso, activó el escáner de medición y el chat. Los números comenzaron a parpadear en la pantalla, y la información que necesitaba apareció frente a él, trazando las coordenadas del lugar y estableciendo un punto de teletransporte seguro para Mineru. El dispositivo emitió un suave pitido que le indicó que todo estaba listo, pero algo seguía pesando en su mente. La urgencia no podía dejar de latir en su pecho.

Mientras la aplicación de posicionamiento terminaba de configurarse, Link mantuvo la mirada fija en la pantalla, sus pensamientos divididos entre el presente y el pasado. La luz que brotaba de la tableta se reflejaba en sus ojos azules intensos, iluminando fugazmente la fortaleza de su resolución. Finalmente, se volvió hacia los sabios, con el gesto tenso y una voz firme, aunque quebrada por la sombra de su propia incertidumbre.

—En cuanto llegue Mineru, avanzaremos por la puerta del fondo. Aprovechad este momento para recuperar fuerzas o tomar algo que os proteja. No sabemos qué nos espera, pero es seguro que será duro. Todavía queda un largo camino hasta el pozo... el lugar donde Zelda ... Desapareció.

El último fragmento de la frase escapó con un temblor involuntario, traicionando el dolor que llevaba dentro. Recordar aquel momento era como revivirlo: un peso insoportable que se aferraba a su pecho, clavándose más hondo con cada palabra.

Los sabios se miraron entre sí, compartiendo un gesto cargado de comprensión. Aunque nunca lo habían dicho en voz alta—y sabían que Link lo negaría con obstinación si alguien lo mencionaba—, todos eran profundamente conscientes de lo destrozado que estaba su corazón desde el incidente, una herida que se había hecho más profunda cuando el cruel destino de Zelda se había revelado ante ellos.

Y lo peor... ese instante apenas anterior, cuando la había sentido tan cerca, casi al alcance de sus manos, solo para descubrir que seguía irremediablemente lejos. Ese dolor reciente, fresco y punzante, parecía envolverlo como un manto oscuro, añadiendo peso a una carga ya insoportable. No solo pesaba sobre él, sino que marcaba cada uno de sus pasos, como una sombra implacable que nunca se disipaba.

Sidon, con su serena, pero imponente presencia, se le acercó en silencio. Colocó una mano firme sobre su hombro, transmitiendo una mezcla de apoyo y determinación. Con la otra, apretó el puño, sus ojos brillando con una intensidad feroz.

—Hermano —dijo con voz grave, pero llena de promesa—, acabaremos con ese monstruo. Lo reduciremos a escombros, te lo prometo. Hyrule no volverá a saber de él nunca más.

Las palabras de Sidon resonaron como un juramento, no solo a Link, sino a toda la tierra que juraban proteger. Aunque el dolor seguía latente, Link sintió la chispa de esperanza que los sabios intentaban mantener viva en su interior. Era un recordatorio de que no estaba solo en esta lucha, incluso si el vacío en su corazón parecía a veces demasiado grande para llenar.

El silencio volvió a reinar en la sala mientras Link, más fortalecido, siguió con su incesante golpeteo. Mientras tanto, los sabios, sumidos en una mezcla de aburrimiento e inquietud, se dispersaron por la sala. Algunos se dedicaron a inspeccionar con fascinación las piezas de arqueología Zonnan que decoraban el lugar, admirando las complejas inscripciones y las tecnologías ancestrales.

Tureli, incapaz de quedarse quieto, se unió a Yunobo, y ambos se acercaron a la imponente puerta del fondo. Tras unos momentos de observación y un rápido intercambio de palabras, lograron calcular la distancia aproximada al pozo. La preocupación se reflejó en los rostros de Tureli y Yunobo mientras regresaban hacia donde estaba Link.

—¿Y por qué no pones el teletransporte más cerca del pozo? —sugirió, con los brazos cruzados y un tono que mezclaba pragmatismo con impaciencia—. Más que nada, para ahorrarle camino a Mineru.

Link, sin apartar la vista de su trabajo, frunció el ceño con un suspiro apenas audible, como si aquella idea ya hubiera pasado por su mente y hubiera sido descartada por razones que no necesitaban explicación.

