El Señor Rayven asintió.
—¿Qué más necesitas?
—Nada.
—¿Acabaste o debo esperar un poco más?
—Estoy lista —dijo ella.
Ella miró detrás de él hacia la cama y luego a él.
—No corazón, ¡tranquilízate! Pero no escuchó.
Angélica carraspeó como tratando de silenciar el sonido de su corazón latiendo salvajemente. Pasó por su lado y se fue a la cama. Se acurrucó bajo las mantas como si eso pudiera salvarla de este hombre. Dios, era un demonio. Nada podía salvarla de mí. Ya le había dicho que no podía huir de él. No es que creyera que él representara algún peligro para ella. No era ese tipo de huida la que tenía en mente. Era esta nueva sensación desconocida que él había despertado en ella.
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