Me como la comida que preparó en silencio, mientras ella solo me observa.
—Te daría medicina, pero desafortunadamente mi cuerpo nunca responde a ellas.
—¿Y quién podría responder? Debes tomarte el pote entero para que te haga algo. Es insoportable este dolor. No me gusta sentir esos labios tan resbalosos, es asqueroso. Además, esa toalla que me diste es incómoda. Me guaya la raja.
—Tendrás que soportar los siguientes tres o cuatro días con la quebrada salida de su cauce.
—¿No hay una forma de quitarme esa basura de ahí? No lo sé, ponerme una gasa. ¿No es eso lo que le ponen a las heridas y detiene el sangrado? La tela de una gasa es mucho más suave que la lija que tengo ahí.
—No quiero imaginar lo que voy a tener que vivir contigo desangrándote y haciendo este teatro todos los días hasta que pase. No llevas ni cuatro horas y ya estás insoportable.
—No quiero estar más acostado. Este dolor solo está empeorando — me levanto de la cama y me detengo justo cuando lo hago.
Una extraña sensación pude sentir en esa zona, algo sumamente desagradable.
—Ah, ¿se me están saliendo las tripas o es que acaso me he orinado encima? He sentido algo raro. Tienes que mirarme — me tiro de vuelta a la cama y abro las piernas, en busca de mover mi ropa interior a un lado, pero ella me detiene.
—No te atrevas. Ni se te ocurra enseñarme eso.
—¿Eso? Eso que tengo ahí, es con lo que has vivido siempre y tiene su nombre. ¿Y tú por qué haces esa cara de Mr. Bean? — la señalo y es cuando noto la mancha de sangre en mi mano, provocándome unas náuseas casi instantáneas.
—Eso precisamente quería evitar, pero eres un reverendo imbécil. ¿Por qué no verificas si te hace falta un cambio de aceite y filtro? Tal vez te sorprenda con lo que te encuentres allá abajo.
Me levanto corriendo hacia al baño y es como si hubiera arrastrado conmigo los intestinos. Sí, esa es la sensación que tuve cuando corrí. El único detalle es que esta sensación es permanente y asquerosa. No puedo creer lo que esta mujer me está haciendo pasar. Me siento en el inodoro y la sensación de que me he orinado encima es más intensa. La toalla está repleta de sangre, mucho más que cuando entré a bañarme. ¿Cómo puede vivir una mujer con las cataratas del Niagara entre las piernas? Es insólito.
—Debes cambiarla cada cierto tiempo. Imagina que eres un tierno bebé que necesita cambio de pañales.
—Dime que hay una forma de detener este sangrado.
—No del todo, pero debes mantenerte acostado boca arriba o de lado, así sentirás algo de alivio, ya que la presión de las piernas hará que no vayas a mancharte y no salga demasiado.
—¿Cómo se supone que voy a dormir hoy, si estoy acostumbrado a estar boca abajo? Devuélveme mi cuerpo ya, por favor. Hoy ha sido el peor día de mi vida y todo por tu culpa. No sé cómo puedes atraer a alguien. He perdido la pureza y mi dignidad está por el suelo. Ayúdame a sentirme mejor o quítame esto.
—¿La pureza? ¿Estás dispuesto a hablar sobre lo ocurrido en la universidad?
—¿Sabes? Ya me estoy sintiendo mejor — me seco y luego me subo la ropa interior, me lavo las manos y huyo del baño.
—¿Qué pudo haber pasado para que estés actuando extraño? Si no me dices tú, voy a investigarlo.
—¿Qué demonios le ves a ese Giovanni? Le apesta el hocico, parece a Dumbo y tiene cara de ornitorrinco.
—¿Por qué traes a Giovanni a esto? ¿Acaso la cosa es con él? ¿Qué te hizo? ¿Se burló de ti?
—No quiero hablar de eso. Voy a tratar de dormir.
—Él no era así.
—¿Qué?
—Él no era así, pero desde que se juntó con Franche, ha cambiado mucho.
—¿Quién es Franche?
—Su novia.
—Ha de ser igual de fea a su nombre, por eso sus padres le llamaron así.
—Cometí un grave error y fue escribir esa carta, cuando sabía que él estaba saliendo con alguien más. Aunque no sabía que iba a ser capaz de divulgar el contenido de la carta y de humillarme delante de todos. Ya sé que me equivoqué, pero no importa, ya lo hecho, hecho está y no puedo cambiarlo, solo aprender a vivir con eso y terminar mis estudios. Solo me faltan dos meses para terminar, así que quiero concentrarme en eso y olvidarme de esa situación tan vergonzosa.
—¿Es por eso que te quedas callada y te dejas pisotear de todos? A eso le llamo cobardía. Si tuvieras esta misma actitud que asumes conmigo, con esa gente, otro gallo cantaría. Tienes un porte y una mirada intimidante, tus puños son grandes y duros, más tienes una fuerza sobrehumana. Puedes volarle los dientes a cualquiera que se te cruce en frente y tenga intenciones de joder contigo. Qué buenos recuerdos me trae eso — rio, recordando lo que sucedió y se sienta en el borde de la cama.
