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25 de Octubre (creo) Transcripción, parte 1

Washington DC, 6:05 AM.

—Hola. ¿Hablo con Jennifer Jones?

La voz del otro lado de la línea reprimió un bostezo.

—Walther, sabes mi número de memoria. ¿Qué diablos se te ofrece a esta hora?

—Solo deseaba charlar con una vieja amiga. ¿Se puede?

—Ese "¿Hablo con Jennifer Jones?" tan formal, invalida lo que dijiste anteriormente. Y no suenas muy amigable que digamos.

Hubo una pausa en la comunicación, de varios segundos. Jones volvió al ataque.

—Ahora, dime qué quieres. ¿Pasó algo malo en Irlanda? Suenas como si tuvieras resaca.

—Mataron a La Hechicera.

Jennifer Jones resopló.

—Demonios. Debí saber que no me llamabas para nada bueno. ¿Y la mocosa hindú? ¿Apareció de nuevo?

—Sí, y terminó peleando con Smith.

—Mierda. ¿Le falta alguna mano a Smith? ¿Quedó con alguna cicatriz?

—Qué fría.

—Esa es mi voz de "estoy genuinamente preocupada". Ahora solo dime si está bien.

—Kali se limitó a noquearlo de un golpe.

—¿Qué?

—Lo que oyes. Parece que le cayó bien. El problema es que ahora Kali va camino a Belgrado. Snowden nos confirmó que la "niña" llamó al Abad del monasterio, por lo que podemos asegurar que tiene el apoyo del equipo de inteligencia del Tíbet. Aunque no sé si sea suficiente.

La agente de la CIA se apretó los párpados, molesta. Si se dejaba ganar por el estrés, estaba segura de que las malditas imágenes empezarían a danzar frente a sus ojos. Y no quería eso.

—¿Y por qué diablos está yendo hacia Belgrado? ¿Ya no es bastante con lo que está pasando allí ahora mismo?

—¿No has leído todavía los protocolos Tesla?

—No, jamás. ¿Esa cosa existe de verdad? ¿No era sólo un cuento de la vieja bruja?

—Uff… Alguien no te está contando todo, me parece. Ahora entiendo el que no te contactaras con nosotros.

Jennifer Jones hizo una pausa. Walther adivinó el acceso de rabia que debía estar teniendo detrás del micrófono.

—Déjate de cháchara y cuéntame más, inglés.

—Bueno, los estuvimos leyendo anteayer, con la ayuda de Kali, y Smith mandó una transcripción a través del Consulado de Belfast. Déjame que te pase el PDF. Léetelo, y llámame cuando tengas preguntas.

Walther cortó. No habrían pasado ni cinco minutos, cuando el ringtone de su celular empezó a sonar de manera insistente. Al contestar, la voz del otro lado tronó:

—¿QUÉ DIABLOS ES TODO ESTO? ¿Y POR QUÉ, POR EL AMOR DE DIOS, ME LO ESCONDIERON TANTO TIEMPO?

—Hey, hey. No te sulfures, Jennifer. Supongo que habrán tenido sus buenos motivos allá por el 45. Además, la historia no se había podido confirmar, hasta ayer.

—¿UN ARMA DE ENERGÍA DIRIGIDA? ¿ME ESTUVIERON ESCONDIENDO LA EXISTENCIA DE UNA TECNOLOGÍA CAPAZ DE ENFERMAR Y MATAR GENTE A MILES DE KILÓMETROS DE DISTANCIA? ¿¡Y POR QUÉ EL DIRECTOR, EN TODO EL MALDITO DÍA DE AYER, NO ME DIJO UNA SOLA PALABRA DE TODO ESTO!?

—Jenn… ¡Tranquilízate!

La agente bufó audiblemente, mientras observaba el techo de la cocina. Su taza de café negro largaba una larga voluta de humo, que se lograba distinguir con claridad entre el frío del ambiente. Otra voluta de humo, esta vez la de un cigarrillo, competía con la del café.

Jennifer Jones esperó un poco más, hasta que la mano que sostenía el teléfono dejara de temblar.

—Esto es una pesadilla… una jodida pesadilla. No puedes decirme esto a las seis de la mañana. No es justo. Las imágenes, carajo.

—Jeniff…

—Dale gracias a Dios de que esa línea de tiempo no cuajó, William. Créeme, ese mundo hubiera sido un absoluto infierno.

—Sí —se rindió el inglés. No podía discutir algo que él ni siquiera podía imaginar.

—Eso explica por qué la gente decía que era un lunático —soltó Jones—. Supongo que le encantaban las cosas extrañas… incluso tan horribles como esto.

—Jenn, hay que centrarnos…

—¡Carajos, William! Se da por sentado que Tesla es un héroe, el inventor de la corriente alterna… pero… ¿Cómo se les quedaría el cuerpo a la gente si le dijeran que su amado Tesla es el inventor de un arma de exterminio en masa? Ese hombre debió ser un demente para experimentar con algo así. ¡Mierda!

—¿Estás bien?

—Diablos… esto es… muy desagradable. Necesito pensar. Y un trago.

El inglés demoró un par de segundos en contestar, como si revisara algo.

—Son apenas las seis y diez de la mañana, Jennifer.

