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Dinah se quedó sorprendida al mirar al hombre que apareció encima de los escombros. El hombre tenía ojos que brillaban como la totalidad de la majestuosidad de los cinco soles aztecas, fieros y mortales, que parecía suficiente para no solo quemar el cuerpo de alguien, sino también su espíritu y alma.
Esta visión de gloria no era nada comparado con el dragón de ébano majestuoso que tenían frente a ellos, excepto por sus vivos ojos dorados. No tenía la forma de un monstruo ni de una bestia, pero su presencia sola era suficiente para hacer que todos y cada uno de los enemigos de corazón débil huyeran por sus vidas. Simplemente tenía ese aura de un dios antiguo mientras permanecía allí, inmóvil.
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