El reino de Gongmen era conocido por su prosperidad, la cual coincidían sus habitantes se debía en gran medida a los tormentosos castigos impuestos por la ley a quienes la incumplieran. Es así que la "pena de flagelación" se caracterizaba al igual que otras sentencias por aislar al condenado durante 5 días, en un calabozo por completo oscuro y vacío, durante los cuales se le negará comida y bebida para luego ser llevado a una plaza pública donde se le inflingirán, en este caso, 10 latigazos por día. Obviamente durante este periodo está prohibido ayudar de cualquier manera al condenado incluyendo brindarle cuidado médico. Como es de suponer muchos condenados no resistían tal tortura por lo que ser sentenciado a penas como estas equivalía en realidad a una sentencia de muerte.
Cuando la noticia llegó a oídos del pueblo los comentarios de sorpresa no se hicieron esperar, todos conocían lo severo que podía ser su alteza pero durante su periodo de gobierno, se podían contar con los dedos de las manos el número de condenas de ese tipo dictadas por él. Y aún más, era inédito que un rey las dictará contra el futuro heredero, su propio y único hijo.
Los guardias lo llevaron a una habitación oscura en la que no podía oírse nada. Así, Shen alzó la vista segundos antes de que cerraran la puerta y vio cómo el último rayo de luz se extinguía.
Se apoyó en una de las paredes y se deslizó hasta sentarse en el suelo, se sentía muy cansado y con una sensación incómoda en el pecho, supuso que se debía a su ansiedad.
La escena de su condena seguía repitiéndose en su mente, no esperaba que el odio de su padre fuera tanto y estuviera tan desesperado por deshacerse de él. Sabía que esto podría suceder, ahora solo le quedaba resignarse a morir. Al pensar esto último cerró sus ojos y soltó un largo suspiro.
Unos minutos más tarde, le pidieron que se desvistiera y le entregaron una túnica sencilla, luego todo quedó nuevamente en silencio, hasta el amanecer cuando lo trasladaron a una pequeña plaza en la que ataron la cadena de sus muñecas a un poste un poco más alto que él.
Shen, desde el principio alzó la vista y mantuvo la frente en alto. Así que pudo ver con claridad cómo la gente se acumulaba expectante. Por unos instantes olvidó por completo qué hacía tanta gente allí, hasta que empezó el primer latigazo, lo que lo devolvió a la realidad.
Contuvo el gemido de sorpresa y dolor que experimentó al sentir su piel desgarrada, incluso se estremeció un poco. Entonces alguien gritó: —¡Asesino! —.
El príncipe alzó la vista para mirar en la dirección de la voz, pero no pudo reconocer a quien había gritado, pues a donde mirara sólo veía más y más expresiones de rabia intensa. Rostros constreñidos, miradas fijas y expresiones de repudio y asco por montones.
—¡Asesino! repitió alguien más. De pronto todo el mundo parecía gritar al unísono. Entonces llegó, por sorpresa nuevamente, el segundo latigazo. Esta vez no pudo contener el gemido bajo que salió de sus labios al recibir el impacto, tampoco pudo evitar arquear su espalda y temblar al sentir un nuevo desgarro y profundizarse la herida anterior.
Esto continuó un tiempo más, en algún momento había bajado la vista y parecía perdido en algún pensamiento indescifrable. Al verlo así, la mayoría tuvo la impresión de que los latigazos no eran tan duros por lo que cada tanto los guardias debían asegurarse de que nadie cruzara la barrera y arremetiera contra el príncipe.
Sin embargo, bastaba con detenerse un momento a observar las uñas clavadas fuertemente en unas palmas ahora rojas, la respiración entrecortada y el leve temblor por mantenerse en pie, a pesar del impacto, de aquella persona en medio de la tormenta.
La gente incluso dudó si realmente esto podría considerarse un castigo pues el príncipe se veía habitualmente indiferente, lo que los enfureció aún más. Sólo parecían satisfechos al ver el pequeño charco de sangre y las manchas rojas desordenadas por la delgada túnica blanca del culpable.
Finalmente se completó el número de latigazos fijados para ese día y llevaron al maltrecho príncipe nuevamente al calabozo.
Una vez solo, Shen intentó permanecer en pie un poco más, pero no pudo sostenerse y cayó de rodillas, provocando esto un cambio de postura que trajo consigo mucho más dolor. Entonces comprendió que a partir de ahora, este era su hogar.