—¿Y justo tú me hablas de borrachos…?

—No dije que…

—Ahh, deja de joder. Entonces: ¿Me estás confirmando que Kali fue a buscar los manuscritos cifrados de Tesla a Serbia? ¿En medio de una guerra civil? ¿Y todavía tenemos que ayudarla?

—Sí, exacto.

—¿Y tenemos que montar una operación de manera exprés, porque no estamos seguros de que el apoyo que tiene esa mocosa sea suficiente para lograr sus fines?

—Sí.

—¿Y debemos confiar en que ningún país tomará represalias creyendo que Kali está trabajando para alguna potencia?

El acólito carraspeó.

—A Anastasia Romanova no le conviene empezar una guerra mundial por… niñerías. Y nuestros militares y políticos no van a ser tan idiotas de enfrentarse entre sí por un arma cuya capacidad solo se especula.

—O sea, tenemos que confiar en la buena fe y la cordura de una psicópata que es aún peor que Kali. Y en que los políticos europeos no se pongan a chantajearse entre sí, aprovechando esto.

—Anastasia Romanova no es idiota. Puede ser algo sanguinaria, pero no está loca. Y en cuanto a lo segundo… es lo que hay.

—Y no podemos simplemente… ¿Matar a Kali?

—¿Qué?

—Piénsalo bien —continuó Jones—. Si advertimos a los serbios de un posible ataque a ese edificio, reforzarán la seguridad y será más difícil que esa pequeña perra pueda entrar. Y podemos mover un escuadrón de nuestra gente en la zona. Ya sabes, un par de observadores, un francotirador y un jefe de equipo. Les pasamos unas fotos de Kali, y listo. Aumentamos las posibilidades de que termine muerta o herida de gravedad, por lo que Anastasia Romanova se quedaría sin intérprete, y los documentos seguirían a salvo. Sería una situación ganar-ganar.

—¿En serio me estás hablando de matar a Kali? ¿Quieres eliminar a la única inmortal conocida que se podría medir con Anastasia?

Jennifer Jones respondió, frustrada:

—¿Y cómo diablos le digo al director que vamos a crear un lío internacional, protegiendo a una persona que atacó una instalación militar en el extranjero? ¡El tipo querrá mi cabeza en una bandeja si llega a averiguarlo! ¡Sé razonable!

—¡Tiene que haber otra opción!

—¡Arghhh, Walther! ¡Eres un dolor de huevos! ¿A quién tenemos ayudando a Kali?

—Al monje Qu-Go… como se llame, que sirvió a la Orden hasta su caída. Snowden y su equipo están con él, pero conocemos de sobra a Edward; ese tipo puede estar de cualquier lado, incluido el de los rusos. Lo cual nos deja solo la opción de ayudar a Kali con nuestros propios medios.

—Déjame hablar con el director.

—¿En serio? ¿Necesitamos la autorización de un viejo de setenta y cinco años para montar una operación?

—Mira quién habla —se molestó Jones—. Y no voy a ser más incisiva porque entiendo que apreciaban bastante a esa bruja.

—Espera, espera. ¿Estás defendiendo a un tipo que no dudó en esconderte todo esto? ¿Qué dejó que agentes más bajos en la jerarquía supieran más cosas que tú misma? ¡Sabes, el director me sugirió que no habláramos contigo del asunto, que ÉL se encargaría de decírtelo cuando "las cosas estuvieran más claras"! ¡Y ya ves lo que pasó!

—¡DÉJAME PENSAR, CARAJO! ¿TE CREES QUE ERES EL ÚNICO QUE ESTÁ BAJO TENSIÓN AQUÍ?

El inglés bajó un poco el tono de voz.

—Escucha. No vamos a necesitar mover hombres en el terreno; podemos usar gente que ya está infiltrada, y no me digas que no tienen gente infiltrada allí mismo ahora, porque me estarías mintiendo. Además, Kali decidió ir sola y de manera discreta, a pesar de nuestros consejos. Tú misma puedes autorizar la operación… y puedes justificarte luego diciendo que fue una emergencia.

—Eso te dejaría en evidencia a ti como soplón, y a mí como una traidora. Además… ¿"Kali" y "discreción" en una misma frase?

El ex-agente recurrió a toda la tranquilidad que aún le quedaba.

—Jennifer, yo no tengo nada más que perder. Mi misión fracasó, y ya no pertenezco a la comunidad de inteligencia. Además, si esa chica no tiene éxito, la cosa podría salirse de control. ¡Que nos regañen va a ser el menor de nuestros males!

—¿Y por eso tenemos que hacerle de niñera? Lo único que va a lograr es que la maten o la capturen. ¡Maldita hindú terca!

—¿Y qué opciones militares tenemos si falla? A ver, dímelo tú, que eres la experta.

Jennifer Jones lanzó un largo suspiro, mientras hundía su cuerpo en la silla. Se masajeó las sienes con ambas manos, presa de una incipiente jaqueca. La cabeza comenzaba a darle vueltas.

—Ninguna que no pueda causar una Tercera Guerra Mundial. Y, además, tenemos que convencer al presidente de esto. O al menos, al Asesor de Seguridad Nacional, el viejo Wells.

—Explica.

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