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Deidad 2.323

Viggo volvió a Orario con Sara, Miriam y los hijos de las dos.

Viggo avanzaba a la cabeza junto con Ana y Sakura, conduciendo las monturas rúnicas. La gran estatura de Viggo y las monturas llamaban la atención. Sin embargo, lo otro que llamaba la atención era el gran sequito que lo seguía. Eran cien carretas con guardaespaldas y sirvientes que acompañaban a Miriam.

Viggo doblo en la calle a la izquierda que lo conducía a la casa de su padre, en los límites del distrito herrero.

Detrás de ellos iba un elegante carruaje negro con bordes dorados tirados por cuatro corceles negros. El carruaje insignia de Miriam, donde también iba Sara. Se supone que ellos seguirían a Viggo, pero el carruaje siguió de largo.

Viggo noto este movimiento, giro su corcel y siguió el carruaje. Una vez que estuvo al lado del carruaje, los guardias lo miraron, pero no lo detuvieron. Viggo le dio un par de golpecitos a la ventana.

Miriam abrió la ventana y asomo su hermoso rostro con finas facciones y un cabello rubio —¿Sí?— preguntó

—Te dije que primero iríamos a ver a mi padre. Pedro puede llevar a los demás a la mansión que preparo mi esposa para ti— dijo mientras avanzaba.

—Sí, pero sería mejor prepararnos para tan grandioso encuentro—

Viggo frunció el ceño y le dijo —da vuelta tu carruaje y sígueme. No lo repetiré—

Miriam frunció su nariz, cerró la ventana, pero no dio una orden para cambiar el trayecto.

Viggo frunció la nariz y avanzó por el lado. Sacó el hacha leviatán y la lanzó contra las barras laterales. Los caballos se asustaron, el carruaje perdió su empuje y los animales salieron corriendo. El cochero del carruaje quedó helado y miró a Viggo con miedo.

Viggo giro su caballo y se acercó a la ventana de Miriam. Volvió a tocar el vidrio un par de veces. Por dentro del carruaje se escuchaba el llanto del hijo de Sara y las hijas de Miriam. Esta última abrió la ventana y miró a Viggo con molestia.

—Vamos, ahora— dijo Viggo

—Eres demasiado impaciente— respondió Miriam manteniendo la compostura, pero mostrando un claro descontento en su mirada —ahora dañaste el carruaje ¿Cómo viajamos?—

—No lo sé, no es mi problema, apúrate—

Viggo la quedó mirando y Miriam le sostuvo la mirada durante un minuto.

Los guardias y esclavos que iban en la parte posterior de la caravana miraban a Viggo mientras los civiles y aventureros en la calle se preguntaban ¿Qué estaba pasando?

Miriam soltó un suspiro y cerró la ventana del carruaje. Viggo dirigió su montura lejos del carruaje y la puerta del carruaje se abrió. Entonces bajo Miriam, hermosa, rubia, glamorosa, pero con una mirada fría e indiferente. Ella miró hacia el carruaje que los seguía y espero durante unos segundos. Por supuesto, Pedro, su fiel sirviente que la conoce desde que aprendió a caminar, bajo del carruaje y camino lo más rápido que pudo. Viggo los quedó mirando desde un par de metros de distancia y vio como Miriam le daba órdenes a Pedro.

Solo había una cosa que resaltaba, aunque Miriam fuera la princesa de Opera Meilstora y la dueña de toda la caravana, era bastante suave y cordial con el anciano. Pedro tomo la orden de Miriam y comenzó a movilizar a los sirvientes para que tomaran el carruaje y lo colocaran a un lado de la calle. Otro grupo de guardias fueran por los caballos y pagaran todos los daños que podrían haber ocasionado al escapar. Por último, otro grupo de sirvientes para que limpiaran el carruaje en donde viajaba él para entregárselo a su princesa.

