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La casa de la abuela.

Esta experiencia nos sucedió a mi hermana y a mí cuando éramos pequeños. Mi madre siempre nos llevaba a casa de nuestra abuela en las vacaciones de verano y nos dejaba ahí con ella durante las vacaciones, pues mi madre aprovechaba ese tiempo para viajar por cuestiones de trabajo. Como mi papá falleció cuando estábamos muy chicos, ella casi no tenía tiempo porque tenía que cuidarnos, pero mi abuela siempre se ofrecía a cuidar de nosotros durante las vacaciones. A nosotros siempre nos había gustado ir, pues teníamos un terreno muy grande para jugar y queríamos mucho a nuestra abuela. Pero de pronto, todo eso cambió.

Tengo que empezar contándoles que mi abuela vivía en un rancho a las afueras de la ciudad. Ahí fue donde creció mi madre. Alrededor no hay nada, las otras casas están a kilómetros de distancia, solo hay naturaleza con árboles muy grandes, atrás en el bosque. Todo comenzó un verano cuando mi madre nos llevó a quedarnos por todo un mes en casa de mi abuela, como cada verano en ese entonces. La era del internet apenas comenzaba y nosotros no teníamos celulares ni nada de eso en ese entonces, solo era para la gente adinerada. Así que para entretenemos, jugábamos afuera o veíamos televisión. Una noche, mi hermana y yo estábamos en la sala viendo la televisión y comiendo postres, cuando de pronto escuchamos unos ruidos venir del cuarto de mi abuela, la cual para esa hora sabíamos que ya debía estar dormida. Se escuchaba como si alguien arañara la puerta de madera. Yo subí hasta la mitad de las escaleras y le grité a mi abuela si necesitaba algo. Ella me respondió "Sube, Carlos". Subí las escaleras y toqué la puerta de su cuarto preguntándole de nuevo si necesitaba algo. Ella solo me dijo: "Abre la puerta". En ese mismo instante, volví a escuchar a mi abuela hablarme, pero ahora desde abajo: "Carlos, les traje de cenar a ti y a tu hermana, baja por favor".

Mi corazón se detuvo por segundos. Traté de asimilar lo que acababa de ocurrir cuando de pronto escuché más arañazos detrás de la puerta del cuarto de mi abuela, y bajé corriendo las escaleras, con mi cara pálida, completamente confundido y muy asustado.

Mi abuela estaba con mi hermana en la cocina. Ella me preguntó que, si me ocurría algo, y yo le pregunté que, si ella no estaba arriba en su cuarto, pero me dijo que no, que se le había olvidado avisarnos que saldría a la tienda unos minutos. Ya que cuando se fue, yo estaba dormido y mi hermana estaba cambiándose en su cuarto.

Yo no quise mencionar nada de lo que había escuchado. Alguien o algo me había hablado con su misma voz desde su cuarto. Yo era muy joven como para darle la importancia que debía, así que simplemente lo dejé pasar, tal vez por miedo a que no me creyera. En fin, llegó la hora de irnos a dormir. Mi hermana se quedaba en un pequeño cuarto al lado del mío, pero esa noche me preguntó si podía dormirse en mi cuarto, pues tenía un miedo inexplicable. No sabía decirme por qué, pero sentía que alguien la estaba viendo por la ventana.

Para ser sincero, yo también tenía miedo por lo que había ocurrido esa noche, así que le dije que sí. Ella tenía una colchoneta en el piso y ambos nos quedamos dormidos. Poco tiempo duró nuestro descanso, pues a eso de las 2 de la mañana se escuchó un golpe viniendo del piso de abajo. Los dos nos despertamos de golpe, ella muy asustada me preguntó que, si había escuchado, y yo le respondí que sí, que me esperara y que iría a revisar.

Encendí la luz de las escaleras y bajé lentamente. Ahí no había nadie, pero se escuchaban risas, unas risas tan horrendas y perturbadoras. No sabía exactamente de dónde venían, pero sabía que era dentro de la casa. Subí corriendo y cerré la puerta con llave. Mi hermana estaba asustada, preguntándome qué había ocurrido, pero yo no podía hablar, solo me quedé parado detrás de la puerta y escuchamos como alguien venía subiendo las escaleras.

Yo le hice una seña a mi hermana de que no hiciera ruido, y de pronto vimos una sombra de algo caminando por debajo de la puerta, algo que iba y venía pasando de un lado a otro afuera de nuestro cuarto. Mi hermana comenzó a llorar y se le salió gritarle a mi abuela. En eso, aquella sombra dejó de caminar y se detuvo justo enfrente de nuestra puerta. No les puedo explicar el miedo que sentía recorrer por todo mi cuerpo.

