—Ese bastardo es tu Líder Licano y tú eres su súbdito. ¿Qué te pasa, Nathan? ¿Qué con las palabrotas y la manera en que hablas? —pregunté enojada.
—Cuando has estado en prisión durante cuatro años... adoptas cierto lenguaje. No me disculparé por esto. ¡No lo siento, si te ofende! —respondió sin remordimientos.
—¿Todo esto porque me negué a besarte? —lo miré con incredulidad.
—¡Sí! —asintió al encontrarse con mi mirada, no parecía que estuviera bromeando.
—¿Y por qué es eso? ¿Porque fuiste a prisión por mí? No te lo pedí, Nathan. Si hubiera estado allí, sabes que nunca te habría dejado entrar en ese calabozo.
—¡Tal vez! —se encogió de hombros alcanzando la taza de café en la mesa—. ¿Esto es mío? —señaló la bandeja.
Estaba enfadada por cómo cambió de tema sin darme ninguna conclusión. —¡Hincha todo lo que quieras! —siseé y pasé por su lado hacia el dormitorio cerrando la puerta firmemente detrás de mí.
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