—Fue lo primero que pensamos— respondió sin levantar la vista de la pantalla, concentrado en ajustar los detalles del dispositivo—. Pero cuando hicimos las primeras pruebas para asegurarnos que todo iría bien, nos dimos cuenta de que había dificultades para crearlo. No sabemos si es porque la raíz de Ba'tures está lejos o hay algo que impide que llegue la señal.

—Entonces— la voz de Yunobo adquirió un tinte sombrío, de temor —¿Estás diciendo que... ahí abajo.? ¿Estaremos aislados... sin poder pedir ayuda, por ejemplo, a Prunia para que nos teletransporte fuera?

Link lo miró con gravedad, a pesar de que el temor le había estado rondando la cabeza desde que descubrieron el problema con la señal, era la primera vez que alguien le ponía voz a sus preocupaciones.

—Todo va a salir bien —intentó tranquilizar Link, girándose hacia Yunobo mientras le sonreía y le ponía una mano en el hombro—. Entre todos, hemos traído provisiones curativas de sobra y podremos salir por aquí de nuevo subiendo por el pozo, una vez que termine la batalla.

De repente, sus oídos entrenados captaron una risa ahogada. Se giró rápidamente hacia el sonido tratando de identificar su origen, pero justo en ese momento, se apagó, como si su movimiento hubiera sido el desencadenante de su desaparición. Después de unos segundos, volvió a mirar a Yunobo, que lo observaba tenso.

—¿P...? ¿Pasa algo?— el joven Goron se estaba poniendo nervioso— Te he visto que te quedabas mirando hacia esa pared.

—Bah, no es nada, no te preocupes —intentó sonar casual, aunque no del todo convincente. Acompañó sus palabras con un gesto de falsa vergüenza para evitar que Yunobo se pusiera más nervioso—. Es que he visto una alimaña, algo del subsuelo, y me ha sobresaltado un poco... no me lo esperaba.

Viendo que Yunobo esbozaba una ligera sonrisa, se giró de nuevo, siguiendo con su tarea de enviar las coordenadas. Cuando por fin lo vio alejarse, se miró disimuladamente la suela de la bota con la que había resbalado, aprovechando que había más luz, pero la sustancia pegada a la bota había ido deshaciendo con cada paso, dejando un pequeño rastro aceitoso. Rápidamente, le tecleó a Mineru. "Una rata se nos ha colado en la madriguera."

Finalmente, la tableta avisó al Héroe con un zumbido de que las coordenadas eran válidas y que, por tanto, el teletransporte sería seguro. También le confirmó el tiempo disponible que tenía Mineru para usarlo. Copió los datos devueltos por la aplicación de teletransporte y se los envió a Mineru. Unos segundos más tarde, Mineru le confirmó la recepción de los mismos y la puesta en marcha.

Mientras guardaba la tableta en su funda, se giró hacia los demás, y vio que estaban admirando el contenido de los murales Zonnan.

Los murales contaban retazos de su historia. En primer lugar, se veía una imagen que representaba a Rauru descendiendo de los cielos hacia la tierra ocupada por el pueblo Hyliano. Sabía que este se había unido en matrimonio con la sacerdotisa Sonnia, de origen Hyliano, unión que se reflejaba en el siguiente mural. Siguiendo los murales, los sabios vieron la escena donde el rey de las Gerudo, Ganondorf, asesinaba a Sonia, arrebatándole su piedra secreta y convirtiéndose en el Rey Demonio. Después se podía admirar una representación de la Guerra del Destierro y el sacrificio de Rauru.

Los murales seguían, pero los últimos paneles estaban ocultos tras una pila de escombros, resultado de siglos de derrumbes. En sus excursiones, Link y Mineru, con los rostros tensos por la expectativa, intentaron apartar algunas rocas, pero el tiempo no les permitía detenerse más de lo necesario.

De pronto, un estruendo rompió el silencio. Link giró instintivamente hacia el lugar donde lo había escuchado, con los músculos tensos y el corazón en un puño. Yunobo, llevado por su impaciencia, había cargado contra el obstáculo, logrando apartar gran parte de las piedras. La sala tembló con el impacto y una nube de polvo llenó el aire. Los instintos de combate de Link se dispararon, mientras el ruido reverberaba entre los muros; cada sonido una advertencia.

