Una manita me sacude para despertarme con una fuerza incongruente, algo que atribuiría a King Kong y no a los gnomos que me han estado protegiendo y enseñando sobre magitech desde mi escape.
Gruñendo, me tapo la cabeza con la manta. Estoy demasiada cansada. —Déjame en paz.
—¡Despierta, despierta, niña perezosa! ¡La guerra ha llegado!
La anciana ama de llaves, tiene que ser ella, porque nadie más me trata como a un cerdo rebelde, me quita las cobijas de un tirón y me golpea las piernas. —¡Apúrate o muere aquí sola!
¿Guerra?
¿Morir?
Mi cerebro aún no funciona, pero salgo tropezando de la cama mientras ella me lanza algo de ropa. —¡Vístete! ¡Rápido! ¡Las botas también! —Me tira las botas a los pies, magullando mi dedo meñique de una manera que me hace chispear y saltar sobre un pie. —¡No hay tiempo, niña perezosa! ¡Muévete!
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