Claude se quedó mirando la pintura.
Trazó los contornos de aquellos delicados rasgos con ojos de escultor, recordando lo que sentía cuando pasaba sus dedos por esa piel aterciopelada.
Margarita…
A ella le encantaba pintar. El arte abstracto era su favorito.
Nunca había conocido a nadie como Daisy. Era muy sensible a las formas y los colores. Podía distinguir con un vistazo superficial la mezcla exacta de tonos de un color en particular. Podía descomponer los objetos más complicados en sus formas básicas de un vistazo.
Su trabajo consistía en manchas salvajes de una loca mezcla de colores y formas exageradas. A pesar de todo lo que puso en el lienzo, la mujer estaba callada, siempre sonriendo y siempre de acuerdo. Como un cordero, ella era pura, inocente y amable.
El único que apreció su exquisito gusto por el arte fue Claude. Para ella levantaría un castillo para exponer toda su obra.
Daisy nunca le dijo que no.
Nunca.
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