—Niño, ¿quién eres realmente? ¿Y qué demonios quieres? —preguntó el cantinero.
—Este me pidió mi identidad. Mira cómo terminó. ¿Seguro que quieres preguntarlo otra vez? —dijo Anon, señalando hacia el cuerpo sin vida de Paul.
—Vale, no preguntaré nada sobre tu identidad, pero ¿qué es lo que quieres de nosotros? —indagó el cantinero.
—Quiero a esa súcubo —declaró Anon, apuntando hacia Lilith.
—Puedes quedártela. Solo perdona nuestras vidas —suplicó el cantinero mientras él y sus compañeros se alejaban de la súcubo.
—¿Qué? ¿Ustedes también me van a dejar? Les di todo mi dinero cada maldita vez, ¿y me van a abandonar así sin más? —preguntó Lilith, dolida por su deserción.
—Lilith, el humano es más fuerte que cualquiera de nosotros. ¿No viste lo que le hizo a Paul? Quiero ir con mis hijos sin salir herido —razonó uno de los hombres bestia.
—Lilith, tienes que irte con él, y no podemos hacer nada al respecto. Lo siento —el cantinero habló con una expresión solemne.
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