Rosina se volvió seria y sus ojos se encontraron con los de Dona. Caminó frente a ella, se arrodilló y acarició sus mejillas, limpiando las lágrimas secas.
—En cuanto a este hombre, ¿cómo se llama? —preguntó Rosina, a pesar de que ya sabía su nombre.
—L-Luigi —dijo él y ni siquiera podía mirar a los ojos de Rosina sin temblar.
—Señor Luigi, ¿podría decirles a los nobles que lo escuchan cuál es su procedencia? —dijo Rosina con calma y se echó hacia atrás para que Luigi pudiera respirar sin que su aura lo asfixiara.
—Soy esposo y padre de tres hijos. Tenía una carnicería que sostenía las necesidades de mi familia. Jamás engañaría a mi pareja —dijo Luigi y miró a Rosina con los ojos muy abiertos—. Sacrificaría todo por ellos.
—Ya veo. Gracias, señor Luigi —. Rosina sonrió amablemente y se dirigió a la Reina—. Sus ojos se encontraron con una mirada cómplice, especialmente porque habían discutido el caso dos días antes.
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