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Ben & Gwen: Travesía de Pecado

Autor: Xunegami
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Zusammenfassung

Dos pecadores fugados -- Ben y Gwen deciden irse de paseo por la carretera sin avisarle al Abuelo, salvo por una carta. Ambos han llegado a un punto en el que no pueden ignorar el fuego que existe entre ellos. En este intento de estar a solas sin que nadie los conozca, se verán cara a cara con los precipicios a los que pueda llevar la pasión, ahora que nada ni nadie los frena.

Chapter 1Parte 1: Prófugos

—Bueno, parece que éste es el mejor sitio. Si no nos quedamos aquí vamos a amanecer todavía rodando —dijo, poco antes de virar el carro hacia el estacionamiento de un motel al pie de la carretera.

Gwen respondió con irritado silencio. Sabía que él tenía razón, pero no se dignaría a dirigirle la palabra en ese momento.

Luego de que ella pagara por el hospedaje de una noche, usando el dinero que habían ahorrado por semanas, Ben se encargó de llevar todo el equipaje que traían en aquel carro alquilado (ahora, más bien, robado) a la habitación. Estaba tan cansado que ya no le molestaban todas las pequeñas nimiedades que lo fueran sacado de quicio en cualquier otro momento, como la pequeña llovizna que los había sorprendido en el camino, y que continuaba, humedeciendo todo el estacionamiento del motel y empapando por acumulación su chaqueta, a medida que iba y venía llevando las cosas.

—«De todas formas, ya Gwen se encontraba intratable» —pensó. Habían estado viajando por carretera unas seis horas antes de decidirse a pasar la noche en ese establecimiento solitario, y, a pesar del denso silencio que compartían entre sí, el eco de las palabras que se habían dicho durante el camino seguía retumbando en ambas cabezas.

Cuando por fin terminó de mover las cosas a su sitio y cerrar la puerta del cuarto, Ben se encontró con Gwen acostada en una de las dos camas, dándole la espalda. Sabía que no estaba dormida, sino que ésa era su forma particular de decirle «vete al infierno». Después de todo, de esas palabras que habían intercambiado fogosamente durante el viaje discutiendo, las de Ben habían sido las más hirientes, al punto de dejarla a ella en silencio por la mitad del recorrido. En su mente Ben sólo estaba dándole un trago de su propia medicina, siempre viendo una intención implícitamente tajante en las palabras de ella, siempre ridiculizándolo, siempre mofándolo como a un idiota, encontrando nuevos apelativos burlones con los que referirse a él desde que eran niños.

Ahora más que nunca, sin embargo, Ben fuera preferido que Gwen hablara y lo mandara a la mierda, en vez de sólo insinuarlo con un gesto. Precisamente, ya hacía un tiempo que había descubierto lo mucho que le gustaba eso en ella; su forma de enhebrar palabras genuinamente obscenas y utilizarlas ya sea para insultar a quién se lo mereciera o bromear con él, únicamente cuando estaba ellos dos solos, protegiendo así su imagen de persona culta y bien portada. Siempre había odiado esta dicotomía cuando eran más jóvenes, pero desde que habían entrado en la adolescencia, y empezado lo que ahora continuaban escapados, era su rasgo de personalidad favorito, especialmente porque emitía blasfemias mucho más nefastas que él en cualquier situación.

Ben se encogió de hombros, tiró su maleta en una de las sillas y fue directo al baño para darse una ducha caliente y dejar atrás todo el estrés. Entrecerró la puerta, se quitó la ropa, la dejó amontonada (—«Si viera esto me diría que soy un perezoso de mierda»— pensaba, sonriendo con ironía), entró en la ducha y abrió la fosa del agua caliente. Apenas se empapó su cabellera de color té, la calidez del agua dilató la sangre de sus sienes y relajó los músculos de su cuerpo, lo suficiente como para tomar finalmente una profunda inhalación de aire.

—Todo fue un error, ¿verdad? —susurró para sí mismo. Las múltiples gotas sofocaban el sonido de su voz y le permitían reflexionar sin miedo a que Gwen le escuchase. —El abuelo debe estar muy preocupado. Incluso habiéndole dejado esa carta, probablemente sabe que no planeamos volver... al menos no pronto. De seguro ya estaba sospechando todo lo que hemos estado haciendo detrás de sus espaldas...

