Rivon ya no era un simple soldado, y su nueva posición en la nave lo había colocado en un nivel que jamás imaginó. Ahora, después de haber cumplido con éxito sus misiones más peligrosas, su vida estaba marcada por un ritmo diferente. La guerra seguía siendo parte de su día a día, pero entre cada batalla había momentos de vida cotidiana en la gigantesca nave que flotaba en el vasto vacío del espacio.
Las rutinas en la nave eran precisas y controladas. Las horas se marcaban por los ritmos de las luces y los cambios de guardia. Rivon había sido reasignado a un ala exclusiva para Ascendidos Menores, un lugar donde la vida militar no se detenía nunca, pero donde también había ciertos lujos que los legionarios y esclavos no podían siquiera imaginar. La comida era más nutritiva, las habitaciones más amplias, y el aire mismo parecía más limpio en ese sector de la nave.
Sera, aunque agradecida por las mejoras en su vida, notaba cómo Rivon se alejaba cada vez más de lo que alguna vez fue. Su hermano ahora se envolvía en las actividades cotidianas de los Ascendidos, interactuando con otros guerreros de élite que compartían su misma mentalidad. Rivon había aceptado ese destino, pero Sera seguía sintiendo que algo profundo en él estaba cambiando, moldeado por el poder que ejercía sobre los demás.
La nave era como una ciudad en movimiento, con miles de personas realizando diferentes tareas. Los legionarios comunes patrullaban los corredores, los esclavos se encargaban de la limpieza, el mantenimiento y los trabajos más denigrantes, mientras que los Ascendidos entrenaban en sus áreas designadas, listos para la próxima misión que pudiera surgir en cualquier momento.
La sala de entrenamiento, donde Rivon pasaba gran parte de su tiempo, era un espacio vasto lleno de equipo avanzado para el combate. Las paredes estaban adornadas con armas de todo tipo, desde las más tecnológicas hasta aquellas que recordaban los tiempos más antiguos de la guerra. Aquí, Rivon perfeccionaba su técnica, entrenando tanto su cuerpo como su mente, consciente de que el poder que ahora tenía solo podría crecer si seguía trabajando en sus habilidades. Sin embargo, no todo era entrenamiento.
Entre los Ascendidos, la camaradería era fuerte. Rivon había comenzado a formar lazos con algunos de ellos, especialmente con aquellos que compartían su visión del poder. Las conversaciones, aunque breves y directas, giraban alrededor del propósito y la estrategia. Cada Ascendido Menor sabía que su lealtad era hacia su Mano y, sobre todo, hacia Daxa, pero Rivon sentía que su lealtad era más hacia sí mismo y lo que había comenzado a descubrir en su interior.
— ¿Alguna vez te preguntas qué seríamos si no estuviéramos aquí? — preguntó Talon, uno de los Ascendidos con los que Rivon había entrenado varias veces.
Rivon lo miró brevemente, mientras revisaba su espada de energía.
— No. Mi lugar está aquí. Eso es lo único que importa.
Talon asintió, pero Rivon notó una chispa de duda en sus ojos. No todos compartían la misma determinación implacable, y algunos todavía tenían recuerdos de sus vidas antes de ser Ascendidos. Pero para Rivon, esas memorias eran insignificantes. Todo lo que importaba ahora era el poder y cómo lo ejercía.
Mientras tanto, Sera se había adaptado a su nuevo entorno, aunque las sombras de su pasado todavía la perseguían. Sabía que, como ciudadana, ya no era esclava, pero no podía olvidar las largas jornadas de sufrimiento y trabajo forzado. En la sección civil de la nave, donde vivía, las personas realizaban trabajos menos exigentes que los esclavos, pero su libertad era una ilusión. Todo en esa nave estaba controlado, desde las horas de trabajo hasta el alimento que recibían.
A pesar de las mejoras en su calidad de vida, Sera no podía evitar preocuparse por Rivon. Había notado cómo su hermano se volvía más frío, más distante, y cómo el poder que había encontrado lo alejaba cada vez más de la persona que conoció. Sabía que algo oscuro estaba creciendo en él, algo que no comprendía del todo, pero que la aterraba.
