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Capítulo 5: El Viaje hacia la Frontera Sur

Península Ibérica,Reino de León y Castilla,

Burgos,15 de agosto de 1105

El sol brillaba sobre el imponente castillo de Burgos, cuyas altas torres se alzaban majestuosamente contra el cielo despejado. En los jardines del castillo, la vida florecía con exuberancia mientras los pájaros cantaban y las flores perfumaban el aire con su dulce fragancia. Era un día luminoso y prometedor en el reino de León y Castilla, marcando tres meses desde el nacimiento del joven Príncipe Alfonso.

En una de las cámaras más remotas del castillo, Alfonso, el joven Príncipe, yacía en su cuna de madera tallada, sus grandes ojos oscuros observando con curiosidad el mundo que lo rodeaba. A su lado, su hermana mayor, la infanta Sancha, jugueteaba con un muñeco de trapo, entreteniéndose mientras cuidaba de su hermano menor.

El rumor de los sirvientes y el murmullo distante de las conversaciones resonaban en los pasillos del castillo, pero en la habitación de los niños reinaba una paz serena y tranquila.

Alfonso, aunque físicamente joven, poseía una mente madura y astuta, que ya estaba comenzando a tejer planes para su futuro.

Mientras tanto, en los salones principales del castillo, los nobles y dignatarios se congregaban para asistir y discutir los asuntos del reino. Las puertas de madera maciza se abrían con gravedad, revelando la magnificencia del interior del castillo, donde los tapices de seda y las antorchas de oro iluminaban las estancias con un resplandor dorado.

En el gran salón, el Conde Raimundo, padre de Alfonso y Sancha, presidía una reunión de consejeros y aliados, donde se discutían los planes para el futuro del reino. Sus ojos reflejaban la determinación y la sabiduría de un líder experimentado, mientras escuchaba atentamente los consejos de sus consejeros más cercanos.

Raimundo: "Señores, la situación en la frontera sur se ha vuelto cada vez más tensa. Los informes indican que los musulmanes han intensificado sus preparativos militares, y es probable que una incursión sea inminente. Debemos estar preparados para defender nuestras tierras y nuestro honor."

Consejero 1: "¿Cuántos hombres podemos movilizar, mi señor?"

Raimundo: "Estamos reuniendo a todos los hombres disponibles en nuestras tierras. Calculo que podemos contar con al menos mil soldados bien entrenados para enfrentar esta amenaza."

Consejero 2: "¿Y las armas y las flechas, mi señor? ¿Están en suficiente cantidad?"

Raimundo: "Hemos asegurado los suministros de armas y flechas necesarios para equipar a nuestras tropas. Sin embargo, debemos estar atentos a cualquier escasez y tomar medidas para remediarla de inmediato."

Consejero 3: "¿Y qué hay de la seguridad de la familia real, mi señor? ¿Debemos tomar medidas adicionales para proteger al príncipe Alfonso y a la infanta Sancha?"

Raimundo: "Por supuesto. Ordenaré que se refuercen las medidas de seguridad alrededor del castillo y que se aumente la guardia. La seguridad de mis hijos es mi prioridad número uno."

Mientras Alfonso reflexionaba sobre su futuro en su habitación, el eco distante de las palabras de su padre y los consejeros resonaba en su mente. Recordaba las discusiones sobre la tensión en la frontera sur y las medidas de seguridad para proteger a la familia real. Aunque no sentía una fuerte conexión con ellos, excepto por un leve afecto hacia su hermana, su mente estaba llena de ambiciones y deseos de influencia.

Alfonso: (para sí mismo) "La ambición es la clave para asegurar mi posición en este mundo. Exploraré este castillo en busca de oportunidades que me permitan alcanzar mis metas. El poder es mi objetivo final, y haré lo que sea necesario para obtenerlo."

"¿Quieres ver el castillo, Alfonso?" preguntó Sancha con una sonrisa cálida mientras sostenía a su hermano. Alfonso asintió con entusiasmo, sus grandes ojos oscuros brillando con curiosidad.

"Sí, quiero verlo", parecía decir su expresión mientras observaba a su hermana con atención.

Con el Príncipe Alfonso en brazos, Sancha comenzó su recorrido por el castillo. Pasaron por los amplios salones decorados con tapices antiguos y finamente bordados, donde las escenas de batallas y hazañas heroicas cobraban vida con cada puntada.

Mientras caminaban, una sirvienta pasó junto a ellos y saludó cortésmente. "Buenos días, Alteza, señorita Sancha", dijo con una reverencia.

"Buenos días", respondió Sancha con una sonrisa, devolviendo el saludo antes de continuar su camino.

Luego, ascendieron por una imponente escalera de piedra que conducía a las altas torres del castillo. Desde lo alto, podían contemplar la vasta extensión de los terrenos del castillo, con sus murallas imponentes y sus jardines cuidadosamente diseñados.