Cuando el polvo se disipó, el contenido de los murales ocultos estaba ahora a la vista. Con paso firme, Link se adelantó, sus ojos recorriendo las imágenes. En una de ellas, una mujer permanecía junto a un altar, sosteniendo una espada con expresión de solemne entrega. El siguiente panel mostraba un dragón surcando los cielos, atravesando un arco con los símbolos de la antigua familia real de Hyrule. Observando más detenidamente, se quedó sin aliento cuando vio la espada Maestra clavada en la cabeza del dragón.

Sintió un vértigo abrumador al comprender que la historia de Zelda, el relato de su sacrificio, había permanecido enterrado durante más de diez mil años bajo el Castillo de Hyrule.

Escucharon un ruido detrás de él. Miraron hacia allí y vieron que con un destello de partículas azules, la figura de Mineru se iba materializando en el punto de teletransporte temporal que había creado Link.

El resplandor de partículas azules a su alrededor comenzó a desvanecerse lentamente, dejando en su lugar una figura metálica que parecía fusionarse con el entorno. La sabiduría en su mirada reflejaba años de experiencia, pero también la tristeza de un sacrificio que aún resonaba en su ser. Un murmullo recorrió el grupo de sabios al ver la aparición, cada uno reaccionando de manera distinta. Yunobo fue el primero en sonreír, aunque su expresión era algo tímida.

—¡Mineru! —exclamó, levantando un brazo con entusiasmo.

—¡Qué bien verte de nuevo!— Riju, más reservada, ladeó la cabeza mientras observaba cómo Mineru emergía en el aire, su presencia tan imponente como siempre.

Cuando finalmente terminó de materializarse, Mineru levantó la mirada, recorriendo la estancia con la vista en busca de las voces que la habían saludado.

—Vaya, hola —saludó Mineru. Al instante, todos se volvieron hacia ella. —Veo que habéis conseguido retirar las piedras que cubrían esos dos últimos murales.

—Bueno, sí. —dijo Yunobo, un tanto avergonzado, rascándose la cabeza, mientras los demás intentaban contener la risa—. Verás, fue un hallazgo... algo accidentado.

—Y bueno —continuó Mineru—. ¿Qué es lo que cuentan esos murales?

—¿Pero tú no lo sabes? —inquirió Riju, sorprendida—. Pensé que, al ser parte de tu pueblo y conocer los eventos de la Guerra del Destierro...—No —aclaró Mineru, su extraña voz metálica, modulándose un poco, expresando tristeza—. Fueron tallados después de que Zelda se tragara su piedra secreta. En ese momento, yo... ya no estaba... viva, al menos no en cuerpo. Mi espíritu estaba dentro de la tableta de Prunia. Link la observó con comprensión, notando cómo sus palabras revelaban un dolor profundo.—Exacto —dijo Link, suavizando su voz, buscando consolarla—. Estaba claro que recordar aquello la entristecía.

Pocas semanas después de la última batalla, cuando Rauru selló al Rey Demonio, Mineru falleció a consecuencia de las graves heridas sufridas en la misma. Pero antes de morir, separó su espíritu de su cuerpo encerrándose en la tableta de Prunia, esperando el regreso de Link diez mil años después.

Mineru avanzó hacia los murales recién descubiertos, y los demás se apartaron educadamente para dejarle paso. Al llegar, la mirada de Mineru se posó en los grabados, y algo en su rostro cambió al reconocer los símbolos.

—Este símbolo... —dijo Mineru, su voz fluctuando entre el asombro y la preocupación mientras señalaba el grabado en el arco. Todos se acercaron para observarlo más de cerca, enfocándolo bajo la luz de la antorcha. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que se trataba del Ojo de la Verdad, el emblema de los Sheikah, pero encerrado dentro de los tres triángulos dorados que forman la Trifuerza.

—El Ojo de la Verdad ha sido el símbolo de los Sheikah desde tiempos inmemoriales —continuó Mineru—. Su propósito es proteger a la Familia Real y, especialmente, la Trifuerza. Pero este emblema aquí muestra algo más: la fusión entre la verdad y la luz de la Trifuerza. Simboliza cómo fuerzas opuestas pueden unirse para crear algo mayor que ellas mismas.

El grupo se miró en silencio, comprendiendo que su unión era más que un simple acto de cooperación: era la clave para restaurar el equilibrio y salvar Hyrule

El grupo se miró en silencio, comprendiendo que su unión era más que un simple acto de cooperación: era la clave para restaurar el equilibrio y salvar Hyrule.

