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Tienes razón

Kaden dio una larga y lenta calada a su cigarrillo. El humo le picaba los ojos, pero llenaba su pecho con aire contaminado. El sabor quemado impregnaba su lengua. La droga a la que había sido adicto ya no sabía igual. No había liberación dulce. Ni efecto calmante. El cigarrillo solo empeoraba la situación. De repente recordó otra cosa a la que era adicto. Sus labios, su tacto, sus palabras, cada parte de ella estaba grabada en su mente.

Kaden se apoyó en su coche. Con la mirada al cielo, su traje negro apretado en los bíceps, vio como aves blancas volaban demasiado alto hacia las nubes.

—Ella quiere extender sus alas —murmuró Kaden a Sebastián.

Sebastián inclinó la cabeza confundido. Miró al cielo y entrecerró los ojos hacia el sol deslumbrante. Odiaba el exterior, especialmente el calor irritante.

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