Todos se giraron hacia donde provenía la voz. El hombre que se encontraba de pie allí era el más agraciado que había visto nunca Rand, demasiado bello incluso para ser un varón. Era alto y esbelto, pero sus movimientos delataban una gran fuerza, flexibilidad y determinación. De pelo y ojos oscuros, su atuendo era apenas menos lujoso que el de Gawyn, con los mismos colores rojos y blancos, como si fueran ropas ordinarias.
Tenía la mano apoyada en la empuñadura de la espada y la mirada centrada en Rand. Rand recordaba cómo había leído sobre como su hermano era el hombre más hermoso de este mundo, pero no se esperaba que fuera algo así. Incluso él era bastante atractivo, muy por encima de la media, pero Galad estaba a varios niveles lejos de él.
Galad: Apártate de él, Elayne – dijo el hombre – Tú también, Gawyn.
Elayne dio un paso y se situó delante de Rand, entre él y el recién llegado, con la cabeza erguida, haciendo gala de su habitual entereza. Galadedrid Damodred era el medio hermano de Elayne Trakand y de Gawyn Trakand los dos hijos de la reina Morgase.
Elayne: Es un súbdito leal a nuestra madre y un buen siervo de la corona. Y está bajo mi protección, Galad.
Galad: Conozco tu amor por los vagabundos, Elayne – dijo en tono razonable el esbelto joven – pero este hombre va armado y no parece una persona de fiar. Si es un leal servidor de la reina, ¿qué está haciendo en un lugar donde no le corresponde estar? Es muy fácil cambiar el envoltorio de una espada, Elayne.
Elayne: Es mi huésped aquí, Galad, y yo respondo por él. ¿O acaso piensas controlarme? – su tono, aunque enojado no molestó en lo absoluto a Galad.
Galad: Sabes bien que no pretendo controlar tus acciones, Elayne, pero este... huésped tuyo no es adecuado, y sabes perfectamente que estoy en lo cierto. Gawyn, ayúdame a convencerla. Nuestra madre...
Elayne: ¡Basta! – lo atajó – En lo que sí has acertado es en que no tienes derecho a controlar mis acciones, y tampoco lo tienes para juzgarlas. Puedes irte. ¡Ahora mismo!
Galad miraba a Gawyn buscando apoyo, pero Gawyn no se atrevía a pronunciar una palabra. Galad no encontrando apoyo en su hermano menor esbozó una reverencia con toda formalidad y se retiró.
Rand no pudo más que sentir pena por su hermano y la mala actitud que tenía Elayne hacia él. Rand sabía que Galad era una buena persona, solo que tenía la cualidad de que nunca mentía, sin importar que. Aunque esto parecía una buena cualidad en ocasiones podía traer problemas para otros y esto ocasionaba que sus hermanos en especial Elayne no tuviera la mejor relación con él.
Rand: Bien, creo que ya les he ocasionado bastantes problemas. Será mejor que me marche. – estaba pensando que más decirle a Elayne cuando Gawyn habló.
Gawyn: Demasiado tarde. Deberías haber echado a correr desde el momento en que Gawyn.
Pronto una patrulla de hombres con uniformes rojos apareció por el sendero, reflejando los rayos del sol con sus pulidos petos. Otros se acercaban al parecer, de todas direcciones. Algunos llevaban las espadas desenvainadas, otros sólo aguardaban para levantar los arcos y l flechas en ellos. Detrás de la malla que protegía sus rostros, todas las miradas eran unánimemente hostiles y cada una de las flechas de punta ancha apuntaba sin vacilar hacia él.
Elayne y Gawyn rápido se interpusieron entre Rand y los guardias que rápido bajaron las armas. Uno de los guardias, probablemente un oficial se acercó sin quitarle los ojos de encima a Rand.
Guardia: Mi lady, perdonadme, pero lord Galadedrid informó de que había un sucio campesino armado que merodeaba por los jardines y que su presencia ponía en peligro a mi dama Elayne y a mi lord Gawyn. – su mirada se posó en Rand y su voz recobró firmeza – Si mi lady y mi lord son tan amables de hacerse a un lado, me llevaré custodiado a este villano. Hay demasiada chusma en la ciudad estos días.
Elayne: Dudo mucho que Galad os diera tal información. Galad no miente nunca. – luego miró a Rand – Este hombre es mi invitado y está aquí bajo mi protección. Puedes retirarte, Tallanvor.
