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CARNICERÍA

Ese hombre entrecerró los ojos, miró a Esperanza con curiosidad. —Si quiere venir, que venga —dijo con calma y puso los dedos en los labios, luego silbó.

Como si fuera la señal, alrededor de quince personas salieron de los arbustos y detrás de los árboles, vistiendo la misma capa que llevaba este hombre. Esas personas eran sus secuaces.

Rodearon a Esperanza y a ese hombre con lanzas en sus manos.

Esperanza quería decirles que su mortalidad y lanzas no podrían contener a la bestia blanca, pero luego Esperanza se dio cuenta, un metal estaba atado en la punta de la lanza. No era un metal ordinario, sino plata.

Aparentemente, estos cazadores conocían bastante bien a su oponente y Esperanza comenzó a preocuparse.

—Si me llevaste porque crees que mi vida corre peligro, ten por seguro que prefiero estar con ellos que aquí contigo —balbuceó Esperanza. Miraba a su alrededor y se daba cuenta de que estaban listos para una batalla.

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