En algún punto de la noche se quedó dormido y nuevamente al salir el sol fue trasladado a la pequeña plaza, se repitió la misma escena. Miradas de odio, dolor, sangre e incluso esta vez alguien se atrevió a lanzar alimentos en mal estado. Los guardias intentaron detenerlos pero era imposible controlar a tanta gente. Así, este segundo día el príncipe terminó en su calabozo cubierto de trozos de alimentos babosos y malolientes.
El hambre comenzaba a sentirse aún más y tenía mucha sed. Era consciente de que sus heridas podían infectarse. Después de soltar un largo suspiro, se quitó los pedazos de alimentos lo más que pudo y con un leve temblor trató de acomodarse en una esquina y apoyó su cabeza contra la pared para poder descansar sin que las heridas se abrieran mucho. Intentó limpiarlas con un trozo de tela que había arrancado de su túnica, a cada movimiento le correspondía un flujo de sangre y un dolor ardiente.
El tercer día, el olor que desprendía era tan desagradable que los guardias hicieron una excepción y antes de llevarlo de vuelta a su celda lo rociaron con agua helada por todas partes.
Durante el proceso no pudo mantenerse en pie y cayó varias veces, intentando levantarse siempre sólo, pero siendo finalmente ayudado bruscamente por algún guardia. Al terminar, le dieron otra túnica blanca que no tardó en teñirse de rojo.
Apenas puso un pie dentro de su celda, sus piernas temblorosas no pudieron sostenerlo por lo que cayó estrepitosamente.
En seguida, entre pensamientos confusos, comenzó a exprimir, con manos temblorosas y ávidas, el agua todavía empapada en su ropa, intentando luego beberla. No le molestó para nada que fuera algo rojiza.
Pero, debido a los movimientos desesperados y bruscos sus heridas se abrieron nuevamente. Así que una vez más, respiró agitadamente, tembló mucho, apretó los dientes y se acurrucó en una esquina en posición fetal intentando reunir calor.
—Es horrible —comentó uno de los guardias al alejarse un poco.
—No es nuestro trabajo opinar —respondió con severidad su compañero.
—Pero… es que nunca pensé que un príncipe podría soportar tanto y encima rodeado del fétido olor de sus propias necesidades en ese lugar tan cerrado y oscuro…
—¡Es suficiente! Si alguien te escucha hablando así nos meteremos en problemas, sólo debemos seguir órdenes.
Durante estos días, Shen había reflexionado, cada vez más obsesivamente, sobre cuál fue su error, su mal movimiento, para acabar así.
Finalmente encontró lo que creyó su respuesta. Llegó a la conclusión de que su error fue haber cambiado de método aquella vez al salvar a los refugiados de esa secta de "Guerreros lobo" y apostar su vida nuevamente al intentar salvar a la aldea Panda,
Qué ingenuo fue al pensar que podía hacerse a la cima ayudando al mismo tiempo a personas indefensas, cuando ni siquiera él estaba librado de esa oscura crueldad del palacio. Pues, al parecer ni siquiera su vida fue alguna vez suya.
¿Realmente había acabado todo? ¿En verdad tiró todo su esfuerzo a la basura? No, no podía ser así. Intentó reconfortarse recordando su propósito. ¿Qué era lo que realmente quería? De pequeño deseaba ser notado y amado por sus padres, al crecer se prometió:
Ser rey para impartir justicia en la ciudad y evitar casos como el de su madre y el suyo.
Evitar ser parte de la oscuridad tan aborrecible del palacio, oculta para la mayoría de la ciudad pero evidente y cruel para él.
Pero, tal vez su objetivo no cambió nunca, tal vez quería ser justo y evitar que la oscuridad del palacio consumiera la ciudad para así por fin sentirse amado y llenar ese vacío que lo atormentaba tanto. Tal vez estaba equivocado, quizás esa oscuridad que tanto temía era parte de la ciudad e incluso del mundo entero, entonces ¿Cómo podría él evitar casos como el de su madre y el suyo?
Creía que la razón por la cual quería ser un buen gobernante de Gongmen era para evitar que la injusticia que vio en el sucio palacio en el que creció no se expandiera por el reino entero.