Solo corrí a abrazar a mi hermana, a quien no paraba de llorar. Mi abuela parecía que seguía dormida, sin darse cuenta de nada, pues en ningún momento acudió a ver qué necesitábamos. Después del fuerte grito de mi hermana, aquello que estaba fuera comenzó a tocar nuestra puerta poco a poco, pero al punto de que los golpes se hicieron cada vez más rápidos y fuertes.

Los golpes no paraban ni un solo segundo, estábamos tan aterrados de lo que estaba pasando, hasta que mi hermana gritó: "¡Ya basta!" y aquello se detuvo, y hubo un silencio absoluto.

Pero pudimos ver movimiento por debajo de la puerta. Yo me agaché para intentar ver quién estuvo provocando esos golpes y enfrente de mí pude ver unos ojos completamente blancos y brillantes, viéndome fijamente. Yo grité con todas mis fuerzas, hasta que por fin escuché la puerta del cuarto de mi abuela, aliviado de que vendría para ver qué pasaba. Ella nos tocó la puerta diciéndonos que la abriéramos. Mi hermana corrió a abrir la puerta, pero ahí no había nadie. Yo corrí hacia mi hermana y la tomé del brazo para meterla al cuarto de nuevo, cerrando la puerta con llave de inmediato. Toda esa noche no pudimos dormir, nos quedamos sentados abrazados, y los ruidos de afuera de nuestro cuarto no cesaban. Se escuchaban pasos, lamentos, y nos arañaron la puerta varias veces. Fue una noche infernal. No sé cómo describirlo, pero simplemente algo que ni mi hermana ni yo le deseamos a nadie.

Cuando por fin amaneció, mi abuela, como si nada hubiera ocurrido, nos dijo que bajáramos a desayunar. Pero nosotros ya no sabíamos si en realidad era ella, así que no queríamos salir. También le respondí, pero a los pocos minutos escuchamos que se acercaba con el ruido de las llaves para abrir nuestra puerta. Fue entonces cuando la abrió y esta vez sí era ella. Estaba muy preocupada porque no le respondíamos. Nos preguntó que por qué no le hacemos caso y que por qué no queríamos abrirle. Mi hermana solo corrió a abrazarla llorando y le contó todo lo que pasó esa noche, mientras abrazaban y escuchaba todo lo que había sucedido.

Noté que mi abuela no hacía ninguna expresión, como si no le sorprendiera lo que mi hermana le estaba contando. Solamente le dijo que ya había pasado todo y que todo iba a estar bien. Y sin ninguna preocupación, solo nos dijo que ya bajáramos a desayunar. Yo presentí que algo no andaba bien, así que le pedí que le marcara a mi madre, pues solo podíamos hablar con ella una vez al día, porque las llamadas a larga distancia en ese entonces salían muy caras.

La abuela me dijo que no era el momento, que mi madre estaba trabajando, y mejor más tarde le llamaría. Así que obedecí y tuve que esperar. Todo ese día transcurrió normal, nada inusual pasó durante el día.

A eso de las 8 de la noche, mi abuela nos dijo que ya era hora de meternos de nuevo a la casa, pues mi hermana y yo nos lo habíamos pasado afuera jugando todo el día, tratando de olvidarnos de lo que había ocurrido la noche anterior. Al entrar a la casa, yo le pedí a mi abuela que le llamara a mi madre, pues ya era de noche y todo el día estuve esperando el momento para hablar con ella, pero mi abuela me dijo que justo ese día le habían cortado el teléfono y que hasta el día siguiente iría a pagar la cuenta. Pero que no me preocupara, que al día siguiente hablaría con ella y que no pasaba nada.

Tengo que mencionar que al ingresar a la casa algo era muy extraño, había un olor desagradable. Mi abuela nos dijo que se le había echado a perder una carne que había dejado afuera por días, por eso el olor.

Mi abuela solo se dio la vuelta y subió a su cuarto a dormir, y mi hermana y yo nos quedamos en la sala porque estaban pasando películas de esas que nos gustaban en la tele, maratones de fin de semana que antes ponían en los canales para niños.

Así que decidimos quedarnos abajo esa tarde, ya que en nuestros cuartos no había televisión. Ya iban a dar las 11 de la noche, mi hermana y yo seguíamos en la sala viendo televisión cuando de pronto escuchamos pasos en el segundo piso.

