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A veces, al dios dragón le gusta disfrutar de la pereza.
Después de todo, los dragones ya son de por sí algo perezosos, dado que no necesitan esforzarse mucho para volverse fuertes.
Y Abadón no era una excepción a esta estadística, ya que disfrutaba de holgazanear y no hacer nada, al igual que el resto de sus descendientes.
Sin embargo, debido a la naturaleza caótica de su vida, en realidad no tenía muchas oportunidades de hacer cosas así.
Sabía que en el futuro tendría tiempo, pero por ahora había demasiadas cosas que requerían su atención y tiempo.
Pero a veces, despertaba en un momento absolutamente perfecto.
Las sábanas se sentían divinas sobre su piel, la habitación estaba oscura y llena de un aire frío y crujiente, y el calor corporal y el olor de sus esposas eran más que suficientes para desvanecer cualquier deseo que tuviera de salir de su cama.
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