Miriam se subió al carruaje junto a la nodriza y sus hijas. Después lo siguió Sara, quien llevaba al pequeño Diarmuid en sus brazos. Miriam le dio una orden al cochero y este último miró a Viggo. Este último miró al cochero, se dio la vuelta y siguió por la calle que lo dirigía a la casa de su padre.

Viggo no hacia esto por Miriam ni por Sara. Tampoco por los bebés, sino por su padre, quien educo a Jason y Odiseo. Él debería tener el consuelo que ellos dejaron decendencia en este mundo. Seguro su padre se alegraba y trataba de entrenar a los bebés cuando crezcan. Viggo lo sentía así, porque ahora él era padre y podía empatizar con el dolor de su padre al haber perdido a sus discípulos. Incluso si Jason tenía más de setenta años cuando murió, Kain seguía preocupándose por él, corrigiendo sus errores y dándole aliento.

Viggo todavía podía escuchar a su padre gritarle a Jason mientras derramaba lágrimas "Catalina estaría orgullosa de ti". Viggo no conoció a dicha persona, pero según su padre, Catalina fue la primera persona que creyó en los más fuertes aventureros que hayan pisado Orario.

Una vez que Viggo, Sakura, Ana y el carruaje llegaron frente a la casa de Kain, se detuvieron. Viggo, Sakura y Ana se bajaron de su montura. Viggo desvaneció a los corceles rúnicos y espero hasta que Sara y Miriam junto a sus hijos, descendieron del carruaje. Después las llevo a la puerta y llamaron un par de veces.

Para sorpresa de Viggo, estaba su hermana menor, Eina. Sin embargo, el pequeño elfo de cabello esmeralda salió corriendo mientras dejaba la puerta abierta y gritaba "mamá, es Viggo, es Viggo".

Después salió Aina, una de las esposas de Kain junto con Eina en sus brazos. Esta última llevaba un manojo de llaves en sus manos mientras su madre miraba a Viggo y las visitas que lo acompañaban. De primeras, Aina pensó que eran esposas de Viggo. Incluso si la mujer morena se veía humilde con esas túnicas que ocupa la gente del desierto, tenía un bonito rostro. Sin embargo, considerando la animosidad de la mujer rubia con una actitud despectiva como Semiramis y la falta de contacto visual con la mujer morena, entendió que no era el caso. Era más como un grupo formado por las circunstancias del destino. Aina se preguntó ¿Qué estaba haciendo Viggo esta vez?

—Hola, Viggo— dijo Aina, con voz suave y amigable. Como jefe de la guild de aventureros, se había acostumbrado a hablar en este tono cordial, incluso si era con su familia. Aina miró a su pequeña hija, Eina, y le dijo —dame las llaves para poder abrirle la puerta a tu hermano—

—Yo puedo— dijo el pequeño elfo Eina con el cabello color esmeralda

—No, dame las llaves, por favor—

Eina hizo un pequeño puchero y asintió. Le tendió las llaves a su madre y ella las introdujo en la reja —supe que habías salido ¿Vienes a ver a tu padre?—

—Sí, tía, traje un par de amigos. Él se alegrará de conocerlos— respondió Viggo con una pequeña sonrisa amigable.

Aina abrió la reja y Eina se lanzó a los brazos de Viggo.

—¡Viggo!— dijo Eina

Viggo se apresuró y la atrapo antes de que ella se cayera al suelo. Incluso Aina puso una expresión de susto al ver lo temeraria que fue su hija. Sin embargo, soltó un suspiro de alivio al ver como Viggo atrapaba a Eina.

Viggo abrazó a Eina y le dijo —no hagas eso, es peligroso—

—Viggo me puede atrapar— respondió Eina con una gran sonrisa

Viggo soltó un suspiro y sonrió. Después miró a su tía Aina y después miró hacia atrás, vio a Sara y Miriam. Volvió a mirar a Aina y le dijo —ellas son Sara y Miriam, ambas trabajaron para la tía Hera—

Aina abrió la boca en un gesto de asombro. Que ella recuerde, todos los que pertenecieron a la familia Hera abandonaron Orario o se unieron a otra familia. Entonces ¿De dónde aparecieron estás personas? La mujer morena, Sara, le parecía familiar, pero no recordaba mucho a la mujer rubia.

