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Crimen y Fuga

24 de agosto, Proceso Judicial Militar: Caso de Presunta Anarquía.En la austera sala del tribunal militar, los capitanes Meyer, Hawkins, Velázquez y Wong aguardaban en silencio. La atmósfera estaba cargada de desconcierto, como si cada uno de los presentes estuviera conteniendo el aliento, consciente de que el destino de los acusados se decidiría en ese mismo lugar.El juez militar, Antanov Petrov, un hombre imponente con una mirada penetrante y autoritaria entró en la sala y se sentó en su silla elevada. Las paredes, revestidas con paneles de madera oscura, reflejaban la seriedad del momento. Retratos del dictador Voznikov colgaban en las paredes, observando silenciosamente la escena con una presencia ominosa.— En el caso de la Corte Militar del Estado de Mifdak contra los Capitanes Meyer, Hawkins, Velázquez y Wong, se ha convocado a esta sesión para el juicio por los cargos de traición y genocidio en relación con la Operación Ciclón Rojo. Los acusados, ¿cómo se declaran? — Dijo el Juez con voz grave.El Capitán Meyer, con su porte firme y su rostro imperturbable, tomó la palabra con una confianza que desafiaba las adversidades.— Señoría, nos declaramos inocentes de todos los cargos. — Exclamó con seguridad.Su voz resonó en la sala, transmitiendo una determinación que parecía desafiar incluso al dictador que observaba desde su trono elevado.—Estábamos siguiendo órdenes durante la operación, no teníamos conocimiento de ninguna acción ilegal. – Señala el capitán Hawkins con voz firme pero tensa.— Esta acusación es una injusticia, señoría. Estamos siendo utilizados como chivos expiatorios para encubrir la negligencia de los líderes superiores. – Contesta Hans, regalando una mirada desafiante a Voznikov, quien se irrita mirando desde el palco.—Demandamos un juicio justo y transparente, donde podamos presentar todas las pruebas en nuestra defensa. – Afirma Wong, con calma, pero con determinación.El fiscal militar, con su gesto impasible y su mirada fría, se puso de pie para presentar el caso del Estado.— Señoría, las pruebas presentadas por la fiscalía son contundentes. Los acusados son responsables de crímenes atroces que no pueden quedar impunes. – Señala el fiscal.El dictador Voznikov observaba la escena con una expresión de supremacía, como si estuviera disfrutando del poder que ejercía sobre los presentes.— ¡Suficiente con este teatro! Los capitanes son culpables y merecen el castigo más severo. Ordeno que se les condene a muerte de inmediato. – Grita Voznikov. Impaciente por el veredicto del juez.El Capitán Meyer, ante la fulminante declaración del dictador, no mostró ni un ápice de temor. Su confianza era palpable en cada palabra que pronunciaba.— Señor Voznikov, puede ordenar lo que desee, pero nada cambiará la verdad. Usted más que nadie lo sabe. – Contesta Meyer.La tensión en la sala alcanzó su punto máximo mientras los presentes absorbían las palabras del capitán. El destino de los acusados pendía de un hilo, pero Meyer no mostraba ni un indicio de duda. Estaba decidido a enfrentar cualquier obstáculo en su búsqueda de justicia.El juez, observando la situación con seriedad, sabía que este juicio marcaría un precedente en la historia del país. El ambiente se volvía cada vez más tenso con cada intercambio de palabras entre las partes, y el peso de la decisión que se tomaría recaía sobre sus hombros.Los abogados defensores y los fiscales intercambiaban miradas tensas, mientras preparaban sus argumentos con meticulosidad. Era evidente que este juicio no sería fácil, y que las consecuencias de cada palabra pronunciada resonarían mucho más allá de las paredes de la sala del tribunal.En medio de la ansiedad y la incertidumbre, Voznikov alzó su arma y disparó contra Meyer, quien inmutable recibió la bala que atravesó su pecho. Con un movimiento rápido y preciso, Meyer destrozó las esposas que sujetaban sus manos y se lanzó hacia los soldados con una determinación feroz. El caos se apoderó del salón mientras los capitanes procesaban la situación, y Meyer, armado con un rifle, se abrió paso entre los guardias, listo para huir del tribunal y enfrentarse a lo que sea que les esperara fuera.

— ¡Síganme, deben escapar si quieren salir con vida de aquí! – Gritó Hans a sus compañeros, destrozando las esposas de sus manos les dejó vía libre para escapar junto a él.