Rivon, por su parte, había comenzado a disfrutar más de las interacciones con las esclavas personales que ahora tenía a su disposición. En los momentos de descanso, se permitía aprovechar el control que ejercía sobre ellas, sabiendo que sus deseos eran órdenes, y que su poder sobre sus cuerpos y mentes era absoluto. Las sombras de deseo que habitaban en él se hacían cada vez más evidentes en esas sesiones, pero Rivon no veía nada de malo en ello. Para él, era simplemente una extensión de su poder.
En los largos pasillos de la nave, la rutina militar se mezclaba con los ecos de las conversaciones, los entrenamientos y los constantes recordatorios de que la guerra estaba siempre presente, incluso cuando no se disparaban armas. La nave, tan grande como una ciudad, era un reflejo de la estructura del Imperio mismo: rígido, cruel y sin espacio para la debilidad.
Y mientras la vida continuaba en ese mundo de metal y frío, Rivon seguía preparándose, sabiendo que su destino, aunque aún envuelto en misterio, lo llevaría mucho más allá de los límites de esa nave.
El eco de sus pasos resonó en el corredor vacío, cada golpe de sus botas marcando el ritmo de lo que estaba por venir. Al llegar a su habitación, Rivon se detuvo un momento frente a la puerta, su mano descansando sobre el pomo antes de girarlo lentamente. Al cruzar el umbral, sus ojos se encontraron con la figura de Lyra, quien ya lo esperaba, de pie junto a la cama. La tenue luz de la nave proyectaba sombras en su rostro, y su piel, pálida y desnuda de emociones, parecía más vulnerable bajo la penumbra.
Rivon no dijo una palabra. La tensión en el aire era palpable, el silencio cargado de expectativa. Cerró la puerta tras de sí con un suave chasquido y avanzó hacia ella, con la misma calma implacable con la que abordaba cada una de sus batallas. Su presencia lo llenaba todo, sofocando cualquier posible resistencia.
Lyra, como siempre, mantuvo la cabeza gacha, los ojos fijos en el suelo. Sabía lo que venía, y no había necesidad de recordárselo. Rivon, sin embargo, disfrutaba de cada segundo, saboreando el control que tenía sobre ella. Era suya, completamente, y el poder de esa posesión lo llenaba de una satisfacción oscura que solo crecía con el tiempo.
Se detuvo frente a ella, sus ojos recorriéndola de arriba abajo, como un guerrero que evalúa su terreno antes de una invasión. Había algo deliberadamente cruel en la manera en que la hacía esperar, en cómo extendía cada segundo para aumentar la tensión, el miedo, el deseo.
— Quítate la ropa —, ordenó en un tono bajo, pero cargado de una autoridad innegable.
Lyra obedeció de inmediato, sus dedos temblorosos desabrochando la fina tela que cubría su cuerpo. La pieza cayó al suelo en completo silencio, y ella quedó expuesta ante él. Rivon la miraba sin emoción visible en su rostro, pero la chispa de dominio en sus ojos era inconfundible. Cada centímetro de su piel estaba a su disposición, y ella lo sabía.
Rivon no se apresuró. Caminó alrededor de ella, disfrutando del temblor sutil que recorría su cuerpo mientras él trazaba un círculo a su alrededor, como un depredador inspeccionando a su presa. Su mano se alzó y, sin previo aviso, sus dedos rozaron la piel de su cuello, un toque que era más una advertencia que una caricia. Lyra se tensó, pero no se movió, sabiendo que cualquier resistencia solo aumentaría su castigo.
— ¿Sabes lo que eres? — murmuró Rivon, inclinándose cerca de su oído, su aliento caliente rozando su piel mientras sus dedos bajaban lentamente por su clavícula. — No eres más que lo que yo decida. No tienes otra voluntad aquí. Solo la mía.
Lyra cerró los ojos por un breve momento, su respiración acelerándose a medida que las palabras de Rivon calaban en lo más profundo de su ser. No había escape, no había esperanza. Lo único que le quedaba era obedecer, entregarse a él de la manera en que él lo demandaba. Cada palabra que él pronunciaba era un recordatorio de su posición, y Rivon lo sabía.