—Vamos, tía, es una larga historia— dijo Viggo

Aina asintió a las palabras de Viggo, los dejo pasar y los guio al patio trasero, donde Kain, como tantas otras veces, estaba sentado bajo el manzano que Hephaestus había plantado hace tanto tiempo.

Kain estaba sentado frente a una mesa redonda con un mantel. Había vino en su mesa y otros manjares. Una copa de cristal estaba servida con vino violáceo. Al mismo tiempo, Kain estaba leyendo un libro. Sin embargo, al escuchar los pasos con sus orejas de elfo, levantó la vista y cuando vio a sus hijos venir en su dirección sonrió con amabilidad. Viggo llevaba en sus brazos al pequeño elfo, Eina, con sus mejillas sonrosadas y una enorme sonrisa en los labios.

Por otro lado, Kain puso atención a Aina, su esposa. Ella seguía viéndose igual de hermosa y joven como cuando se conocieron hace tanto tiempo. Sin embargo, Kain se fijó en las tres personas y los bebes que lo seguían. Una era una mujer morena con una túnica negra del desierto y la otra parecía una princesa con un vestido rojo. Ambas muy bonitas. Kain hizo una sonrió incomoda pensando que a lo mejor esto era un desliz de su hijo y tendría problemas.

—Hola Viggo ¿En qué andas muchacho?— preguntó Kain con una sonrisa incomoda

Viggo llego delante de su padre, alto, de cabello blanco peinado hacia atrás, orejas puntiagudas de elfo y ojos azules. Viggo podía leer en la expresión de Kain ¿En qué lio te has metido? Viggo sonrió y soltó una exhalación a modo de risa.

—Fui de viaje por un par de días— dijo Viggo, se detuvo delante de su padre y Eina, otra vez, se lanzó de forma temeraria contra Kain. Sin embargo, Viggo más fuerte y preparado que su tía, logro sostener a Eina y la bajó lentamente en los brazos de Kain. Este último recibió a su hija, le dio un pequeño beso en la frente y la sentó en su pierna.

La pequeña Eina, elfo de cabello y ojos esmeralda, se sentó en la pierna de Kain como si ella fuera la princesa de un reino y le estuviera dando audiencia a sus sirvientes. Ella sonreía segura y digna como una pequeña emperatriz a pesar de que tenía seis años.

Viggo sonrió al ver a Eina y después miró a su padre. Se veía joven y si la gente no lo supiera, parecía que Viggo era su hermano mayor. Era uno de los beneficios de ser elfo. Viggo no saco nada de eso y solo fue semidios y en poco tiempo, dios. Puede que deje de envejecer cuando logre su primera divinidad.

—Padre— dijo Viggo con una sonrisa, dio un paso a un lado y señalo con el brazo a Sara y Miriam, la sonrisa en sus labios se desvaneció y continuo con voz suave —ellas son Sara y Miriam, se podría decir que son las viudas de Odiseo y Jason—

Kain miró a las dos mujeres. Se notaba los gustos de sus dos muchachos. Sara parecía una mujer tranquila, seria y confiable, ella debería ser la esposa de Odiseo. De ningún modo Jason hubiera elegido a una mujer que lo pondría en problemas cada vez que se sale de los márgenes. Solo Odiseo buscaría una mujer tan centrada y seria como él.

Por otro lado, estaba Miriam, una mujer rubia con un temperamento y aire similar al de Semiramis. Ella no se quedaría con un hombre como Jason ni por todo el oro del mundo, pero podría tener una aventura con este último. Las mujeres como ella podían tener dos tipos de relaciones: obtenían al hombre indicado o tenían varios amoríos sin nunca atarse a nadie.

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