Los capitanes dispuestos a preservar sus vidas se armaron con rifles y arremetieron contra quien osara impedir el camino que Hans trazaba.Los gruesos muros de piedra absorbían el estruendo del caos que reinaba afuera. Cuando Hans empujó la pesada puerta de roble, el estruendo de las balas resonó como truenos, mezclándose con los gritos de terror y las exhortaciones desesperadas de los guardias tratando de detener la fuga de los reclusos. En medio de la confusión, los capitanes se desvanecieron de la vista de sus perseguidores, adentrándose en una sala vacía y sumida en la oscuridad, donde por fin pudieron permitirse un instante para recuperar el aliento.— ¡Maldito loco! ¿¡Cómo diablos sigues vivo?! —exclamó el capitán Hawkins, aún asombrado por la audacia de Hans.— Esto se está poniendo peor. ¿Qué se supone que hagamos ahora, Meyer? —inquirió Velázquez, su rostro reflejando disgusto ante la complicada situación.— La única opción que puedo darles... es salir del país —respondió Hans con solemnidad.— ¿Salir del país? ¿A dónde podríamos ir si la CSG tiene presencia en todo el mundo? —preguntó Hawkins, con su voz cargada de desdén.— Conozco un lugar, donde la CSG no podrá encontrarnos —afirmó Hans.— ¿Un lugar que no esté bajo el control de la CSG? ¿Es eso siquiera posible? —cuestionó Margot con escepticismo.— Boscovania. Es nuestra única opción en este momento.— ¿Boscovania? Es cierto que han cortado lazos con la CSG, pero ¿cómo podemos estar seguros de que seremos bienvenidos? —inquirió Hawkins, su ceño fruncido por la incertidumbre.— ¡No hay tiempo para explicaciones! ¡Debemos llegar al hangar más cercano y tomar un avión cuanto antes! —urgió Hans.Los capitanes asintieron con seriedad y se lanzaron por los pasillos, dejando atrás un rastro de guardias derribados en su camino, mientras seguían a Hans hacia la liberación exterior del opresivo juzgado.Al salir, se desató un violento enfrentamiento con la policía de la ciudad. El sol de la tarde arrojaba una luz ámbar sobre las calles adoquinadas, ahora convertidas en campo de batalla. Hans se lanzó sobre un soldado, cuyo cráneo cedió bajo el brutal impacto de sus piernas, mientras el estruendo de huesos quebrándose se mezclaba con el grito de dolor del soldado. A su alrededor, el bullicio de la lucha era ensordecedor, con disparos resonando como truenos y el aroma acre de la pólvora impregnando el aire.Wong se cobijó tras un muro, su figura apenas visible entre las sombras alargadas por los últimos rayos del día. Con destreza de experto, disparó su rifle, apuntando certeramente a los talones de los policías que caían uno tras otro, como piezas de un rompecabezas mal ensamblado.En medio del caos, Hawkins avistó un carro de policía y sin dudarlo un instante, el grupo se abalanzó sobre él. Los demás capitanes se apresuraron a subir y, con Hawkins al volante, el vehículo se lanzó a toda velocidad hacia las afueras de la ciudad, rumbo al hangar militar.La persecución fue implacable. Los disparos perforaban los vidrios del coche, creando una lluvia de cristales mientras los capitanes luchaban por mantenerse con vida.— ¡Nos siguen! ¡Acelera, maldición! —gritó Velázquez, su voz cargada de urgencia y frustración.— ¡CÁLLATE Y DISPARA, IMBÉCIL! —respondió Hawkins con un rugido, sus ojos fijos en el camino adelante, cada vez más caótico.Las carreteras, antes tranquilas, se convirtieron en un pandemonio de vehículos destrozados y cuerpos inertes. A pesar de los esfuerzos de los capitanes por llegar al hangar, su avance se vio obstaculizado por la creciente presencia de soldados enemigos.Al finalmente alcanzar el hangar, se encontraron con una marea de uniformes militares hostiles. Al salir del coche, convertido en un colador por los impactos de bala, los capitanes se enfrentaron al ejército que alguna vez habían comandado. El estruendo de la batalla llenaba el aire, mezclado con gritos y el eco metálico de las armas de fuego.Con los disparos resonando a su alrededor, los capitanes Meyer, Hawkins, Velázquez y Wong se refugiaron detrás del carro destrozado, buscando desesperadamente protección contra la mortífera lluvia de balas que caía sobre ellos. La chapa metálica del vehículo ofrecía un escudo frágil pero necesario contra el implacable fuego enemigo.— ¡Tenemos que hacer algo! —gritó Meyer por encima del estruendo de los disparos. — ¡Se nos está acabando la munición!Hawkins asintió con determinación, su rostro cubierto de sudor y polvo.— Son demasiados, ¡Tenemos que despejar el camino!Mientras tanto, Velázquez y Wong intercambiaban miradas tensas, evaluando rápidamente sus opciones en medio del caos. Sabían que debían actuar con rapidez si querían sobrevivir.— Deberíamos aprovechar lo que queda del carro —sugirió Wong, señalando los restos retorcidos del vehículo. — Podemos construir un dispositivo explosivo y distraer a los soldados mientras buscamos una salida.Los capitanes asintieron con aprobación, conscientes de que era su mejor opción en medio de la urgencia. Con manos temblorosas pero decididas, Margot comenzó a desmontar partes del carro, buscando componentes que pudieran utilizar para su plan desesperado.— Usaremos los tanques de combustible como contenedores —propuso ella, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una solución viable. — Y los cables eléctricos pueden servir como mechas improvisadas.Con habilidad y determinación, Wong trabajó contra el reloj, montando el artefacto explosivo improvisado con los materiales disponibles. Cada movimiento era rápido y preciso, mientras el sonido de los disparos continuaba llenando el aire con su furia mortal.Finalmente, con el dispositivo listo y armado, los capitanes lo colocaron con extremo cuidado detrás del carro destrozado. Con un último vistazo entre ellos, activaron la mecha y se prepararon para el caos que se avecinaba.El artefacto explotó con un estruendo ensordecedor, enviando escombros y llamas en todas direcciones y distrayendo a los soldados enemigos el tiempo suficiente para que los capitanes pudieran escapar hacia la seguridad relativa del hangar militar cercano. Con la tensión palpable del momento, se infiltraron dentro del hangar, corriendo con la intención de abordar el primer avión que divisaran mientras los soldados aún seguían su paso y el intercambio de disparos se intensificaba cada vez más.

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