Soplándome las manos en un esfuerzo inútil por devolverles el calor a mis dedos entumecidos, miro fijamente a través de la inmensa extensión de nieve hacia un grupo de lobos que se acerca. —¿Es ese el grupo de Vester?
No. De Ethan. Selene descansa su cabeza peluda contra mi pierna, jadeando después de sus alegres correrías por algunas acumulaciones de nieve. Ella se encuentra muy a gusto con este clima, y más de una madre ha venido a quejarse de que sus cachorros han estado siguiendo a Selene por todo el complejo para jugar en la nieve todo el día.
No sería un problema, enfatizan—repetidamente—si tuvieran la edad suficiente para transformarse. Pero no la tienen, y hace frío, y están obsesionados con el único perro que jamás han visto.
Aparentemente, los lobos no son tan guays como un husky.
Ahora mismo puedo ver a dos niños, asomándose por detrás de un camión como si no pudiéramos verlos. Se están susurrando el uno al otro y señalando hacia Selene.
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