Regreso a mi casa, luego de haber estado gran parte de la tarde con mi amiga. Sus consejos no me sirvieron para nada, es por eso que busco mi computadora y la pongo encima de mis piernas para hacer una busqueda exhaustiva y profunda que pueda ayudarme con mi problema. La mayoría de los enlaces no son confiables o llamativos que digamos. Los consejos o pasos no son algo que pueda hacer.
Paso 1: Mantener contacto visual.
Sí, como si fuera fácil hacerlo cuando tiene tanto para mostrar y yo mucho por ver.
Ten en cuenta que se trata de mirar atentamente y no de devorarse al chico con la mirada más provocadora del planeta.
Cualquiera diría que esta página está dirigida a mí.
Paso 2: Hablar sobre temas de interés.
¿Qué podría decirle, que ya no le haya dicho antes? Hablar de plantas, no es lo mío. De autos tampoco, ni siquiera sé cambiarle el aceite y filtro, cambiar una goma o echar gasolina sin pedir ayuda.
Paso 3: Sonreír.
Claro, eso es para chicas que tengan una sonrisa Colgate o una dentadura perfecta, no aplica para chicas con andanas, parecidas a un tiburón como las mías.
Paso 4: Contacto físico.
Eso suena prometedor, sino fuera que la confianza no llega a tanto y que si lo toco, terminaré teniendo un orgasmo mental, tres infartos vaginales y una hemorragia nasal.
Estos artículos solo me están deprimiendo, no me ayudan en nada. Mejor me rindo por hoy y dejo que todo fluya con calma. Supongo que tendré que solo alimentar la vista y la papaya.
A la mañana siguiente, bajo a la cocina a prepararme el desayuno, ya que escuché la habladuría que tenían mis padres y sus escándalosos pasos de un lado para otro. Me siento en el sofá de la antesala, lo más cerca a la ventana posible con el propósito de mirar al patio. Cuando abro la cortina y me asomo, veo justo al otro lado el cuerpo de Mauricio. Cierro la cortina tras el susto, pensando que se había dado cuenta, pero la curiosidad me lleva a asomarme de nuevo, pero esta vez por un pequeño lado. Su barriga queda a la altura de la ventana y cada vez que debe llenar de pintura el rolo, su camisa se va subiendo.
¿Es esto un regalo divino? ¿Es acaso hoy mi día de suerte? Tal vez debería comprar boletos a ver si me pego en la lotería.
—Por el amor de Dios, acércate más a la ventana para ver ese lunar que tienes en esa panza tan redondita y gelatinosa; debe sentirse fuera de este mundo el frotar mi cabeza en ella — restrego mi frente contra la ventana y muevo mi cabeza de lado a lado, imaginando que estoy haciéndolo contra él, pero esto es más duro de lo que imaginé.
Cuando lo veo inclinarse a recoger una brocha del suelo, casi los ojos se me salen.
—Oh, sí. Inclínate un poco más. Se te ha caído otro. Me hace falta una doble pasada de rolo. Quiero decir, de pintura.
Está completamente sudado y debe estar sediento, debería darle a beber algo. Digo, agua. Pero si lo hago no podré disimular. Su cuerpo es demasiado erótico, capaz de estremecerme con solo mirarlo. Se ve tan seductor con esa camiseta tan fina, dejando sus brazos visibles y esas gotas de sudor descender por ellos y su cuello. Es demasiado para estos ojos tan puros y para mi corazón. Mi cuerpo está acalorado y eso que no estoy debajo del sol. Embobada con esos pensamientos, escucho el toque en la ventana y veo su rostro al otro lado. Casi me da un ataque al corazón.
—Buenos días, Amanda. ¿Te gusta como va quedando?
—Buenos días, Mau. Sí, te está quedando magnífico. Me gusta mucho — rio nerviosa, con la respiración agitada y mis manos temblando tras ser descubierta.
—¿Quieres que pinte las paredes de tu habitación?
—Oh, sí, por favor. Cúbrelo todo, no dejes ni una parte… sin pintura — aguanta la lengua y deja de ponerte tan nerviosa, que siempre terminas metiendo la pata.
—Perfecto, entonces cuando termine aquí, estaré cubriendo cada parte de tus paredes… con pintura — me imita con una sonrisa y lo miro sorprendida.
¿Acaba de seguirme la corriente con un comentario con doble sentido o es mi cochambrosa mente jugándome una broma?