Como suele suceder cuando el cuerpo está casando y la mente se niega a desacelerar, manteniéndose testarudamente en un riel interminable, sus pensamientos empezaron a viajar por su cuenta. Ben cerró sus ojos, deseoso de que esa cacofonía de palabras, rostros, sonidos, sensaciones...; en fin, que todo fuera enmudecido, ahogado y arrastrado por el agua de la ducha. Fue luego, en el punto mental en el que un minuto y diez podrían ser lo mismo, cuando el tiempo pierde su linealidad, que escuchó la cortina abrirse. Un aroma a durazno entró sutilmente en su nariz. Era el dulce olor de la loción corporal de Gwen.

Ben mantuvo los ojos cerrados momentáneamente, sintiendo esa otra presencia atrás suyo, hasta que sintió el tacto de aquellas suaves manos, deslizándose y entrelazándose alrededor de su cadera.

Se había vuelto más alto que ella (irónicamente, considerando todos aquellos insultos que le propinaba sobre su estatura), al punto de que, estando detrás de él, el ligero mentón y la afilada nariz de Gwen se posaban en uno de los esbeltos dorsales de Ben.

—¿Y ahora qué? —susurró ella. Su voz sonaba como si fuera sido desgastada por el llanto.

—No lo sé. Tú eres la más madura de los dos —respondió él, apretando con sus manos aquellas atadas en su abdomen, fijándose en las hermosas uñas, y aún recordando el argumento que habían tenido. —Haré lo que quieras que hagamos. Eso es todo lo que me provoca ahora —añadió, empezando a acariciar aquellos largos y finos dedos.

—Entonces hagámoslo. No nos queda más nada —dijo ella.

Parecía ser la única forma que conocían para solventar la flagelación mutua que se habían ocasionado. Ya conocían este ciclo; lo habían estado viviendo desde que empezaron a explorarse, y era un tipo de contrición que todavía les ayudaba a resguardar esa vela. Una vela que a duras penas se mantenía encendida entre ambos cuerpos, y que volvía una y otra vez a ofrecerles el calor más reconfortante posible. Y, tal vez, era el propio hecho de ser un secreto, de ser prohibido, de ser una llama guardada en un sitio muy recóndito e íntimo, lo que le hacía mantener su calidez.

Así, al decir esto, las manos de Gwen se escaparon de las de Ben, y se deslizaron con la delicadeza y fluidez de un río descendente hacia sus genitales. Una mano empezó a desplegar gentilmente el glande, abriendo con cuidado el prepucio para luego volverlo a cerrar lentamente y repetir, mientras que la otra recorrió deleitosamente con sus esqueléticas falanges los huesos de la cadera de Ben, junto con sus abdominales inferiores, testículos, glúteos, periné, espalda inferior y superior. Era el tratamiento que se la daba a la realeza, sólo que por parte, en este caso, de la propia princesa altiva y orgullosa.

A pesar de lo débiles que eran sus manos, forzó el cuerpo de Ben a que se volteara con el fin de besarlo con tierna violencia, mientras continuaba masturbándolo. No había nada que le hiciera excitarse más que escuchar los gemidos que extraía de él, silenciados por su propia boca. Cada suspiro de placer le atizaba aún más su encarnizada lujuria, haciéndola morder los labios de Ben cuando éste buscaba recuperar el aliento.

La primera vez que se habían visto desvestidos, Gwen se había sorprendido con el tamaño (específicamente, el grosor) de lo que pensaba que sería el «gusano» de su molesto compañero de veranos, pero incluso antes de presenciar esto, ya había quedado sumamente complacida con su cuerpo. Ben se volvía cada día más atlético con el uso del Omnitrix, y esto se veía reflejado en su tonificación y, lo que más le gustaba, su suculenta zona pélvica. Poco a poco, descubrió formas de explorar sus contornos con mayor profundidad cada vez, lo cual era suficiente para hacerla mojarse sola. Prefería no decirle a Ben lo fácil que era eso, con tan sólo tocarle, pero él lo sabía, y, de todas formas, le encantaba la silenciosa testarudez de Gwen al respecto.

—¿Recuerdas cuando... —empezó a esbozar Gwen entre mordeduras y besos —...empezamos todo esto?

—Ujum... —respondía Ben, interrumpido por succiones y el entrelazamiento de sus lenguas —...no podía creerlo... tu cuerpo era muy lindo como para ser... el de...

—¿Um?

—... una nerd.

Gwen detuvo el beso. Apretó con toda su fuerza el pene de Ben, al que se le escapó un alarido casi femenino (esto le gustó a ella). Con la otra mano tomó su nuca con imperiosidad.

—Idiota.

Sonrió, se satisfajo con la expresión de dolor que había producido, y lo jaló hacia ella para continuar besándolo.

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