Mientras Rigel caminaba en la sala del trono, su mirada se encontró con la de su padre, el Rey Mintaka. Ambos se mantuvieron en un duelo de miradas hasta que alcanzó el estrado donde estaba ubicado el trono. Rigel podía sentir las miradas absorbentes de todos los cortesanos mientras caminaba en medio de ellos.
Cuando llegó frente al rey, se arrodilló sobre una rodilla y se inclinó ante el rey, mostrando su lealtad hacia él.
Mintaka se sorprendió al ver a Rigel. Su mensajero ya le había informado que había llegado, pero el hecho de que haya venido solo fue lo que al rey le gustó. —Bienvenido de vuelta, Príncipe Rigel —dijo con una voz alta y autoritaria.
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