A varios kilómetros del territorio, una sangrienta pelea estaba en curso y alcanzaba su punto álgido.
—¡No vayas ahí, maldita sea! —gritó un hombre corpulento y sucio a su compañero, quien, en su pánico, terminó corriendo hacia la boca de un monstruo en lugar de alejarse de él.
El hombre parpadeó y giró la cabeza, y fue la última vez que podría hacerlo.
¡Splack!
Era de noche y solo las dos lunas parcialmente cubiertas por el denso follaje y una linterna que se apagaba eran sus únicas fuentes de iluminación.
No podían ver lo que sucedía, pero el espantoso sonido de mordiscos y masticación hacía temblar a todos de miedo.
El Barón y los demás estaban pálidos, pero no tenían tiempo para llorar la pérdida de otro compañero.
—¡Distraedlo! —ordenó a su prima, una mujer robusta llamada Bianca, mientras él observaba el monstruo con el que habían estado lidiando juntos.
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