El cuerpo de Roy temblaba bajo el toque de los delicados dedos de Dalila. La forma en que lo atendía era de otro mundo, haciéndolo sentir como un rey servido por una diosa. Sus fríos dedos acariciaban su caliente piel, dejando una estela de fuego en cada pulgada que tocaban.
—No. Por supuesto que no—Roy no podía objetar aunque lo intentara. ¿Quién en su sano juicio rechazaría a tal belleza?
Se rindió ante sus cuidados, disfrutando de cada toque.
El aire se llenaba con un dulce y calmante aroma que parecía envolverlo completamente. Fue solo cuando olió el aire varias veces para encontrar su origen que se dio cuenta de que el aroma provenía de Dalila. Ella se había lavado a conciencia cuando estaban en el río, y las bolas de fuego que se habían creado para iluminar el camino la habían secado, provocando que su olor natural floreciera.
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