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Promesa (I)

Por la noche, visito de nuevo a Guo Xua y Lin Tao. Después de que las chicas me hayan dejado atarlas a todas. Y abusar de ellas. Mientras camino, no puedo dejar de recordar su imagen. Todas atadas y desnudas para mí. Ha sido excitante.

Cuando llego, mis mamás protestan. He dicho que me alegraba de verlos, mirando a sus barrigas. Guo Xua ha hecho gesto de morderme. Aunque al final me besa. No obstante, exige tener la iniciativa. Es poco habitual en ella. Está preciosa. La forma más redondeada de su barriga le da una sensualidad diferente. ¿Hasta dónde crecerá?

Aunque, cuando me desnuda, veo que me mira preocupada.

–¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? ¿No duele?– me pregunta.

–¿Te has quemado?– se preocupa también Lin Tao.

Miró mi pierna. Sí que parece que haya una quemadura. ¡Ah, claro! Salcuatro se ha metido entre mi ropa antes. Me ha costado sacarla. Igual, el veneno de su piel ha dañado un poco la mía al estar tanto rato. Ni me he dado cuenta.

–Vaya, no lo había notado. Estaba jugando con una salamandra. Parece que al final, sí que me ha quemado un poco la piel. No es nada– les aseguro. Es la verdad.

–Tienes que ir con cuidado– me regaña Guo Xua, sin preguntarme de dónde he sacado una salamandra.

–¡No es culpa mía! ¡Era muy traviesa!– me defiendo.

–No asumes tu responsabilidad, tengo que darte una lección– me amenaza ella, en una actitud bastante inusual –. Mmmmm.

Restriega mi miembro contra su vagina. Durante un rato, se mueve sobre él. Mirándome. Con la boca entreabierta. Con su cuerpo desnudo totalmente expuesto ante mí. Su piel clara contrasta con sus oscurecidos pezones. Voy notando como sus líquidos me lo humedecen. Hasta que lo mete en su interior.

A pesar de sus amenazas, se mueve con dulzura. Disfrutando de mí. Dejándome disfrutar de ella. Sin dejar nunca de mirarme a los ojos. A veces agarrándose sus pechos. A veces dejándolos rebotar libremente. Estamos un buen rato compartiendo un sexo tan calmado como apasionado.

En cuanto a Lin Tao, no le he dado opción. Está atada y amordazada mientras follo con su señora. Podría liberarse si quisiera, pero le excita demasiado. Y es muy obediente.

Las cuerdas se restriegan contra su vagina. Y lo siguen haciendo cuando la sodomiza a cuatro patas. Por supuesto, las cuerdas acaban mojadas.

Me pide perdón por eso cuando la acuso. Aunque no es muy sincera. Está más bien excitada. Y su vagina es la víctima de la segunda ronda. Esta vez, las dos sobre la cama de cara a mí.

No puedo evitar acariciar sus barrigas de vez en cuando mientras las penetro. Ni estrujar sus pechos que parecen querer explotar. Luego, me exigen muchos besos y caricias.

Se las ve felices con su embarazo. Sus sonrisas son radiantes. Lo único que las preocupa es que, por ahora, no han encontrado una comadrona para que las ayude en el parto.

–Espero que no sea cosa de ellas– ha dicho preocupada antes.

Se refiere a las otras concubinas. Aunque ha asegurado que su hijo no tendría nada que ver con las disputas por el poder, eso no significa que no le puedan poner trabas. Que no desconfíen. Si es así, le será difícil encontrar a alguien. Así que llamo a Hong cuando vuelvo. Estaba despierta, hablando con su ahijada. Las dos en la cama. Ella sabe más del tema. Bronceada se sorprende bastante cuando desaparece. Se acaba encogiendo de hombros.

–No sé dónde podrías encontrar a otra, hace tiempo que perdí los contactos. Pero, si les hace falta, yo he sido comadrona muchas veces, tengo experiencia. Me aseguraré de cuidarlas, e incluso puedo ayudarlas en la tienda. Aunque tiene un precio– me asegura.

–¿Un precio?– me extraño.

–Podré verte menos, así que me mereceré un trato especial– me abraza y me besa, cariñosa.

–Supongo que no puedo regatear– le sonrió, una vez nos separamos.

–No– ella sonríe también.

Nos volvemos a besar. Es muy sensual. Pero tengo que acabar devolviéndola. Y la veo hablar con Bronceada. Supongo que tiene curiosidad por saber qué ha pasado.

Llamo a Wan. Estaba dormida. Pero le tocaba hoy. Me acuesto a su lado en la cama.

–Kong…– se medio despierta.

Me besa con suavidad. Se acurruca a mí. Y se vuelve a dormir. Muy pegada a mí. A veces, también puede ser adorable.

—————

A la mañana siguiente, Wan es bastante intensa. Apasionada. Pervertida. En cuanto a las demás, ya me habían avisado de que se vengarían. A pesar de que se habían dejado.