Con un gesto rápido, Rivon la empujó hacia la cama, sin esfuerzo, su cuerpo chocando contra el colchón en un movimiento fluido. No fue violento, pero tampoco hubo suavidad. La posesión estaba implícita en cada uno de sus gestos, en la manera en que la guiaba, en cómo la hacía suya sin necesidad de palabras.
Se inclinó sobre ella, quitándose lentamente la armadura que cubría su cuerpo. Cada pieza caía al suelo con un sonido metálico, pero Rivon no apartaba la mirada de Lyra, quien yacía en la cama, inmóvil, esperando. Sabía que cualquier movimiento en falso podría enfurecerlo, y la calma antes de la tormenta era más aterradora que la tormenta misma.
Rivon se inclinó sobre su cuerpo desnudo, sus manos recorriendo su piel con una firmeza que le recordaba quién tenía el control. No había suavidad, pero tampoco brutalidad en sus gestos. Cada toque estaba calculado, como si quisiera demostrarle que no tenía más voluntad que la suya. El poder de cada contacto se sentía en la manera en que la mantenía bajo su dominio, como un titiritero controlando los hilos de su marioneta.
El ritmo comenzó lento, con Rivon saboreando cada segundo de su poder. Sus manos recorrían el cuerpo de Lyra con una calma calculada, sus dedos firmes, trazando caminos invisibles sobre su piel. Pero ese ritmo cambió de repente. En un instante, la paciencia desapareció. Sus manos se cerraron alrededor de sus muñecas, inmovilizándola contra el colchón con una fuerza que la dejó sin aliento. No había suavidad ahora, solo la implacable certeza de que él estaba en control total.
— No te muevas, — gruñó mientras inclinaba su rostro hacia el suyo, su aliento caliente contra su cuello.
El ritmo se aceleró, volviéndose más intenso. Los dedos de Rivon descendieron por su cuerpo con rapidez, pero sin perder el control. Había un claro propósito en cada movimiento, en cada gesto. Lyra no podía hacer más que ceder, su cuerpo respondiendo a las órdenes silenciosas de Rivon. No había espacio para dudas ni para resistencia. Ella era suya.
Con un movimiento brusco, Rivon la volteó, su cuerpo girando bajo el suyo mientras él la inmovilizaba con facilidad. La brutalidad de sus actos no provenía de la violencia, sino de la implacable certeza de su dominio. Ella no tenía otra opción que obedecer, y Rivon disfrutaba esa verdad con cada segundo que pasaba.
Sus manos se movieron por su espalda, bajando hasta su cintura, marcando cada centímetro de su piel con una firmeza que le recordaba su lugar. No había lugar para el placer en su dominio, solo el control absoluto. Cada toque, cada movimiento estaba destinado a reafirmar lo que ella ya sabía: no tenía más voluntad que la suya.
El sonido de su respiración pesada llenaba la habitación, mezclándose con los jadeos entrecortados de Lyra, que temblaba bajo su control. Rivon la mantenía al borde, jugando con sus respuestas, disfrutando de cada gemido ahogado que salía de sus labios. El placer para él no estaba en el acto, sino en la sumisión absoluta que ella mostraba en cada segundo.
Finalmente, cuando Rivon decidió que había tenido suficiente, se apartó de ella, su respiración apenas alterada mientras la observaba tendida en la cama, exhausta y temblorosa. Su mirada recorrió su cuerpo por última vez, complacido con lo que veía. Había reclamado lo que era suyo, y ella lo sabía.
— Descansa, — ordenó con frialdad mientras se ponía de pie. — Mañana será igual.
Lyra no respondió. Sabía que su destino estaba sellado, y que no había escapatoria de lo que vendría. Mientras él se alejaba hacia la ventana, su mente ya estaba en otro lugar. El control era lo único que importaba, y esa noche, lo había reafirmado de la manera más intensa posible.