Tallanvor: Me temo que ello no será posible, mi lady. Como mi lady sabe, la reina, ha dado órdenes concernientes a todo aquel que entre en el recinto palaciego sin su autorización expresa y ya se ha avisado a Su Majestad de la existencia de este intruso.
Mientras Elayne discutía con Tallanvor, Rand observaba con curiosidad todo lo que ocurría. Nunca antes había estado frente a la realeza. Si le preguntaban diría que todo ello era muy molesto, pero nada de lo que debía preocuparse. Unos días atrás si se viera en esta situación tendría que bajar la cabeza y obedecer. Incluso con una constitución física como la de él no podía hacerle frente a un ejército ni mucho menos a una Aes Sedai.
Al final Elayne convenció a Tallanvor de conducir a los tres ante su madre, la reina.
Al llegar a la entrada de la sala donde se encontraba la reina Tallanvor alargó la mano hacia la espada de Rand, pero Elayne lo interceptó.
Elayne: Es mi invitado y, según la ley y la tradición, los invitados de la familia real están autorizados a ir armados en presencia de mi madre. ¿Acaso vais a poner en duda mi palabra, negándoos a considerarlo como huésped mío?
Tallanvor titubeó, clavó su mirada en la de la muchacha y asintió.
Cuando entraron en la sala todos se aproximaron hacia la reina. Elayne caminaba de manera altanera y Gawyn inflaba su pecho con orgullo. Rand en cambio caminaba observando todo con curiosidad sin preocuparse mucho por lo que ocurría. Si todo salía bien no pasaba nada y si salía mal solo tendría que hacer las cosas de manera más violenta.
Cuando se detuvieron a unos metros de la reina todos ofrecieron una reverencia. Rand se esforzó por imitar lo mejor posible a Gawyn.
En la sala se encontraba la reina estaba sentada sobre un majestuoso trono dorado. A su derecha un fornido hombre permanecía de pie, con la cabeza descubierta. Aquél debía de ser el capitán general, Gareth Bryne. Al otro lado, detrás del trono, había una mujer ataviada con sedas de color verde oscuro, sentada en un taburete bajo, tejiendo algo con una lana oscura, casi negra. Probablemente sería Elaida la Aes Sedai concejera de la reina.
Los ojos de Rand luego se posaron en la mujer tocada con una guirnalda de rosas finamente entrelazadas, la corona de rosas de Andor. La reina poseía la misma belleza que su hija, en el pleno esplendor de la madurez. Su rostro y su figura, su presencia, llenaban la habitación como una luz que ensombrecía el resplandor de las otras dos mujeres.
Cuando Rand había leído la novela se había llevado la idea que la reina Morgase era una mujer de gran belleza, pero no había pensado mucho en ello mientras hacia el viaje a Caemlyn y solo le emocionaba ver en persona como se veía Elayne quien era posible estuviera vinculada a él en el futuro. Pero ahora que veía a la reina tenía que reconsiderar si no debería tener una mejor relación con ella y tenía una idea de cuando sería el momento perfecto para ello.
Morgase: Podéis levantaros – autorizó con una voz firme y cálida.
Elayne estaba por hablar, pero fue interrumpida por su madre.
Morgase: Según parece has estado trepando a los árboles, hija. Y lo que es más – prosiguió tranquilamente Morgase – se diría que, a pesar de mi prohibición, has ideado la manera de poder ver a ese Logain. – la reina luego miró a su hijo – Gawyn, te creía más juicioso. No sólo debes aprender a no obedecer a tu hermana, sino también a prevenirla del desastre.
Los ojos de la reina se desviaron hacia el imponente hombre que se hallaba a su lado para apartarse rápidamente de él. Bryne continuó impasible, como si no lo hubiera advertido.
Morgase: Esta, Gawyn, es la responsabilidad del Primer Príncipe, tan importante como la de estar al mando de los ejércitos de Andor. Tal vez si intensificamos tu instrucción, dispondrás de menos tiempo para dejar que tu hermana conduzca tus acciones. Solicitaré al capitán general que se ocupe de que no te encuentres desocupado durante el viaje hacia el norte.
Gawyn movió los pies como si fuera a protestar y luego inclinó la cabeza en su lugar.
Gawyn: Como órdenes, madre.
Elayne: Madre – intervino – Gawyn no puede protegerme si está alejado de mí. Ha sido este el único propósito que ha abandonado sus aposentos y no había ningún peligro para nosotros no pudiéramos mirar a Logain. Casi todos los habitantes de la ciudad se hallaban más cerca de él que nosotros.