Pero en realidad, quizás estaba intentando evitar que el odio que creía sentir por parte de todos en aquel palacio se extendiera al resto de la gente de la ciudad. Tal vez, en realidad eso era lo que lo aterrorizaba.
Tenía la esperanza de que siendo un buen gobernante la gente lo amaría, tal vez incluso sus padres, que siempre se sintieron distantes, cambiarían. Lo amarían y dejaría de sentir ese vacío tan abrumador.
Durante su estancia en prisión, Shen tuvo nuevamente pesadillas, a veces recordando su solitaria niñez, a veces con los cuerpos sangrientos regados por el campo de batalla en la frontera de Gongmen, a veces con la muerte de esa mujer de la aldea panda.
Se retorcía en el suelo frío, arrugando fuertemente las cejas solo para despertar repentinamente y no ver absolutamente nada. Al estar rodeado de esa oscuridad tan absoluta, se preguntaba si todavía seguía soñando.
Para el cuarto día, Shen había perdido la noción del tiempo, sentía haber estado siempre allí, como si ese fuera su verdadero hogar, tal vez sólo fue un sueño el ser príncipe de Gongmen.
Al notar con mayor claridad los insultos, miradas de odio y basura dirigidos a su cuerpo. Fue consciente de su ingenuidad. Sintió la punzada de dolor en su pecho, más dolorosa que los latigazos que recibía en su espalda.
Era curioso, esta escena se quedaría aún más grabada en su mente que el dolor debido a los latigazos. Esos rostros de desprecio funcionaron cual anestesia.
Con la mente nublada y como suele ocurrir en estas situaciones, el dolor de cabeza debido a la sobrecarga de la mente fue interrumpido por un pensamiento que en principio parecía trivial. "Hace mucho tiempo que no lloraba".
Recordó que de pequeño solía llorar mucho, con el tiempo fue haciéndolo menos y finalmente un día se prometió que no caería presa de la frialdad del palacio, esa noche se había dormido llorando, esa fue la última vez.
Entonces cerró los ojos y bajó la cabeza, apretando nuevamente los puños hasta clavarse las uñas en las palmas, intentando controlar su respiración y evitando que las lágrimas que ahora parecían humedecer sus pestañas cayeran nuevamente, como hace ya tantos años.
Tal vez la única persona que lo amó fue su madre, quien había muerto por la crueldad del palacio, ese día también se prometió no terminar como ella. Ahora le parecía gracioso, había hecho exactamente eso.
¿Dónde estaba ahora? A punto de morir por esa oscuridad, sin poder hacer nada. De repente todas sus preocupaciones e ideales le parecieron ridículos, irrisorios. ¿Amor? ¿Qué importaba eso? ¿El amor salvó a su madre? ¿Lo salvaría a él? Lo que podía llenar ese vacío era el poder. ¿El amor podía evitar que lo mataran? No, el poder sí. Todo era tan ridículo.
En su soledad e inmóvil, para evitar que el cuerpo le duela aún más debido a las heridas sangrantes, el hambre y la sed. Repasaba su vida una y otra vez. Intuía que había algo que no estaba tomando en cuenta y que tal vez podría ser la causa de todo este desastre.
Con la mente confusa y repleta de desesperados recuerdos fugaces se preguntaba si su vida era realmente suya, si tenía sentido caminar por el sendero que había seguido hasta ahora, si tenía sentido haber vivido así.
En repetidas ocasiones intentó controlar su acelerada respiración al invadirlo una sensación de ansiedad y terror inexplicables, se tocaba el pecho en el cual sentía una opresión extraña intentando reprimir los temblores y náuseas seguidas de un repentino mareo y escalofríos.
En medio de los días de tortura con la mente confusa pensó también en Zhang, si todos estaban cubiertos de oscuridad ¿Zhang también lo estaría?
Esa parte nueva de él, surgida como arma de protección contra este trauma y oscuridad le decía que sí. Pero era muy doloroso para él creerlo.
Aún si sólo hubiera una posibilidad prefería creer tercamente que Zhang era diferente, de lo contrario sentía que el único hilo que lo ataba a su cordura podría romperse.
Así que Zhang sería siempre una excepción, una dolorosa excepción, pues la oscuridad condensada en su solitaria niñez y en las cicatrices de su espalda le advertía que no confiara en nadie.
Los días parecían eternos, le era imposible distinguir cuánto tiempo había transcurrido.