El sonido de la alarma resonó por toda la nave, interrumpiendo el silencio opresivo que llenaba la sala de Rivon. No era una alarma de combate, sino un aviso de otro tipo. Rivon, aún inmerso en sus pensamientos después de su interacción con Lyra, se puso de pie rápidamente. La esclava, que aún descansaba, se levantó con rapidez y bajó la mirada, esperando instrucciones.
— No te muevas de aquí — ordenó Rivon con firmeza, mientras se dirigía hacia la puerta.
Al salir, los pasillos de la nave estaban más activos de lo habitual. Los Ascendidos Menores caminaban rápidamente hacia sus puestos, y los legionarios comunes parecían estar listos para un cambio importante. Rivon se acercó a uno de los Ascendidos que lo esperaba en el corredor.
— Nos dirigimos de vuelta al planeta de la Mano — informó el Ascendido, sin rodeos.
Rivon asintió. Sabía que el retorno al planeta base significaba un descanso de las misiones prolongadas en el espacio, pero también implicaba la reorganización y reestructuración de los soldados de la Mano. El planeta de la Mano era su hogar, una fortaleza impenetrable desde la que se coordinaban las principales operaciones militares del Imperio.
El anuncio de su regreso al planeta no era algo ordinario. Representaba una pausa en las interminables luchas contra razas alienígenas, y para Rivon, también significaba un tiempo para observar cómo funcionaba el poder en su estado más puro dentro de la estructura militar del Imperio. Allí, los Primus Ascendidos gobernaban con mano de hierro, y las estrategias que se diseñaban decidían el destino de millones.
Mientras caminaba por los pasillos hacia el centro de control, las luces en la nave comenzaron a parpadear, ajustándose a los nuevos protocolos de aterrizaje. Rivon sabía que el regreso también era un momento de evaluación. Durante su estancia en el planeta, sería observado por sus superiores, pero también tendría la oportunidad de seguir incrementando su influencia. Sera, que aún se encontraba en sus aposentos, sería trasladada junto con él a una de las zonas de descanso reservadas para los ciudadanos de alto rango.
En el centro de mando, los monitores ya mostraban el planeta de la Mano, una gigantesca fortaleza cubierta de ciudades militares y áreas de entrenamiento que se extendían por continentes enteros. Desde el espacio, la atmósfera grisácea y las torres de defensa daban una sensación de impenetrabilidad.
Rivon observó las pantallas con un leve brillo en los ojos. Sabía que este viaje de regreso era mucho más que una simple pausa en su vida militar. Para él, era una oportunidad de afianzar su poder, tanto en el campo de batalla como en los entornos políticos que rodeaban a los líderes de la Mano.
— Prepárate — escuchó decir a uno de los comandantes. — En unas horas aterrizaremos. Asegúrense de estar listos para los informes de evaluación.
El ambiente en la nave cambió rápidamente. Los legionarios y los Ascendidos Menores comenzaron a moverse con mayor urgencia, preparándose para el regreso a tierra. Las órdenes se transmitían de forma eficiente, mientras los soldados se alineaban en sus respectivas áreas de desembarco.
Rivon, a pesar de la actividad que lo rodeaba, mantenía su calma habitual. Su mente no estaba en el aterrizaje, sino en lo que ocurriría después. Sabía que el planeta representaba un nuevo campo de juego para él, uno donde no solo se luchaba con armas, sino también con influencia y astucia.
Con las manos cruzadas detrás de la espalda, Rivon observaba las pantallas que proyectaban el planeta acercándose más y más. Una sonrisa apenas perceptible apareció en su rostro mientras sus pensamientos se dirigían hacia el futuro. El planeta de la Mano sería el próximo escenario en su ascenso al poder, y él estaba más que preparado para enfrentarlo.
La nave comenzó a reducir su velocidad, mientras los preparativos para el aterrizaje finalizaban. Rivon regresó a sus aposentos para informar a Sera y asegurarse de que estuviera lista para el descenso. Mientras caminaba por los pasillos, la sensación de que todo estaba bajo su control lo envolvía. Sabía que en este nuevo capítulo de su vida, tanto en el campo de batalla como en los salones del poder, su destino estaba en sus manos.