Esa tarde, de regreso en el salón, An Xiaxia miró de reojo a Qi Yanxi y se concentró en su examen. Sin importar cuánto él se esforzó por distraerla, ella logró ignorarlo todo el tiempo.
Qi Yanxi apretó los dientes y se recostó sobre el escritorio, aburrido, mientras tenía la mirada clavada en la espalda de An Xiaxia. Mientras ella escribía, su larga cola se meneaba con sus movimientos. Algunas mechas tocaron su rostro.
Respiró profundo: era un olor agradable y refrescante. Algo hizo que recordara la tradición de Qixia. Escribió algo en un papel, lo dobló y lo lanzó al escritorio de An Xiaxia.
Desconcertada, An Xiaxia desdobló el papelito y vio una línea garabateada.
—¿Irás al campo de entrenamiento militar de este año?
—¿Estás loco? ¡Déjame en paz! —respondió An Xiaxia.
Qi Yanxi desdobló el papel con grandes expectativas y su rostro se oscureció.
—¿Sabes quién soy? ¿Quién te dio permiso para hablarme así? —escribió.
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