Un sonido distante interrumpió sus palabras. Link alzó la vista, escrutando las sombras que se alargaban en las paredes. El sonido de pasos furtivos le hizo tensarse. Su mano, tensa, agarró el pomo de la Espada Maestra sin desenfundarla. Mineru y él se miraron con ojos de entendimiento.

Alarmados, los demás intercambiaron miradas inquietas, mientras el chisporroteo de las antorchas rompía la calma de la cámara.

Después de unos tensos segundos intentando averiguar inútilmente el origen del sonido, Link continuó, recordando las palabras de Zelda.

—La Trifuerza representa el equilibrio entre el Coraje, la Sabiduría y el Poder. Los Sheikah siempre han protegido ese equilibrio porque saben que no puede ser manipulado por cualquiera.

Mineru habló con más intensidad.

—Exacto. Ese equilibrio es lo único que puede contener la oscuridad que rodea al Rey Demonio. Pero no basta con eso. La unión de los sabios, como los tres componentes de la Trifuerza, es necesaria para crear el poder capaz de enfrentarse a él.

—Acabo de recordar que este emblema estaba tallado también en el suelo del Bastión Central, destruido por el Cataclismo. —dijo Link pensativo—. No comprendí su importancia en ese momento, pero ahora todo tiene sentido. Era parte del sello que Rauru creó para contener al Rey Demonio.

Mineru comenzó a responder, pero los oídos entrenados de Link captaron de nuevo un roce sutil, como si alguien se deslizara contra la roca. Levantó una mano en señal de silencio y desenvainó la Espada Maestra, notando cómo su brillo comenzaba a intensificarse ligeramente. Los cinco sabios se giraron hacia él, alertados por su repentina reacción.

—¿Qué te ocurre, amigo? —preguntó Sidon con su habitual tono amable, intentando calmarlo.

—No estamos solos. Estoy escuchando pasos —respondió Link, su mirada fija en la oscuridad, tratando de localizar el origen del sonido. Pero, justo cuando intentó concentrarse, el ruido cesó, como si su silencio lo hubiera extinguido. Tras una breve pausa, y buscando no alarmar a los sabios, agregó—: Supongo que, al estar en el subsuelo, pueden ser las crías de anuronte buscando vetas de zonnanio.

Sin embargo, tanto Link como Mineru sabían que la realidad era otra. Estaban siendo observados. Se miraron brevemente, sin decir palabra, pero sus ojos intercambiaron un mensaje claro: sabían lo que debían hacer. Estaban siendo vigilados, y tendrían que estar listos para cualquier eventualidad.

Mineru siguió hablando. A pesar de mostrar calma a los demás, en paralelo iba escaneando cada rincón, cada sombra. Se maldijo a sí misma al no tener vigilancia en esa parte del abismo. "De todas formas," se consoló, recordando la frustración de semanas de intentos fallidos para activar el teletransporte. "Ni siquiera puedo hacer que la señal llegue aquí."

—Un sello que no podía durar para siempre —continuó Mineru, su tono más sombrío—. La Trifuerza no es suficiente por sí sola. El equilibrio que necesitamos para sellar al Rey Demonio requiere algo más: el sacrificio de alguien puro de corazón. Sin esa entrega, todo esto será en vano.

—Y ese alguien puro de corazón... —A Riju se le encogió el corazón solo de pensarlo. No conseguía pronunciar su nombre.

—Si, Riju —Mineru terminó la frase. —Ese alguien puro de corazón es el Héroe de Hyrule, el Portador de la Espada que repele el mal. Ese alguien es Link.

Link desvió la mirada hacia los paneles. Los grabados narraban la muerte de Rauru, el sabio de la Luz, un ser puro de corazón. Su sacrificio, diez mil años atrás, fue lo que selló al Rey Demonio, otorgándole al mundo una oportunidad de paz. Las palabras de Mineru resonaron en su mente, llenas de significado y pesar. En ese momento la certeza le golpeó en su interior: El destino estaba sellado; posiblemente no regresaría de aquella batalla.

Miró la Espada Maestra y el escudo, de nuevo en sus manos, sintiendo la gravedad de la situación. Sabía lo que eso significaba, lo que debía hacer... La idea de que podría no salir de este enfrentamiento con vida lo atenazaba, pero no podía dudar.

