Vanessa echa un vistazo a los signos vitales de Mamá, reportados en tiempo real por un monitor junto a su cama. —Todo se ve bien. Selene, haz tu cosa.
Selene se acerca a la cama del hospital, dejándome atrás.
No hay absolutamente ningún sonido ni pensamiento en mi cabeza, y me sobresalta. Asumí que de alguna manera sería parte de este proceso; que escucharía a mi lobo acercándose al de mi madre.
En cambio, me esfuerzo por escuchar incluso el susurro más leve, sin ningún resultado.
Los segundos se estiran en minutos, y aún así, Selene permanece inmóvil, sus ojos azul hielo fijos en la forma frágil de mi madre. El pitido constante del monitor cardíaco es un metrónomo, una marca silenciosa y rítmica del tiempo que pasa.
Finalmente, después de lo que parece una eternidad, Selene se sacude desde la nariz hasta la cola. Su voz resuena en mi mente, una caricia suave contra mis nervios deshilachados. Su lobo ha cooperado tanto como ha podido.
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