La mañana siguiente llegó mucho antes de lo que Xenia esperaba. Sus recuerdos de ayer eran un borrón. No pensó que se desmayaría después de esa prueba, pero supuso que incluso ella tenía sus límites.
Solo podía agradecer a sus estrellas de la suerte que Darío había estado con ella durante todo ese esfuerzo.
—¿Cómo te sientes, Xen?
Al despertar, se sujetó la cabeza mientras gemía su malestar. No era tan doloroso como aquella vez que remó el Lucian como una idiota, pero aún así era considerable mientras miraba a su pareja.
—Terrible —dijo sarcástica—. ¿Qué pasó anoche?
Darío alzó una ceja al mirarla desde su mesa. —Te desmayaste por deshidratación —explicó, llevando una taza de té a sus labios mientras continuaba—. Pasaste, por supuesto, pero estuviste terriblemente cerca de morir anoche.
Xenia parpadeó ante la forma en la que su amado le entregó tales noticias. —Bueno, ciertamente no suenas como si casi hubiera muerto.
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