Mi hermana bajó el volumen de la televisión para poder escuchar bien, y en efecto, se escuchaban pasos lentos caminando en la planta alta. Mi hermana corrió hacia a mí y ambos nos quedamos viendo hacia las escaleras con el mismo miedo de la noche anterior.

De pronto se escuchó la voz de mi abuela, nos decía: "Carlos, María, suban". Mi hermana y yo nos volteamos a ver, pero le dije en voz baja que no íbamos, pues no sabíamos si realmente era la abuela. Ella obedeció y solo estaba abrazándome, sin dejar de ver las escaleras.

En eso, la voz de la abuela volvió a hablarnos, pero esta vez en un tono molesto. Su voz se hacía cada vez más y más grave, aterradora. Esa ya no era la voz de mi abuela. María comenzó a llorar de nuevo. Yo la tomé de la mano y caminamos hasta la puerta de la entrada. Quería llevármela de ahí, pero la puerta estaba cerrada con llave. No la podía abrir, ni tampoco la de la cocina. Estábamos encerrados totalmente desprotegidos.

Traté de usar el teléfono para pedir ayuda, pero olvidé que no tenía línea. Así que corrimos al baño, que estaba al lado de la cocina, y ahí nos encerramos. De pronto, escuchamos pasos de nuevo. Pero esta vez venían bajando las escaleras y se escuchaba a la abuela riéndose de una forma muy tétrica, como jamás la habíamos escuchado.

Los pasos ahora se escuchaban en la planta baja, caminando hacia donde estábamos nosotros. Mi hermana no paraba de llorar y yo estaba petrificado del terror, pero no podía quebrarme, tenía que cuidar de mi hermana.

De pronto, escuchamos que la abuela se paró frente a la puerta y nos dijo: "Salgan, mis niños, ya están a salvo". Nosotros no respondimos nada, y por supuesto, no abrimos la puerta. Ella volvió a pedirnos que la abriéramos, que ya había pasado todo, pero nosotros por nada del mundo pensábamos abrir esa puerta.

En eso, de un momento a otro, comenzó a maldecirnos y a golpear la puerta de forma tan agresiva, gritándonos que la abriéramos. Pero de pronto escuchamos la voz de mi hermana fuera, pidiéndome que saliera para ayudarla. María y yo nos volteamos a ver. Ella se tapaba los oídos, llorando y temblando. Aquella cosa estaba imitando la voz de mi hermana para engañarme y que le abriera la puerta. Era algo tan macabro, tan retorcido.

Nos quedamos ahí encerrados hasta que dejaron de escucharse los ruidos. No sabíamos qué hora era, pero ya debía estar a punto de amanecer. Yo deseé abrir la puerta para ver si podía encontrar la llave que abría la puerta de la cocina, pues recordé que mi abuela la guardaba en un cajón de la cocina. Y tenía que sacar a mi hermana de ahí.

Salí del baño y mi hermana detrás de mí. Pero antes de que pudiéramos buscar la llave, vimos por la ventana muchas mujeres mayores paradas afuera de la casa, con una extraña vestimenta blanca, viendo hacia dentro. Una de ellas gritó: "¡Ya es hora!", y las mujeres empezaron a caminar hacia la casa, comenzaron a forzar la chapa de la puerta queriendo abrirla.

Le dije a mi hermana que me ayudara a buscar rápido en todos los cajones de la cocina, que debíamos salir de ahí antes de que aquellas señoras pudieran entrar, pues sabía que querían hacernos daño. Mi hermana encontró la llave de la puerta de atrás y pudimos salir corriendo a toda velocidad. No sé cuánto corrimos, yo estaba descalzo y me lastimé los pies con muchas piedras en el camino, mis pies sangraban, pero no me importaba, no quería parar de correr.

Después de correr por mucho tiempo, por fin llegamos a una casa en medio del camino, con un taller en el primer piso. Apenas estaba amaneciendo, no sé qué hora sería, pero el dueño apenas estaba preparando todo para abrir su taller, y al vernos llegar llorando y pidiendo ayuda, nos abrió rápido la puerta y nos dio refugio.

Le conté todo lo que había pasado, y el hombre rápidamente nos prestó su teléfono para que llamáramos a mi madre, quien asustada de inmediato fue a buscarnos. El señor también llamó a la policía, quienes llegaron antes que mi madre. Ellos fueron directo a la casa de mi abuela para ver qué estaba pasando.

Nosotros no quisimos ir con ellos, nos quedamos con aquel señor, quien con mucho gusto cuidó de nosotros y su esposa hasta que mi madre por fin llegó a buscarnos. De inmediato le contamos todo, pero en eso, los policías llegaron a buscarla, diciéndole lo que habían encontrado: a mi abuela sin vida en el armario de su cuarto.