Así que me atan. Aunque con ropa suave y no cuerdas. Se van turnando. Tratándome como a un objeto sexual. Sus cuerpos botando sobre mí son realmente seductivos. Me está bien ser un objeto sexual si es con ellas.

Algunas son más dulces. Otras más salvajes. Todas muy sensuales. Y todas dejándome más de su Yin de lo habitual. Además, me da la impresión que me están observando con detalle.

Hoy toca empezar con los pulmones. Reforzarlos con su Yin y mi Yang. Empiezo con uno por si acaso. No parece haber problemas. Así que voy con los dos. Es el primer órgano en el que puedo notar algo directamente. Ya sea bueno o malo.

Algunas de las chicas también van avanzando, pero van mucho más retrasadas que yo. Yo tengo todo el Yin de las que de momento no cultivan esa técnica. Ellas, solo el suyo.

No sucede nada. No noto mejoría, pero también es cierto que acabo de empezar. Si la hay, apenas se notaría. Por lo menos, nada va a peor. Supongo que necesitaré unos días para tener respuestas. A medida que los vaya cultivando.

—————

Tienen que pasar cuatro días hasta que mis pervertidas aparecen delante de la puerta de mi cabaña. Parecen emocionadas. Bei Liu incluso da saltitos. Bi Lang se está mordiendo las uñas. Se me escapa una sonrisa. Están adorables. Parece que lo han conseguido. Abro la puerta.

Mientras confirmo que realmente han subido a la seis, ellas se lanzan sobre mí. Entusiasmadas. Ni siquiera lo hacen con una intención sensual. Aunque lo consiguen igualmente.

–¡Kong! ¡Lo hemos conseguido! ¡Mira! ¡Estamos en seis!– exclama Bei Liu, como una niña pequeña, inocente.

Las dos se apartan. Se dan una vuelta entera para que las vea. No es que hiciera falta.

–¿Seguro? Déjame comprobarlo de cerca– la atraigo hacia mí –. ¿Estás segura? Esto no parece haber cambiado.

Le estoy estrujando su pecho. Mordisqueando su oreja. Apretando su nalga.

–Aah… Kong… Quizás mejor que lo compruebes más detalladamente en la cama. Lo verás mejor sin ropa– sugiere ella, provocativa.

Se ha adaptado rápido. Incluso se restriega contra mí. Ya no queda nada de la inocencia de hace unos segundos.

–¡Eh! ¡Yo también he subido!– protesta Bi Lang, tirándose sobre nosotros, abrazándonos a los dos.

Hace que nos caigamos los tres al suelo. Nos reímos. Al menos, hemos entrado. Cierro la puerta con un golpe de qi.

–Felicidades a las dos. Estoy orgulloso de vosotras– les aseguro, manoseando también a Bi Lang.

–¿Qué hay de la promesa?– me exige Bei Liu.

–Tengo algunas cosas que hacer. Id a ver a las demás. Estaban un poco ansiosas por vosotras. Pero no les digáis que os lo he dicho. Vendré para comer. Como prometí, me quedo todo un día– la beso en los labios.

–¡No tardes!– me exige Bi Lang, reclamándome también un beso.

Aún estamos un rato retozando en el suelo. Luego se quejan de que sus vestidos se han arrugado. Me besan cada una en una mejilla antes de irse. Me alegra que todo haya salido bien. Luego comprobaré como están sus 32 nuevos meridianos. Los comprobaré muy pero que muy minuciosamente.

Por ahora, tengo que salir. Aunque llamo a Shun primero. Era la que estaba más ociosa. Dándole el pecho a Wei.

–¿Kong? ¿Me has traído porque tienes envidia y quieres un poco?– se burla al verme.

La beso suavemente en los labios. Y acaricio el pelo de Wei.

–Han subido a seis. Díselo a las demás– le pido.

–¡Ya era hora! ¡Aaah! ¡Kong!– se queja. Le he chupado el otro pecho. Y he añadido qi.

–Tú te has ofrecido– me defiendo.

–Malo…– se queja, aunque sonríe. Y acepta mi beso de disculpa.

La mando de vuelta. La veo llamar a las demás. Agitando su mano libre. No sé qué dicen. Pero sé que estarán contentas. Aunque no se conocen, consideran a mis pervertidas como dos de ellas.

Yo salgo. Me voy a ver las listas de trabajo de esclavos. Le toca hoy a Ai. Se lo cambiará sin problemas. Además, ahora está cerca, en la lavandería.

Me cuelo por la puerta lateral. Los esclavos que me ven no dicen nada. Algunos me saludan. Incluso me agradecen. Resulta un tanto incómodo ser tan popular entre ellos. Con sus indicaciones, no me cuesta encontrar a Ai.

–¡Kong! ¿Qué haces aquí?– me saluda, sin dejar de trabajar.