Descendieron por estrechos pasillos, iluminados por antorchas parpadeantes, que resonaban con el eco de los pasos de los siglos pasados. Sancha señalaba con entusiasmo las puertas decoradas con intrincados grabados y los retratos de antiguos reyes y reinas que adornaban las paredes.

Al entrar en la cocina, fueron recibidos por el cocinero de mayor rango, quien les saludó con una reverencia profunda. "Bienvenidos, altezas. ¿Qué les trae por aquí?"

"Solo estamos dando un paseo por el castillo", respondió Sancha con una sonrisa. "Alfonso quería ver la cocina."

El cocinero asintió con comprensión. "Por supuesto, sientan como en casa. Si desean alguna merienda, estaré encantado de preparar algo para ustedes."

Pasaron también por las habitaciones de invitados, lujosamente decoradas con telas exquisitas y muebles tallados a mano. Alfonso observaba con fascinación cada detalle, imaginando a los nobles huéspedes que habían descansado allí en tiempos pasados.

Finalmente, visitaron los baños, donde las bañeras de mármol y las duchas de agua caliente ofrecían una sensación de comodidad y lujo. Sancha explicó cómo el cuidado personal y la higiene eran importantes para la salud y el bienestar, mientras Alfonso absorbía la información con interés.

A lo largo de su recorrido, Alfonso contemplaba con admiración cada aspecto del castillo.

Después de explorar el castillo con fascinación, Alfonso y Sancha se reunieron con sus padres, el Conde Raimundo y su esposa Urraca, en la sala principal del castillo para una cena familiar. La mesa estaba adornada con sencillez, pero la calidez del hogar llenaba la habitación. Raimundo y Urraca compartían una mirada cargada de amor y preocupación mientras se sentaban a la mesa con Alfonso y Sancha.

Raimundo levantó su copa y brindó: "Por nuestra familia y por el bienestar del reino". Todos asintieron en acuerdo y tomaron un sorbo de vino.

Durante la cena, Raimundo se dirigió a Alfonso y Sancha con afecto, hablando sobre la importancia de la unidad familiar y la protección mutua en tiempos de incertidumbre. Urraca sonreía con ternura mientras observaba a su esposo interactuar con sus hijos.

Después de la cena, Urraca se levantó de la mesa y tomó a Alfonso en brazos. Con cuidado, lo alimentó con leche materna, asegurándose de que estuviera satisfecho y cómodo antes de colocarlo suavemente en su cuna.

Mientras tanto, Raimundo y Sancha continuaron conversando en la mesa, compartiendo anécdotas y risas. La calidez del hogar y el amor de la familia llenaban la habitación mientras se despedían del día.

Después de un rato, Raimundo se levantó de la mesa y acompañó a Sancha a su habitación. Con un beso en la frente, le deseó buenas noches y le recordó lo mucho que la amaba.

Luego, Raimundo se dirigió a la habitación de Alfonso y lo observó dormir pacíficamente en su cuna. Con un suspiro de preocupación y determinación, prometió proteger a sus hijos y a su reino con todas sus fuerzas.

Con esos pensamientos en mente, Raimundo se retiró a su propia habitación, listo para enfrentar los desafíos que el mañana traería.

A la mañana siguiente, el Conde Raimundo se preparó meticulosamente para partir hacia la frontera sur. Se acercó primero a la habitación de Alfonso y después a la de Sancha y los observó con ternura mientras dormían plácidamente en su cuna y en su pequeña cama respectivamente. Sus pensamientos estaban llenos de preocupación por el futuro de sus hijos en un reino tan inestable.

Con un suspiro, Raimundo se despidió en silencio de sus pequeños, acariciando suavemente la mejilla de Alfonso. Sabía que era demasiado joven para entender su partida, pero aun así, le prometió en su mente que regresaría a ellos sano y salvo.

Sancha, ya despierta, observó a su padre con ojos curiosos mientras se preparaba para partir. "Ten cuidado, papá", le dijo con voz suave, sin saber realmente la magnitud de lo que estaba sucediendo.

Raimundo le sonrió con tristeza y le acarició la cabeza. "Te cuidaré desde lejos, hija mía", respondió con ternura, sintiendo un nudo en la garganta al despedirse de ella.

Con un último vistazo a sus hijos, Raimundo se encaminó hacia la puerta principal del castillo, donde lo esperaba su ejército. La mañana estaba fresca y llena de promesas mientras el sol comenzaba a elevarse en el horizonte.

Los soldados se formaron en filas, listos para seguir a su líder hacia la batalla. Raimundo los miró con determinación, sabiendo que su deber como padre y como gobernante lo llamaba a defender su reino.

Con un gesto de despedida hacia sus hijos que observaban desde la entrada del castillo, Raimundo montó en su caballo y se puso al frente de su ejército. "¡Por la gloria de León y Castilla!", murmuró para sí mismo, mientras partían hacia el sur con el sol en sus espaldas y la esperanza en sus corazones.

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