Camino muy despacio y siento como las gotas resbalan por mis extremidades inferiores. Me toco el rostro un poco avergonzada, mientras él ha entrado primero a su apartamento. Me recogió del suelo en donde caí en vergüenza, me dio su mano y sentí como si la vida volviera a tener luz para mí.
—¡Vamos! —dice con voz enérgica—. Adelante. No tengas miedo de mojar el piso.
Admiro el lugar y me doy cuenta de lo bien que le está yendo en la vida. El lugar es muy espacioso, un departamento de suelo de porcelana, pintando con colores un tantos oscuros y varios de los muebles son de colores grises. Tiene muy buenos gustos, después de todo.
No miento al declararme de que estoy nerviosa al estar aquí. Entra por una de aquellas habitaciones y saca dos toallas, me extiende una, tomando una relativa distancia de que sinceramente quisiera que no existiera.
—Es mejor que te seques o te resfriaras —pasa la toalla por todo su cabello mojado y el rostro empapado—, si no has cambiado como debo imaginar. Tus resfríos son de los peores.
Sonrío al saber que no ha olvidado después todo lo que soy. De que dentro de él, hay mucho de mí. Que todavía recuerda la forma en la que mi mundo pendía de él, la forma tan terrible en la que me enfermaba, teniendo que estar en cama todo un día completo.
—Sí, no han cambiado aquellas gripas tan fuertes —le cuento, secando mi cabello que está hecho un desastre—. Muchas cosas cambiaron en mí, menos las gripas fuertes y mi escaza seguridad…
Debí decir que también mi amor por él no ha disminuido ni un poco, es más, se ha vuelto más fuerte de lo que se ha acostumbrado. Más de lo que yo ya lo he pensado.
—Nunca fuiste segura, Jarrieta. Te faltaba convicción desde que te conocí. Y no pienses que es malo, las cosas a veces deben pensarse más de una vez —se quita la camiseta que tiene empapada sobre él, dejándome ver su bello abdomen.
Su cuerpo ha cambiado para bien realmente, sigue teniendo ese cuerpo deslumbrante y bien trabajado, siempre mostrando aquellos pectorales inflados y un abdomen bastante marcado. Siento calientes mis mejillas y un rubor que ya debe de haberme puesto rojo el rostro.
—No lo creas, he ganado más seguridad justo ahora —contesto, con un poco de orgullo en mí—. He dado muchas entrevistas y varias firmas de ejemplares..., justo ahora estoy frente a ti. A pesar de todo, sigo sometiéndome a mis cambios.
Él se queda quieto en su lugar, sigue frotando aquella franela doble sobre su cuerpo, dejando que el silencio acabe un poco más con mi existencia. Siento que estando justo aquí, tengo la oportunidad de decir muchas cosas, una mejor que la otra, algo que por lo menos me salve de ese mar de lágrimas en el que planeo ahogarme.
—Has estado en mi mente…
Él levanta los brazos, al parecer no desea tomar la conversación de nuestro pasado.
—No quiero perder mi… —se toca la barbilla, la restriega con fuerza y mira el techo—. No quiero decir «el tiempo» porque sonará desatinado y podrás tergiversarlo. Pero no quiero seguir en eso, no lo deseo.
Solo yo sé lo duro que ha sido dejar atrás mis dudas.
—No quiero hacerte perder el tiempo —él se mueve de un lado al otro, sin querer escuchar alguna de mis palabras—. Pero cada sentimiento, cada palabra, todo lo que planeo decirte lo he imaginado desde antes, mucho antes de venir aquí. Quizá más del que imaginas.
—Casualmente bajé a comprar unas cosas luego de que te marchaste, pero cayó la lluvia. Te vi a lo lejos, pensé que te habías desmayado y fui por ti… Pensé que estabas herida —empieza a tartamudear y a ponerse nervioso—. Fue un acto de buena humanidad.
No dice ni un poco más, pero lo conozco, sé que está mintiendo. No se acercó simplemente por hacer el acto bueno del día o por ser condecorado, él mismo lo dijo, pensó que estaba herida, le importo después de todo.
—¿Ella está aquí? —pregunto, insegura de que en cualquier momento esa chica a la que escuché su voz regrese, furiosa de que su ex novia intente robarle a su novio.