–Lo que hablamos el otro día, ¿te cambias con Ken?– le pido.

–¡Claro! Se lo digo luego. Pero me tendrás que compensar mañana– exige, sonriendo.

–Por supuesto– la beso en la mejilla.

No me puedo quedar más. No puedo interferir con su trabajo. Me despido de ella y de los otros esclavos. Probablemente, podría seducir a más esclavas si quisiera. Me lo han insinuado alguna vez. Creo que incluso tienen alguna candidata. Pero ya me falta tiempo para las chicas. Me tengo que limitar a ayudar en lo que puedo.

Aparte de dar píldoras a algunos, y algunos piercings, he hecho distribuir una técnica de cultivación. Es la más básica. Pero también la más fácil de aprender y enseñar. Y de copiar.

No se han preocupado de darles ninguna a los esclavos. Pero tampoco pasa nada si distribuyo esta. Es suficiente con dejar la única página en algunos lugares concretos. Y dejar que la vayan mirando cuando pasan.

Es tan básica, que incluso no está controlada su distribución. He visto copias en el mercado. Y las hay por la ciudad. Aunque allí, suelen usar algunas mejores. Solo que los esclavos no tienen la oportunidad de estudiarlas.

Lo único que explica es una forma de respirar para absorber el qi cuando lo haces. No es tan eficiente como atraer el qi activamente, que es lo que hacen otras técnicas. Pero un buen avance para ellos. Sobre todo, cuando están trabajando en zonas de alta concentración de qi. La verdad, no hubiera costado nada que se las proporcionara directamente la secta.

—————

Llego a la cabaña de mis pervertidas a la hora acordada. Para mi sorpresa, no puedo entrar. No están revocados mis permisos, pero han forzado la barrera a no abrirse incluso con ellos. Y ahora, ¿qué hago?

–¡Espera un momento!– aparece por un instante la cabeza de Bei Liu.

Desaparece tan rápido como ha aparecido. ¿Qué estarán tramando? No tengo que esperar mucho para que el bloqueo desaparezca. Supongo que eso significa que puedo entrar.

Lo que me encuentro es la mesa puesta para comer. Aunque de una forma un tanto especial. Ellas acostadas sobre la mesa. Y la comida distribuida por sus cuerpos desnudos. Tapando sensualmente sus pezones o sus entrepiernas.

–Parece que me habéis preparado una comida deliciosa– alabo.

–¡Quítate la ropa! ¡No vamos a estar solo nosotras así!– me exige Bei Liu.

–¡Date prisa en comernos! ¡No puedes usar las manos para coger la comida! Otros usos están permitidos…– me sugiere Bi Lang.

Supongo que no puedo hacerlas esperar. Dejo caer la ropa. Me acerco a ellas. Empiezo por una pequeña cereza que tiene Bei Liu entre los labios. Se la acaba de poner. Mi lengua llega más adentro de lo que debería. Mi mano acaricia su nalga por el lado. La otra, su cabello.

Cambio a Bei Liu, que tiene un poco de crema en los labios. Me obliga a chuparlos en toda su extensión. Y ahora, ¿qué debería comer?

La verdad es que es un festín muy erótico. Mis manos acariciando, estrujando y tentando las partes ya liberadas. Mis labios y mi lengua yendo más allá de coger la comida. Siempre chupando, besando o succionando lo que hay detrás. Sean sus pezones, sus ombligos, sus vaginas o cualquier parte de su piel.

Mis dedos acaban jugando con ambas vaginas. Con ambos clítoris. Ellas tienen problemas para quedarse quietas y no dejar caer la comida que queda. Estremeciéndose. Corriéndose incluso un par de veces.

–Ah. Ah. Ah. No puedo más. Kong…– me suplica Bi Lang.

Así que me pongo frente a su entrepierna. Muerdo el último canapé. La cojo de las piernas y la atraigo hacia mí antes de penetrarla. Puedo ver a su amiga jugando con su clítoris mientras nos ve follar.

Por supuesto, luego le toca a Bei Liu. Que me recibe anhelante. Con su cuerpo lleno de rastros de mi saliva. Pero ni una miga o crema. Me he asegurado minuciosamente.

Se corre sin contenerse. Luego, llena, me abraza. Aún sobre la mesa. Se ha incorporado. Para besarme apasionadamente. Luego me mira y sonríe traviesa.

–Nosotros aún no hemos comido– me revela sensualmente.

–¿Qué quieres…?– pregunto.

Aunque me detengo a medias. Conozco esa sonrisa. Me temo qué planean.

–Túmbate sobre la mesa– me ordena su amiga, traviesa.

Al cabo de un rato, yo estoy tumbado sobre la mesa. Con todo tipo de comida por encima. Incluso, van reponiendo en ciertas partes. Como mis labios, mis pezones y mi miembro. Que lo lamen con lujuria. Me lo tenía que haber imaginado.

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