Morgase: No todos los habitantes de la ciudad son la heredera del trono – contestó con cierta dureza la reina – Yo he visto de cerca a ese Logain, y es un hombre peligroso, hija. Enjaulado, vigilado constantemente por las Aes Sedai, continúa siendo tan temible como un lobo. Ojalá nunca lo hubieran traído a Caemlyn.
Elaida: Se encargarán de él en Tar Valon. – respondió todavía sentada en el taburete no apartó los ojos de su labor al hablar – Lo importante es que la gente vea que la Luz ha vencido nuevamente a la Oscuridad. Y que se sientan partícipes de dicha victoria, Morgase.
Morgase: Con todo, preferiría que nunca se hubiera aproximado a Caemlyn. Elaida, ya conozco vuestra opinión.
Luego siguió una poco importante conversación entre la reina, la princesa y la Aes Sedai sobre como Elayne debería ser más disciplinada y que pronto la Torre Blanca se encargaría de hacer de ella la más grandiosa reina de Andor.
Cuando hubieron terminado la discusión entre los tres la reina observo hacia donde se encontraba Rand y le sorprendió ver lo calmado que se encontraba el chico.
Morgase: Ahora debemos ocupamos del problema de este joven. – señaló a Rand sin apartar los ojos de Elayne – De cómo y por qué ha entrado aquí y de las razones que te han inducido a imponer a tu hermano su condición de huésped tuyo.
Elayne: ¿Puedo hablar, madre? – al ver a su madre asentir continuó – Con frecuencia me advertís de que debo conocer a nuestro pueblo, tanto a sus miembros más poderosos como a los de más humilde condición, pero siempre que me encuentro con alguno de ellos estoy en compañía de una docena de asistentes. ¿Cómo puedo llegar a conocer la realidad bajo tales circunstancias? Hablando con este joven ya he aprendido mucho más sobre la gente de Dos Ríos de lo que hubiera hallado en los libros. Os ruego que no deis mal trato a un súbdito leal, que además me ha enseñado algo acerca de los pueblos que gobernáis.
Morgase: Un leal súbdito de Dos Ríos – suspiró – Hija mía, deberías prestar más atención a esos libros. Dos Ríos no ha visto un recaudador de impuestos durante seis generaciones, ni a un guardia de la reina en siete. Sospecho que en raras ocasiones deben de recordar que forman parte del reino. – Rand se encogió de hombros y casi sonríe al escuchar las palabras de la reina que al verlo sonrió pesarosamente a Elayne – ¿Lo ves, hija?
Elaida había dejado de tejer, advirtió Rand, y lo examinaba con detenimiento. Entonces se levantó del taburete y descendió lentamente del estrado para pararse delante de él.
Elaida: ¿De Dos Ríos? – alargó una mano hacia su cabeza, pero Rand tomó su muñeca antes de que pudiera reaccionar tomándola por sorpresa y sorprendiendo con su acción a todos los presentes.
Rand: Me siento más a gusto con mujeres que tienen un encanto como la reina o la princesa. – luego soltó su muñeca.
La Aes Sedai no estaba nada contenta con la osadía del chico frente a ella, pero no se dejó influenciar por el enojo que crecía dentro de ella.
Elaida: ¿Con este pelo rojizo y estos ojos grises? La gente de Dos Ríos tiene el cabello y los iris oscuros y rara vez es de estatura tan alta, ni una piel tan blanca.
Rand: Nací en Campo de Emond, pero mi madre era de tierras lejanas. Es de ella de quien heredé mi apariencia. Mi padre Tam al'Thor es pastor de Dos Ríos.
Elaida lo miró fijamente y luego se percató de la espada en su cintura.
Elaida: ¿Un pastor de Dos Ríos con una espada con la marca de la garza?
Las últimas palabras de Elaida alarmaron a todos en la sala. Por el rabillo del ojo vio cómo Tallanvor y otro de los guardias se echaban atrás para ganar espacio, con las manos en las espadas, preparados para desenvainarlas y, a juzgar por su expresión, dispuestos también a morir. Gareth Bryne se plantó en el centro de la tarima, interponiéndose entre él y la reina.
Incluso Gawyn se colocó delante de Elayne, con expresión preocupada y la mano apoyada en su daga. La propia Elayne lo miró como si lo viera por vez primera. Morgase no cambió su semblante, pero sus dedos se crisparon sobre los dorados brazos del trono.
Solo Elaida parecía despreocupada, casi sonreía y disfrutaba de la situación en la que se encontraba el chico.