Desde esa discusión, Adeline no había visto a Elías excepto durante las horas de comida. Él la obligaba a cenar con él, sentándose directamente al lado de su asiento. Ella jugueteaba con su comida hasta que sentía la ira de él alcanzar sus límites.
Una vez sus dedos se pusieron pálidos por sujetar con fuerza la copa de vino, y su mirada se volvió viciosa, finalmente ella comía. Enfurecerlo duele. Ella no pensó que ver irritación en sus ojos, dedicada sólo a ella dolería tanto, pero así fue.
Ella tocó su pecho, erizado de dolor y suspiró. Él tenía razón. Su corazón le pertenecía a él, pero él fue bastante grosero al respecto.
—El castillo está silencioso —comentó Adeline.
Adeline se sentó junto a la ventana, mirando hacia afuera. Sus ventanas daban a los jardines, con hermosos árboles, arbustos y diferentes especies de flores. Presionó su mano sobre el frío vidrio, preguntándose si este sería su destino de ahora en adelante.
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