Cuanto más tiempo Emily miraba el ataúd vacío, más mareada se sentía. Había sentido que algo andaba mal cuando escuchó las voces, pero no podía ver a las personas a las que pertenecían las voces.
—¿Deberíamos informar de esto al magistrado, Rey Raylen? —preguntó uno de los sirvientes preocupado, ya que sospechaban que había ocurrido un robo de tumbas.
Raylen inspeccionó sus alrededores, sin sentir a nadie más que a ellos en la zona. Mientras la nieve seguía cayendo del cielo, respondió:
—No será necesario —. En un solo salto, saltó dentro del ataúd vacío y se acostó en él, aunque se hizo evidente que su longitud era insuficiente para acomodar su cuerpo completo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Emily, sintiéndose un poco ansiosa al verlo acostado en el ataúd.
—Verificando si a Julia no le gustaba el ataúd —respondió Raylen, girando la cabeza hacia un lado. Luego se levantó y salió de la tumba. Dijo:
—El ataúd huele a nuevo .
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