Mineru lo observó con atención, notando su actitud pensativa, pero no dijo nada. Link desvió la mirada, luchando por no dejar que sus emociones lo traicionaran. Se frotó la frente, empapada de sudor, y se levantó en silencio, poniéndose en camino. Sus pasos eran vacilantes, como si temiera que su inquietud fuera demasiado obvia para los demás. El miedo que lo rodeaba era tan grande que le costaba respirar con normalidad.

—Debemos continuar. Cada segundo que pase, estaremos poniendo en peligro a los demás —Link, intentando conjurar el terror que lo dominaba, se dirigió a los sabios. En unos segundos, los demás le seguían el ejemplo.

Otro crujido rompió sus pensamientos. Esta vez, todos oyeron el ruido.

Link miró alrededor, su instinto de guerrero alertando cada uno de sus sentidos. Mineru, que aún andaba rezagada, estudiaba los murales, levantó la cabeza, y sus ojos metálicos brillaron con un tono más oscuro.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Riju, su voz baja y cargada de preocupación.

—Link... —dijo Mineru, con una nota de advertencia en su voz metálica.

—Lo sé —respondió, girándose hacia la entrada de la cámara. La "rata" se movía más allá, en el pasillo que los había conducido hasta allí.

De repente, un ruido apenas audible, como el clic de un mecanismo al activarse, reverberó en el aire. Un escalofrío recorrió la espalda de Link. Alguien había activado una trampa que, hasta ese momento, no estaba allí cuando exploró la zona con Mineru. Los pasos resonaron de nuevo, esta vez más apresurados. "¿Quién anda ahí? Nos están observando", pensó, con el corazón acelerado.

Las antorchas parpadearon, y el suelo comenzó a vibrar bajo sus pies, como si la misma tierra se estuviera resquebrajando. Un gruñido bajo, profundo y gutural, resonó a lo lejos, haciendo eco en la oscuridad.

Mineru se acercó a Link, igual de incrédula. Su voz tembló, aunque trataba de mantenerse serena.

—¿Cómo no nos dimos cuenta de esta trampa?

Ambos se miraron desconcertados, pero el temblor, cada vez más fuerte, los obligó a reaccionar. La sala comenzó a crujir bajo sus pies, y trozos de roca empezaron a desprenderse del techo, como si el lugar estuviera a punto de colapsar sobre ellos. Sin pensarlo, corrieron hacia la puerta que los conduciría al pozo, pero antes de llegar, una grieta serpenteó por la pared de los murales, rompiéndolos por la mitad.

—¡Nooo, la herencia de los Zonnan! —gritó Link con desesperación, girándose para intentar salvar algo.

—¡Link, no! —Mineru alzó la voz con una intensidad poco habitual mientras Yunobo lo sujetaba justo a tiempo. Lo arrastró hacia el pasillo, evitando que una roca colosal lo aplastara—. ¡No hay nada que podamos hacer!

El estruendo aumentó. La pared cedió con un crujido desgarrador, y los murales que habían resistido milenios se desmoronaron en una lluvia de polvo y escombros.

El techo comenzó a hundirse; enormes bloques caían por todas partes. Link, con los dientes apretados, apenas tuvo tiempo de lanzar una última mirada desesperada antes de seguir corriendo junto a los sabios, esquivando los proyectiles de piedra. El rugido del colapso los persiguió como un monstruo furioso mientras se adentraban en el pasillo. La adrenalina quemaba en sus venas, alimentada por el sonido ensordecedor de las grietas, multiplicándose a su alrededor.

Cuando finalmente cruzaron al siguiente tramo, una última sacudida cerró el camino detrás de ellos con un estruendo definitivo.

Finalmente, el techo cedió, y el último pasaje hacia la salida fue bloqueado.

Desde su escondite en el abismo, rodeado por una montaña de plátanos recios y dos soldados vigilantes, el maestro Kogg observaba con una maliciosa satisfacción. La máscara que cubría su rostro, decorada con el símbolo de un ojo sheikah invertido de color carmesí, añadía un aire inquietante a su presencia. Aunque nadie podía ver su rostro, la máscara parecía tener vida propia, amplificando la intensidad de su mirada que perforaba la penumbra como un rayo de malicia.