Romel mira atrás de él una y otra vez, muerde su dedo como un niño pequeño, resopla una y otra vez, sin saber qué contestar. Sus nervios hacen que él pierda un poco el control y cuando lo hace, se deja ver expuesto.
—Ella…, ella…, ella volverá pronto, tan solo fue…, fue de compras sí —no me mira a los ojos.
Arreglo mi cabello un poco, para estar presentable ante él y no quiero que me vea como una niña pequeña que ha salido de su casa a solucionar el último problema que se le ha avecinado.
—Debes de estar muy alterado y confundido también. Que me hayas sacado de la lluvia es un acto que jamás voy a olvidar de ti.
Lleva sus manos a los bolsillos y me da una sonrisa, la sonrisa más hermosa que yo nunca he imaginado.
—No te preocupes, lo hice todo de corazón —suena ahora más serio.
No tengo tiempo, tal vez esa chica vuelva pronto y no quiero meterlo en más problemas de los que ya ha estado. Tiene tanto que hacer, varias cosas que solucionar, incluso le arruiné su tarde de compras.
—No creo que quieras hablar justo ahora —suelto, insegura de su negación—. Pero te desafío por lo menos a un día o dos tomarnos un café y platicar un poco. No ahora, porque sé que estás confundido. Te prometo que merezco un poco la pena.
Romel tan solo se mueve de un lado a otro, trata de no darme su vista hacia mí y me ignora, siento su incomodidad y él puede sentir la mía, es pesada y algo asfixiante.
—No creo que sea correcto…
No voy a dejarlo, no voy a dejar que él simplemente me deje con la palabra en la boca y no me deje explicarme tan solo un poco. No es justo ni para mí y tampoco para él, Romel merece explicaciones y respuestas que antes no tuvo.
—Solo Dios sabe hasta dónde me estás llevando con tus dudas —comenta con pesadez, suena tan desanimado de escuchar mis palabras y los pocos motivos que tiene para conmigo—. Quizá difícil para mí tener que verte. No es porque te odie. No me malentiendas, tan solo sigue doliendo como aquella vez que me dejaste. Ni siquiera puedo saber el porqué de estar tan asustado, cada sentir, cada palabra, cada acción, todo eso ha sido como una bola de nieve que ya me imaginé venir sobre mí y créeme, nunca imaginaras lo que siento justo ahora y… lo que sentí.
<font style="vertical-align: inherit;"><font style="vertical-align: inherit;">Lo entiendo, entiendo tanto a Romel y su malestar, sé lo que debe de estar sufriendo, lo que su cabeza está imaginando en este momento. </font><font style="vertical-align: inherit;">Seguro me idealizará gritando o llorando, echando la culpa a él, gritando improperios de todo tipo a su persona o haciendo mi peor papel de víctima. </font><font style="vertical-align: inherit;">Pero, no haré ninguna de esas cosas.</font></font>
<font style="vertical-align: inherit;"><font style="vertical-align: inherit;">—Ya te lo dije, podremos conversar en un lugar más relajado —no quiero que aquella mujer salió de aquí de nuevo en cualquier momento y armemos un problema más grande—. </font><font style="vertical-align: inherit;">Mañana iríamos a tomar un café por aquí cerca, ¿qué dices?</font></font>
<font style="vertical-align: inherit;"><font style="vertical-align: inherit;">Él divaga mucho en aceptar o declinar la oferta, arruga mucho su frente y aprieta sus labios, pensando en lo mejor o lo que mejor convenga para él.</font></font>
<font style="vertical-align: inherit;"><font style="vertical-align: inherit;">—Está bien, cerca de cinco calles más, frente al parque bicentenario hay una cafetería muy conocida. </font><font style="vertical-align: inherit;">Nos veremos ahí —acepta, luego de tanto pedido.</font></font>
<font style="vertical-align: inherit;"><font style="vertical-align: inherit;">Tan solo doy un chillido muy fino, como el de una niña pequeña que ha conseguido un valioso premio y reafirmo la propuesta. </font><font style="vertical-align: inherit;">Salgo de ahí, no sin antes darle un último vistazo a él, tan hermoso, tan brillante como siempre lo vi en el pasado. </font><font style="vertical-align: inherit;">Estoy segura que el tiempo lo cambió y me hubiera dado el placer de estar junto con él, pero Jarrieta Castellanos has sido muy tonta.</font></font>