—También conozco el trabajo para el que has venido aquí —dijo Rigel.
Rolfe entrecerró los ojos mientras Ileo también se detenía. Ileo se giró para mirar a Rigel. De repente, la magia chisporroteó entre sus dedos. Corrientes de luces azules crepitaban alrededor de sus manos y Rigel las observaba con pura... maravilla. Nunca había visto semejante magia potente en su vida. Y esos ojos dorados. Cómo podría un hombre tener unos ojos dorados tan hipnóticamente que ardían en ese momento.
—Habla —gruñó Rolfe, sacándolo de su trance temporal.
—Estás aquí para ayudar con la traducción de Yunabi —comentó Rigel—. Eltanin envió la invitación en mi presencia. Necesita tu ayuda para traducir Yunabi.
—¿No tienen escribas en Araniea que puedan hacer eso? —preguntó Rolfe en un tono serio.
—Los tenemos. Una joven llamada Lusitania lo está ayudando con eso.
—Entonces, ¿por qué Eltanin nos necesita?
—Es muy complicado, Príncipe Ileo —explicó Rigel—. Si vienes conmigo, te contaré todo al respecto.
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