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Akira

—¿Querías verme? Aquí me tienes, perrita— le dije a Hisa.

—¿Por qué tienes a todos estos hombres aquí metidos, y por qué me tratas así, Akira?— estaba temblando del miedo.

—Una pregunta a la vez, perra. Creo que ya no voy a necesitar de tus servicios.

—¿De qué estás hablando?

—Si hubieras hecho caso y no hubieras venido por aquí, no tendría que hacer esto, pero eres demasiado imprudente.

—¿Qué estás diciendo? Yo solo vine a enfrentarte porque me estabas mintiendo.

—Acabas de hacer mierda mis planes por esa estupidez que acabas de hacer; podías haber esperado a que regresara, pero preferiste hacer lo que se te dio la gana.

—¿Qué te pasa, Akira? Tu no eres así.

—Oh, nena, no me conoces.

—Entonces, ¿Es cierto?

—¿Qué cosa?

—Que me estaba utilizando todo este tiempo.

—Claro que sí, ¿Crees que podría fijarme en una perra común y corriente como tú?

—¿Cómo te atreves? — intentó darme una bofetada, y le sujeté fuertemente la mano.

—¿Crees que un hombre como yo, sé fijaría en una perra embarazada? ¿En qué cabeza cabe?

—¡Eres un maldito!

—Sé todo sobre ti. Desde un principio, todo lo que quería era al bebé que tenías en tu vientre.

—¿Qué?

—Sí, ese bebé que le ibas a parir a mi hermano y se lo ocultaste por cobarde. Te fijaste en mi porque me parezco mucho a él, ¿No es así?

—¿Hermano?

—Sí, ese hombre que visitabas en las noches y te escapabas de la casa de tus padres; ese mismo que te embarazó y te abandonó por zorra.

—¡Cállate!

—Me has servido de mucho. ¿Sabes lo que podré hacer con ese mocoso ahora? No quería que las cosas aún salieran a la luz, pero dado el caso que hablaste demás y mostraste ese mocoso a mi mujer, ahora me toca hacer un cambio de planes.

—¿Tu mujer?

—Sí, la mujer que conociste en la fiesta; esa es mi amada mujer.

—¿Tu mujer no estaba muerta?

—¿Acaso la viste muerta? Está más viva y más buena que nunca. Conociste a la nueva mamá de tu bebé.

—¿Qué? ¿Qué vas hacer con mi bebé?— sus lágrimas bajaban por sus mejillas.

—Por ahora cuidarlo mientras crece un poco más, ya luego lo mato. No quiero cuidar un bebé ajeno. Tener que fingir por tanto tiempo, y tener cerca a un engendro que se parece tanto a mi, es desesperante. Mucho duré sin asfixiarlo o cortarlo en trozos.

—¡Eres un psicópata!— Hisa estaba temblando del miedo.

—Sí, no tienes idea. Aún no puedo matarte, te necesito viva para que me ayudes con mi hermanito. Él vendrá al ataque cuando sepa que su bebé está en mis manos, y ahí el pececito caerá en la trampa.

—¡Eres despreciable! ¡Tu no puedes hacer eso con mi bebé!

—No vas a hacerle falta a ese niño. Ahora tendrá una nueva mamá y mucho mejor tu, por cierto.

—¡Eres un mentiroso, infeliz!

—Has sido una niña muy estúpida, pero me has servido de mucho. Ahora que mi esposa cree que ese bebé es mío, podré usarla para que cuide de él, y así acercarme a ella. No te preocupes por él, estará en buenas manos el condenado. Hasta siento envidia del mocoso ese— reí.

—A mi bebé no, por favor— me rogó.

—Eres demasiado confiada, ¿Realmente creíste que me gustabas? Es una lástima que aún no pueda matarte, pero voy asegurarme de que tengas algo de compañía. ¿Qué tal si haces otra cosa por mi? Te dejaré con mis hombres para que los complazcas y les muestres lo que puedes hacer.

—No, Akira. Hago lo que pidas, pero no me dejes con esos hombres aquí.

—Ellos también merecen cariño. Te gustará, lo prometo. Luego de un rato te acostumbras, pues lo perra lo llevas en la sangre. Fue un gusto mientras duró. Suerte.

—¡No, Akira! — gritó Hisa, mientras Malcom la sujetaba por ambos brazos.

—Encárgate, Malcom. Buscaré al mocoso y me lo llevaré de aquí. Hagan lo que quieran, pero no la maten todavía.

—Entendido, Señor.

Fui a la habitación y miré al niño. Hay que poner las cosas en su sitio. Me pregunto ¿qué dirá mi corderito al ver este mocoso? Tú me servirás de mucho condenado.

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