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Capítulo 4. Obsequio con lazo – Parte 4

Redakteur: Nyoi-Bo Studio

El salón de vidrio tenía ventanas en todas las paredes y un techo de vidrio grueso que dejaba ver el cielo. Había macetas con flores en el invernadero para que se pudieran cultivar las plantas que no podían crecer al estar a la intemperie de Bonelake. Era una de las más hermosas vistas en toda la mansión.

—¿Cuándo van a mudarse de nuevo a Bonelake? –preguntó Leonard, con una de sus piernas estiradas sobre la madera y la otra colgando en el aire.

—No lo haremos, por lo pronto. Mi padre dijo que tiene que terminar el trabajo que el consejo le asignó antes de volver a Bonelake. Los humanos no nos lo están poniendo fácil, tampoco –contestó Julliard mientras miraba el cielo.

—Mis padres generalmente no hablan de esto frente a nosotros. Piensan que nos haría perder la inocencia –giró los ojos.

—Pasa lo mismo aquí, —Leonard columpió sus piernas y miró hacia las altas columnas. —Aunque he escuchado algo sobre los humanos intentando corromper a los vampiros.

—¿Y eso qué significa? –preguntó Julliard, y su primo se encogió de hombros.

—De todos modos, estoy contento porque las décadas ya están terminando y ya estamos en la fase de crecimiento. –dijo, y pasó los dedos por su cabello castaño.

—Al fin estamos creciendo. –murmuró Leonard. A diferencia de los humanos, los primeros años de crecimiento físico y mental de un vampiro se toman su tiempo antes de crecer pausadamente a la edad aproximada de siete u ocho años o por una década, o; en algunos casos por dos, hasta que se reanuda el crecimiento en algún punto anterior cuando éste se detuvo. Los dos niños parecían tener aproximadamente diez años en términos de edad humana.

Leonard vio una pequeña figura que al principio se confundió con un gato; pero luego observó que se trataba de la misma niña que había visto durante el día. No la había visto antes, lo que hacía, obvio que ella era nueva, además de la forma en la que se comportaba. Tenían suficientes criados en la mansión, y eso lo hizo preguntarse ¿por qué aquella niña había sido incluida si un humano de su edad no podría trabajar como los demás? Su primo había estado ocupado mirando las nubes oscuras que aparecían sobre ellos, como para distinguir a la niña que caminaba atrás de las columnas en la obscuridad.

Leonard ladeó la cabeza al verla caminar en puntillas. El cabello de la niña, que había estado recogido, estaba ahora suelto. Por la manera en la que caminaba, dando pasos lentos y girando la cabeza para mirar el extenso salón, parecía que estaba perdida. Leonard todavía recordaba a la niña la manera en la que sus ojos se habían abierto con una mezcla de asombro y miedo cuando él la había confundido con un ladrón que merodeaba por los pasillos y le había tocado el hombro.

—¿Qué haremos con el regalo de Charlotte, Leo? No puede estar esperando seriamente que entremos en un libro para sacar a un personaje y regalárselo. –el niño de pelo castaño se quejó con un suspiro. —Le prometí que esta vez le regalaría lo que pidiera.

—Yo también se lo prometí. –Leonard concordó, sin apartar la mirada de la pequeña niña que finalmente salió de las sombras para mirar las macetas con flores.

Entonces escuchó que Julliard habló nuevamente:

—Quizá podríamos darle algo parecido, ¿no? No el Bambi del libro, algo como un ciervo, un ciervo bebé. ¿Cómo crees que se ve Bambi?

—¿Bambi?

—Sí.

—Por la forma en la que se describe a Bambi... Debe ser un inocente cervatillo con ojos grandes. Ingenua dentro de un mundo grande y malvado del que no tiene conocimiento. –La vista de Leonard seguía a los movimientos de la niña, que tocaba las flores con su mano, inclinándose para olerlas y dibujando una pequeña sonrisa que le iluminaba su cara y que había tomado al joven por sorpresa. —Y sonríe. –murmuró.

—Los cervatillos no sonríen, Leo. –Julliard soltó una risita suave que no fue escuchada por la niña por el ruido que hacía la lluvia al caer. Julliard se dirigió a Leo, siguiendo la línea de su mirada hasta ver a la niña. —¿Quién es ella?

—Bambi, —respondió Leo. Saltó del tablón de madera hacia el suelo como un gato, y caminó hacia la niña justo para ver cómo observaba una flor.

Julliard rápidamente lo siguió y murmuró:

—¡Espera, Leo! –aunque no lo hizo tan suavemente como había esperado. Su voz sorprendió a la niña, que se giró a verlos, empujando, en el proceso, una de las macetas, que cayó al suelo haciendo un desastre de lodo– Mierda.

—A mi madre no le gusta que nadie toque sus macetas. –indicó Leo mirando primero al suelo y luego a la niña, que parecía estar a punto de llorar por el desorden que había causado.

—Lo siento. –susurró la niña. Su voz era suave y apacible como las campanillas de viento que Leo había escuchado en el mercado, pero que nunca había pedido que le copraran.

—No le diremos a nadie quién lo hizo, —Julliard, que estaba parado detrás de su primo, lo escuchó hablar con la niña. —Pero, a cambio, necesitamos un favor.

Leo esperó que ella contestara, pero no lo hizo.

Julliard se inclinó hacia Leo y susurró:

—No creo que se nos permita regalar personas todavía. Charlotte pidió un animal, no un humano, y no creo que esta niña entienda el concepto de soborno aún.

—Confía en mí, esto es a lo que Charlotte se refería. –entonces, Leo se aclaró la garganta y se dirigió a la niña.

—Te espero en este lugar mañana por la mañana. A las nueve en punto. —y, una vez que ella asintió, él sonrió dándole un golpecito en la cabeza. —Bien.

A la mañana, como se había dicho, Vivian fue al salón de vidrio, donde la esperaban los dos niños. Había vuelto a ese salón porque Martha le dijo que escuchara a los Carmichael sin cuestionar nada. Leo le dio una bofetada a Julliard, que, inconscientemente, había llevado papel para envolver regalos, pensando en envolver a la niña.

—¿Cómo la presentamos, entonces? –preguntó Julliard mientras miraba el reloj. –Conociendo a mi hermana, hace dos horas que debe estar despierta por la emoción.

Leo miró a la niña, que estaba parada en silencio sin decir una palabra. La miró fijo, y luego cogió el listón del suelo y lo cortó. Enrolló el listón rojo por el cuello de la niña, y luego lo ató en un pequeño lazo.

—Esto debería ser suficiente. –estableció el joven Carmichael antes de que los tres se dirigieran a donde estaba Charlotte.

Charlotte se encontraba en la sala de estar con su madre y su tía Renae, que le había traído cajas llenas de ropa y zapatos como obsequio. Emocionada, tomó uno de los regalos que una criada le había alcanzado. Al ser la única vampiresa joven, Charlotte era adorada por su familia y por los criados de la mansión. Al abrir el regalo, observó que se trataba de una taza de té de madera y miró a su madre con los ojos brillantes de alegría.

Lady Renae miró hacia la puerta por el alboroto que hacía, y se preguntó¿qué estarían tramando los niños? Finalmente, la puerta se abrió su sobrino y su hijo entraron a la habitación con alguien pequeño detrás de ellos. Una niña se paró frente a ellos.

—Charlotte, feliz cumpleaños. –Le desearon Julliard y Leo.

Entonces Julliard anunció:

—Aquí está el Bambi que habías pedido. –Lady Renae cubrió su cara mortificada, y su hermana menor, Priscila, palideció al ver lo que los niños habían obsequiado a Charlotte.

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