—HEID-Oh, ¡ahí estás! —exclamó Nora, con una caja en la mano mientras caminaba hacia donde estaba Heidi—. ¿Por qué no me dijiste que estabas aquí? Te estaba buscando por toda la casa —dijo ella mirando a Heidi con sus brillantes ojos azules. Nora había heredado los ojos y el cabello de su madre, sus ojos azules y el pelo rubio que le llegaba hasta las caderas, ahora estaba suelto y abierto. Ella era hermosa, a diferencia de su propia sencillez.
—Lo siento, justo iba a buscarte —se disculpó Heidi al ver a Daniel apoyado en la puerta, mirándolos—. ¿Qué pasa?
—Esto es para ti —sonrió Nora acercando la caja para dársela.
—¿Qué es esto? —preguntó Heidi con curiosidad.
—¡Es un regalo! La tía me dio algunas cosas y pensé en compartirlo contigo, ¿no soy considerada? —rió Nora y luego dijo:—Y, por cierto, ¿podrías preparar la cena de inmediato? Hemos estado muriéndonos de hambre desde que salimos de la casa de la tía Gertrude. Ya sabes cómo padre no se detiene en ningún punto intermedio y prefiere comer en casa que en algún lugar fuera.
—La cena ya está lista en la cocina, Nora. ¿Por qué no te adelantas y empiezas a colocar la comida? Estaré allí en dos minutos —sugirió al ver a Nora morderse el labio.
—Ah, verás. Tengo que probarme un vestido y ver si es necesario enviarlo al sastre —respondió Nora y cuando Heidi abrió la boca para hablar, escuchó a Daniel hablar:
—Tenemos que asistir a un baile la próxima semana y es importante que Nora se arregle el vestido porque estamos buscando pretendientes. Estoy seguro de que puedes ayudarla.
Heidi no se perdió la pequeña sonrisa que apareció en los labios de Nora antes de que desapareciera. Después de que su madre falleciera, Daniel fue quien llevó a cabo sus castigos. Todavía podía sentir el tacto del cueros en su piel, poniéndola rígida y congelándola en el sitio. Los hermanos y ella no se llevaban bien, y siempre ponían al otro en una situación problemática. Una vez, Nora rompió un jarrón para culpar a Heidi. La misma noche, Heidi había recogido una cucaracha de su patio trasero para aplastarla y mezclarla con la comida de Nora.
—¡Bien entonces! —exclamó Nora y le dio la espalda después de verla asentir con la cabeza ante las palabras de Daniel. Heidi vio a Daniel decir algo que hizo reír Nora mientras entraban a casa.
Cuando llegó por primera vez a la casa, estaba feliz, contenta de tener una familia como las demás que había visto en las calles. Un lugar al que poder llamar hogar. Cuando Raymond Curtis la había presentado a la familia, su felicidad no tuvo límites después de ver a los dos niños. La muerte de su madre cambió muchas cosas, tanto su actitud como las marcadas diferencias entre ellos.
Recordando la caja en su mano, abrió la tapa para encontrar un vestido allí. Curiosa, lo sacó para ver el hermoso vestido.
—Me sorprende ver que la Srta. Nora le dé algo de valor —escuchó a Howard por detrás. Por lo general, era un hombre tranquilo con la familia Curtis, pero era con Heidi con quien eran sinceras sus palabras.
—También estoy sorprendida —respondió Heidi mirando fijamente el vestido para notar la parte rota en la parte inferior. No es de extrañar, pensó para sí misma. Nora era demasiado egoísta para compartir algo con ella y, si lo hacía, significaba que algo estaba mal. El vestido se podía reparar y, por lo tanto, sin una palabra, lo volvió a colocar en la caja.
—¿Por qué no te vas de la casa? —preguntó Howard con el ceño fruncido.
—Los Curtis tienen mi gratitud, por haberme recibido cuando no tenía techo. Una niña que estaba vestida andrajosamente y andaba descalza, sin identidad alguna. A veces, la gratitud es demasiado pesada para soportar y se necesita tiempo para pagarla.
—Creo que has pagado tu deuda lo suficiente a la difunta señora por estar a su lado.
