A medida que el Drakoptera desataba sus ataques, exudaba un aura de malevolencia que parecía drenar la fuerza y vitalidad de quien tuviera la desdicha de estar en su proximidad.
Los jugadores que se atrevían a acercarse demasiado se encontraban afectados por un extraño efecto de estado: un siniestro resplandor etéreo envolvía sus cuerpos, sustrayendo su agilidad y dejándolos vulnerables a los implacables golpes del Drakoptera. Sus movimientos se volvían lentos y sus ataques carecían de la precisión habitual.
El Drakuto, por otro lado, era una monstruosidad imponente, una fusión de pesadilla de escamas y músculos. Sus enormes garras golpeaban el suelo con una fuerza que estremecía los huesos, creando ondas de choque que se propagaban por el campo de batalla. Cada movimiento de su enorme cola derribaba árboles, dejando un rastro de destrucción a su paso.
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