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—Hazme venir con tu boca.
Aries parpadeó dos veces para ver mejor si Abel hablaba en serio. Y lo estaba —cien por ciento en serio. Aunque a Abel le gustaba lamerla ahí abajo, nunca le pidió que le hiciera sexo oral. De hecho, Aries tampoco lo había hecho antes. Su agresor tenía demasiado miedo de que ella los castrara; no cometerían ese error de principiante, porque seguramente se lo mordería.
—Ven —Abel asintió una vez, enganchando su dedo—. Mi Aries.
Mi Aries.
Aries se mordió el labio mientras su voz se repetía en su cabeza. Había algo en la forma en que él reclamaba posesión que se le metía bajo la piel. Su boca se abrió al posar la vista en su erección. Tragó saliva, empujándose con el codo, y se arrastró hacia él.
Aries se sentó sobre sus pantorrillas, mirándolo, su rostro justo enfrente de su miembro. En el momento en que cruzó miradas con él, Abel colocó su pulgar sobre su sexo, bajándolo hasta que tocó sus húmedos labios.
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