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Einar caminaba de un extremo a otro de su habitación de invitados, sus pasos un ritmo constante en el pulido suelo de madera. La elegante habitación que, según le informaron, una vez había ocupado Amelie, ahora se sentía más como una jaula con cada minuto que pasaba. De alguna manera, podía sentir su presencia aún persistiendo dentro de sus paredes.
Se había estado encerrando aquí desde que llegó, incapaz de decidirse a salir, de enfrentarse a la realidad de dónde estaba y, más importante aún, con quién se estaba quedando.
Se sentía como un completo idiota.
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