Rosalind parecía preocupada mientras observaba a la mujer que lloraba frente al Conde. Cabello rubio largo, hermosos ojos dorados y un cuerpo esbelto y alto. La mujer parecía estar en sus treinta años, aunque se hacía ver mayor por su ropa y maquillaje de colores oscuros.
—¿Cómo podía ser la Condesa tan joven? —se preguntaba. El Conde parecía alguien en sus cincuenta, tal vez incluso sesenta. No quería juzgar a nadie, sin embargo, nunca esperó que la esposa del hombre fuera mucho más joven que él.
Miró al Duque que estaba de pie no muy lejos de ella. A pesar de que los guardias impedían que Rosalind se acercara al Conde, el Duque parecía divertido. Parecía que solo estaba allí para ver un espectáculo.
La mirada de Rosalind se fijó en el Conde. Estaba demasiado pálido, su rostro parecía un trozo de papel.
—Por favor, sal de la habitación, yo voy a
—¡No! —interrumpió la Condesa Marchiana Caldarera—. ¡No tienes ningún derecho a decirme qué hacer dentro de mi propiedad! ¡Guardias!
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