—Tal vez. Tal vez solo me aferro a los preciosos recuerdos que dejó la dama —dijo Heidi. Sabía que el amor que Helen Curtis había compartido con ella era algo que no tenía precio y no necesitaba reembolso, pero una parte de ella se sentía endeudada.
—Se ha convertido en una buena dama, señorita Heidi —lo escuchó decir cuando comenzó a caminar hacia la puerta trasera de la casa y se dio la vuelta.
—¡Creo que todavía tengo un largo camino por recorrer para eso!
—No es el status lo que convierte a una en una dama, sino la manera en que te comportas y cómo tratas a los demás —Heidi sonrió ante sus palabras.
—Siempre has sido demasiado amable con tus palabras, Howard —dijo Heidi, y con eso, entró.
La semana siguiente, como Daniel había dicho, su padre y sus hermanos se fueron a la ciudad capital de Woville para asistir a un baile para que Nora pudiera conseguirseun soltero elegible.
Muchas cartas de pretendientes llegaron a sus casas, pero ella las rechazó todas; tal como lo veía Heidi, Nora estaba tratando de apuntar al Señor del norte, ya que no importaba quién se presentara delante de ella, ella les apartaba la cara como si no fueran más que suciedad.
Heidi hizo su trabajo sin prisa, ya que tenía que cocinar la cena solo para ella esta noche. Decidida a recoger los comestibles, ella salió. Por la noche, las nubes eran oscuras y pesadas, el tiempo ya se había oscurecido cuando la lluvia caía sobre los techos de las casas y el suelo duro. Los árboles se sacudían mientras llovía, dejando que las gotas de agua cayeran dejando un rastro. Había pasado algún tiempo desde que la gente de Woville había visto una lluvia tan intensa en el imperio del norte.
La mayoría de los hombres y mujeres que habían estado caminando por las calles y hablando tranquilamente ya habían vuelto a sus hogares una vez que comenzó a llover. Algunos corrieron a refugiarse, parados debajo de los edificios que de todos modos los empaparon. Heidi era una de las personas que estaban bajo la lluvia, sus pasos salpicando uno tras otro, en el suelo lluvioso mientras corría hacia su casa.
Cuando Heidi hubo terminado de comprar comestibles y solo le había dado tiempo de cambiar el dinero con el comerciante en el mercado local, no había esperado que empezaría a llover, especialmente porque el cielo estaba despejado y soleado cuando había salido de la casa. Su ropa seca, ahora estaba empapada, el vestido se pegaba a su cuerpo mientras corría cubriendo las verduras en sus brazos.
En su camino, vio a unos pocos hombres de pie bajo el techo apenas presente y decidió no esperar a que la lluvia se detuviera, girando a la izquierda y atravesando el oscuro y desierto callejón. Era un callejón que conectaba la residencia de los humanos y la de las criaturas oscuras que ella rara vez usaba y no habría elegido si no fuera la ruta más corta a su casa.
Mientras tomaba otro giro, se detuvo en seco para darse cuenta de que ya había pasado corriendo por este lugar. Desafortunadamente, habían pasado varios meses desde la última vez que había venido a estas calles oscuras y el camino que conocía había estado cerrada por algún tiempo.
Pensando que era mejor volver por donde había venido, esta vez caminó con cuidado para ver cómo salía sin perderse en la oscuridad. Justo cuando estaba volviendo sobre sus pasos, repentinamente sintió que se estrellaba y tiraba contra un cuerpo firme y musculoso hacia la pared más cercana. Al mismo tiempo, escuchó pasos de personas que se dirigían hacia ellos como si estuvieran persiguiendo a alguien.
Alarmada por quien la había atrapado, empezó a gritar pidiendo ayuda para encontrarse con una mano que le cubría la boca para evitar que hiciera ningún ruido. Luchó por escapar, pero ésta persona era demasiado fuerte, como un vampiro, ya que no se movió ni una pulgada. Al pensar en un vampiro, más alarmas comenzaron a sonar en su cabeza, y como si sintiera su miedo, el hombre se inclinó para susurrar:
—Quédate quieta y no te haré daño..
Su voz era suave como el aire mismo.