A pesar de la creciente agonía de su maltratada mano, el chico se negó a emitir un sonido, y mucho menos a pedir misericordia.
—¡Maldito! ¡Tus labios están sellados, pequeño amigo!
El hombre le dio otra bofetada, que le hizo voltear la cara hacia un lado.
Al mismo tiempo, la billetera escondida cerca de su pecho se cayó.
Asustado, el chico estaba a punto de recogerla, pero el hombre se adelantó y se la arrebató.
El hombre calvo resopló y, con una risa maligna, abrió la billetera, revelando los fajos de billetes y una fila de preciosas tarjetas de crédito.
—Tú... el hijo de un hombre rico, ¡¿sí?! —preguntó asombrado. Sus labios se rizaron rápidamente en una sonrisa furtiva.
—¡No esperaba que fueras asquerosamente rico, chico! ¡Supongo que tu familia se está revolcando en pasta para que tú mismo lleves tanto!
Youyou frunció firmemente las cejas y le dijo de forma fría e indignada:
—¡Devuélveme la billetera!
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