Pero eso no fue lo más perturbador, sino lo que nos dijeron después: mi abuela llevaba al menos dos días sin vida. Todo a mi alrededor se puso borroso. No podía creer lo que estaba escuchando. Entonces, ¿con quién habíamos estado mi hermana y yo esos últimos días? ¿Qué cosa se hizo pasar por mi abuela? No pude con la impresión y me desmayé. Cuando desperté, ya estaba en el hospital de mi ciudad y de inmediato me dieron de alta.

Al llegar a casa, mi madre habló con nosotros, contándonos lo que le había pasado a mi abuela y que no encontraron a ninguna de aquellas señoras que mi hermana y yo les contamos que estaban afuera.

Cuando logramos escapar, ella nos contó que aquel señor del taller que nos había ayudado a mí y a mi hermana le había contado algo a mi mamá que la hizo arrepentirse de habernos dejado en manos de mi abuela. El señor le contó que había rumores en el pueblo de que mi abuela, junto con otra señora, hacían rituales extraños en el bosque cerca de la casa de mi abuela. Un día, un señor que pasaba por la zona vio fuego entre los árboles. Se acercó para ver qué era y dice que vio a varias mujeres, en su mayoría ancianas, alrededor de algo que parecía una fogata. Ninguna llevaba ropa y todas danzaban haciendo movimientos extraños y se reían entre ellas.

El señor corrió de ahí muy asustado hasta llegar al pueblo, y cuando les contó a sus amigos en la cantina, el rumor fue corriendo de boca en boca. Dijo no reconocer a ninguna de las señoras, pues todas tenían el pelo en la cara. La única que logró reconocer fue mi abuela, pues era la única que tenía el cabello corto, así que cubrió su cara con él. Le contó que ya hacía un año de ese suceso, pero que las personas del pueblo empezaron a alejarse de mi abuela porque le tenían miedo. Decían que hacía rituales satánicos, sacrificios de animales y brujería en general. Era una bruja negra.

Mi madre nos dijo que ella sí creía todo eso, pues hacía exactamente un año que mi abuela dejó de llamarla. Las veces que hablaban era porque mi madre le llamaba y mi abuela contestaba muy distante. De hecho, pensó mucho en llevarnos ese verano a que nos quedáramos con ella, pues pensaba que mi abuela estaba enojada, pero que decidió hacerlo de todos modos por necesidad, ya que tenía que salir de la ciudad por su trabajo, aunque nos expresó su arrepentimiento y no se cansaba de pedirnos perdón.

Yo le dije que ella no había tenido la culpa, pues nadie sabía en lo que mi abuela se había metido ni el por qué. Es algo que aún no sabemos después de tantos años. Poco tiempo después, mi madre puso en renta la casa de mi abuela, pero ninguno de los inquilinos duraba mucho tiempo ahí, pues le decían a mi madre que muchas cosas extrañas pasaban allí: ruidos por la noche, pasos y risas.

Una familia que fueron los segundos en alquilar la casa le contó a mi madre que su niña, de apenas 5 años, empezó a hablar con voz de mujer adulta de la tercera edad, y que a veces también la escuchaban platicando con esa misma voz que parecía de una anciana. No soportaron estar más ahí y le recomendaron a mi madre que mejor la demoliera. En menos de una semana, la familia que más aguantó fue una conformada por un matrimonio de unos 50 años que, aún advirtiéndoles lo que decían los otros inquilinos, decidieron rentarla porque ellos eran cristianos y decían que podían ahuyentar al demonio que vivía ahí.

La gota que derramó el vaso para ellos fue que aquella cosa visitaba todas las noches a la mujer del matrimonio y le hacía cosas repugnantes. También dijeron que veían mujeres ancianas afuera muy seguido, sin ropa, diciendo cosas en otro idioma para correrlos de ahí. Después de eso, mi madre hizo caso y demolió la casa. Después vendió todo el terreno a un campesino que lo quería para sembrar. Ya nunca volvimos a saber qué pasó con ese lugar, o si aún siguen pasando cosas. Si aún habitan demonios ahí o ancianas con el dinero de esa venta, nos fuimos a vivir al otro lado del país, pues aquí vive la familia de mi papá, quienes nos tienen mucho cariño, y nosotros a ellos. Aquí hicimos nuestras vidas y siempre vamos a la iglesia para pedir por el alma de mi abuela. Sin duda, es algo que nos marcó a mi hermana y a mí, algo que nunca podremos olvidar y que nos acompañará por el resto de nuestras vidas, hasta la muerte.