—Sé que lo haces, amor, y esa es una de las razones por las que te amo tanto. No te haré nada. Sabes que solo estaba respondiendo a tus insinuaciones —Cedric se acuesta y mira al techo del altar—. Oh, esa es una vista genial. Arriba había cristales que brillaban con las luces de las llamas azules alrededor de la habitación. La luz rebotaba en los cristales haciéndolos brillar, reflejar la luz, centellear y destellar.
—Hice esta la sala del altar por algunas razones y los cristales es una de ellas. Eran hermosos y simplemente no podía dejarlos ir. Me recordaban al cielo nocturno. Pasé algún tiempo aquí antes de que me capturaran los traficantes de esclavos. Dejé a mi gente aquí con la tableta de piedra que protegía el libro. Ya no necesito tenerlo escondido aquí y no es algo malo —Ivy, puedes dejarnos. Ve y atiende a aquellos que lo necesiten —Yuki posó su cabeza en el pecho de Cedric y despidió a la chica con un gesto.
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