—¿A quién golpeaste?
—No lo sé, no le pregunté su nombre. Aunque, aún si le preguntaba, probablemente solo iba a balbucear como un bebé — rio más fuerte, mientras que sus manos se aferran al cuello de mi camisa, acercándome a ella.
—¿Tienes una idea de lo que puede pasar si esa persona a quien le diste se queja? Pueden suspenderme.
—¿Y eso qué? Al menos te defendiste y de esta no creo que nadie se atreva a meterse contigo.
—Como se nota que no te importa. Para mí es muy importante graduarme. ¿Sabes todo lo que he pasado para estudiar en esa universidad, para que un vago e imbécil como tú, mande al carajo cada sacrificio que hice?
—No exageres. Una simple suspensión no es nada serio. Te mandan a tu casa por unas semanas y luego regresas.
—Se nota que nunca has estudiado y solo te esfuerzas en vivir como un parásito de la vida, haciendo malas amistades y viviendo de los malos pasos en los que andas. La vida fácil no deja nada.
—¿Y tú qué mierdas sabes de mí? Ni siquiera sabes quién soy o qué hago.
—No es difícil darse cuenta. Ya viste las amistades que tienes y cómo vinieron a buscarte el otro día. Casi me matan por tu culpa. ¿Me dirás que tu trabajo es honesto? Cuéntame, ¿de qué vives? ¿De qué trabajas? ¿Te mantiene el gobierno? ¿Has visto esta casa como la tienes? Ni siquiera para esa mala vida eres bueno. No tienes casi comida en esa nevera, un comedor decente o muebles. No sirves para nada que no sea quejarte y maldecir todo el día.
Tras la molestia e irritación debido a sus palabras, le agarro bruscamente el brazo y la arrojo a un lado en la cama, subiéndome instantáneamente sobre ella.
—Mira quién habla, la gorda acomplejada y manca que se deja humillar por todos. ¿Quién eres tú para juzgar a los demás? ¿Ah? — agarro el cuello de su camisa y sonríe.
—Es exactamente la misma pregunta que te hago y a donde te quiero llevar. Tu eres igual a esas personas que me humillan constantemente, ¿no te has dado cuenta? Hablas de los demás, tú siendo peor.
—No me conoces, estúpida.
—¿Y debo conocerte para darme cuenta? Voy a regresar con mi madre y le contaré lo que está sucediendo, pero no quiero estar un segundo más bajo el mismo techo que tú.
Lo recuerdo todo; recuerdo claramente esas palabras que le dije a esa mujer que me trajo a este mundo. Como también el olor a tabaco, las jeringas sobre la mesa y el suelo, sus escándalosos gemidos y ruidos que no me permitían dormir en aquel viejo armario, o el tiempo de espera que parecía eterno dentro de ese asfixiante lugar.
—Ya no soporto estar un segundo más bajo el mismo techo que tu.
—Pues lárgate. ¿Quién te está deteniendo? No es como que aportes nada a esta casa, ¿o sí? Todo el tiempo estás interrumpiéndome cuando estoy con mis clientes y termino perdiendo dinero por tu culpa.
—Ya no soporto esto. Todo el tiempo drogada, trayendo a la casa a cuanto hombre te encuentres en la calle y ocultándome en ese armario. Siempre dices que vas a terminar rápido, pero cada día tardas más. No he dormido y mañana tengo que ir a la escuela.
—En vez de estar pensando en esa mediocre escuela, deberías pensar en cómo vas a ayudarme con los gastos. Ya tienes 13 años y tienes el cuerpo de un adulto. ¿Cuándo te irás a trabajar o harás algo por mantener la casa o a ayudar a tu madre? Si quieres comodidades, debería optar por conseguir dinero porque de estudios nadie vive o se mantiene, solo es una perdida de tiempo. Ahora que te veo— levanta mi flequillo y me mira a los ojos—. Si te cortas el pelo y te arreglas, puede que encuentres algo de trabajo. Duerme, mamá se encargará de conseguirte un buen empleo mañana.
No, no quiero recordar nada más.
—Maldita bruja, sal de mi cabeza — sujeto mi frente por el dolor de cabeza que me invade.
—¿Estás bien?
—Sácala de mi cabeza.
—¿De qué estás hablando? ¿Has enloquecido?
—Tú la dejaste entrar de nuevo. Hazme olvidarla — robo sus labios, tras el mismo desespero y angustia al tener todos esos malos recuerdos que creí haber enterrado, pero que han vuelto a aparecer.
A diferencia de los labios de aquel maldito asqueroso, estos labios no me disgustan en lo absoluto. Quiero creer que es por ser mi cuerpo, aunque no imaginé que mis propios labios pudieran sentirse tan suaves y dulces, o que aceleren los latidos de mi corazón. Esta sensación y sabor es embriagante y adictivo.