—Juro que las paredes se están moviendo y me están aplastando —se quejó Alicia.
Rafaela se rió. —Es solo tu barriga abultada.
—¿Perdón? Uso talla veinticuatro.
—¿No querrás decir treinta y cuatro? —bromeó Rosie, y las demás se rieron.
La única mujer que no se rió fue Pamela, cuyos dedos sudaban y sus ojos vigilaban, buscando cualquier luz presente.
Recorrer un camino de tan solo 400 milímetros de ancho con solo una antorcha en sus manos como luz contra la oscuridad no era exactamente su tipo de aventura.
—¿Estás bien? —Silvia miró por encima de su hombro y tomó la mano de Pamela.
Pamela tragó su miedo y engulló su saliva. —S-sí.
Silvia estaba preocupada por Pamela pero decidió respetar su valiente fachada. Pamela no quería ser una carga para el grupo solo porque tenía miedo de los espacios estrechos y de la oscuridad.
Prefirió asumirlo todo por sí misma y no quejarse por el bien de la mayoría.
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