Sus ojos, ocultos tras la máscara, parecían brillar con un resplandor perturbador, como si el ojo carmesí inscrito en el metal estuviera transmitiendo una energía oscura que resonaba con su propia voluntad. En su mano, sostenía con firmeza el botón del mecanismo, un artefacto de su invención que pulsaba con la misma frialdad meticulosa que él irradiaba.

Kogg se relamió con satisfacción. El mecanismo, creado a partir de tecnología Zonnan adaptada con meticulosidad enfermiza, funcionaba a la perfección. Las ondas de alta frecuencia fracturaban el terreno con precisión, convirtiendo el suelo en un caos de grietas y derrumbes. Las paredes se estremecían como si fueran de papel.

Saboreando con creciente disfrute un plátano recio, se acomodó en su asiento, "Ah, la belleza de la ciencia antigua aplicada al caos moderno..." pensó, limpiándose un rastro de jugo del mentón.

"O, como lo llamo yo... ¡FRAC-KOGGING!", soltó con una carcajada ahogada, disfrutando de su propia ocurrencia mientras le daba otro mordisco al plátano.

Las grietas se multiplicaban, el suelo rugía como una bestia y el temblor estaba en su apogeo. Rocas y trozos de paredes y techo caían a gran velocidad "Acabarán aplastados" se relamió el maestro Kogg "Y el que no, morirá encerrado en esta catacumba para siempre"

Kogg observaba con creciente entusiasmo cómo los héroes luchaban por mantener el equilibrio, esquivando trozos de techo que se desplomaban y saltando sobre bloques de piedra que amenazaban con atraparlos.

Cuando una roca enorme estuvo a punto de aplastar a la bruja Gerudo, Kogg estalló en carcajadas. Pero fue el siguiente momento el que casi lo hizo perder la compostura hasta el punto de casi dejar caer su plátano: Uno de los héroes tropezó, el pez andante, cayendo de rodillas mientras se golpeaba el costado.

"¡Estúpidos! ¿Pensaron que podían escapar de MI genio?", dijo, inclinándose hacia adelante para mirar mejor por la rendija, mientras tiraba la cáscara de plátano sobre su hombro con desdén, disfrutando cada segundo del caos desatado.

"El Rey Demonio estará tan impresionado... ¡Ja! Quizá incluso nombre este truco en mi honor... Kogg-quakes, ¿suena bien? ¡Sí, suena perfecto!", añadió, relamiéndose al notar el sabor del último trozo de plátano.

Pero lo siguiente que vio lo sumió en la ira: El enorme Goron con su embestida había conseguido limpiar el camino de piedras, viendo con considerable consternación como estaban cada vez más cerca del pozo. Ya les había salvado en más de una ocasión. Su gran tamaño le hacía perfecto para protegerlos de sus trampas.

"¡Maldito Goron!", siseó entre dientes, dejando caer la cáscara de su plátano. "Siempre arruinando mis planes."

Se frotó las manos mientras un plan retorcido comenzaba a formarse en su mente. "La malicia... oh, sí. Él será el primero en caer."

Con un gruñido, giró la rueda dentada del dispositivo y pulsó el botón de nuevo. Esta vez, el terremoto aumentó en intensidad. Las rocas caían con más violencia, y el aire se llenó de un polvo espeso que dificultaba la visión.

"¡Eso es! ¡Corre, héroe, corre! Nadie escapa al maestro Kogg," dijo con una risa burlona. Mientras el pasillo se desplomaba completamente detrás de ellos, el maestro Kogg se recostó en su asiento, disfrutando del espectáculo final. Con un ademán distraído indicó a uno de los soldados que le alcanzara otro plátano recio de la pila. Satisfecho se relamió mientras pelaba la fruta con parsimonia

Finalmente, la última sacudida antes de que el mecanismo dejara de actuar, hizo caer una enorme roca que dejó sepultado el pasillo tras ellos, y también el agujero por donde descendieron, dejando a los héroes encerrados de por vida en el abismo.

"No podrán salir"— musitó Kogg en la oscuridad —"Los pulsos electromagnéticos del 'Frac-Kooging' también anulan las señales de las raíces", Su voz se cargó de satisfacción. "No podrán contactar con la superficie para pedir ayuda. Están completamente aislados."

Las últimas vibraciones sacudieron el lugar, y la oscuridad envolvió el pasillo. Kogg cerró los ojos, deleitándose tanto en la destrucción como en el sabor del plátano.

"La victoria es mía..."