3 t r e s

Pobre querubín, destrozado por dentro después de contemplar tal escena frente a sus luceros.

Justo antes de llegar al paraíso, decidió que eso no era lo que quería su padre, debería hacer caso y ayudar a quien necesite de el más de lo que Louis necesitara de alguien.

Ahora se encontraba a un lado del lago, justo debajo de la sombra de un gran roble, sabía que tenía una encomienda pero solo necesitaba meditar un rato, pensar en lo que debía de hacer para impedir que pasara de nuevo, en que tipos de problemas tenia que enfocarse, o en que hacer para no volver a toparse a esa criatura malévola.

Y todo en un abrir y cerrar de ojos tomó sentido. Fue una ráfaga de respuestas como milagro, debía aceptar qué tal vez recibió ayuda del más arriba.

Se levantó y decidió empezar a volar sobre lugares un poco más solos, en busca de gente que en esos momentos ocupara de su servicio por las mismas razones de la zona desagradable donde se encontraban.

En eso, observó dos personas gritando cara a cara y decidió descender para enterarse si se trataba de una discusión o no.

—Dame todo lo que tengas ¡No lo volveré a repetir! —dijo un hombre mientras empujaba al joven delante de él.

—Solo puedo darte lo que tengo en mis bolsillos. ¡No trabajo entienda no tengo más dinero! —dijo el más joven para sacar de sus bolsillos unos cuantos billetes, monedas, su celular y hasta una goma de mascar.

—Eso no pagará mis deudas muchacho, entonces creo que unos cuantos billetes serán lo que valdrá tu existencia. —dijo para tomar su arma y apuntarle a la cabeza desde del lugar donde estaba parado.

El Ángel rápidamente se interpuso en su camino y con un chasquido paró el tiempo.

La bala justo delante de sus celestes, el Ángel se quitó de enfrente, tomó la munición y la puso dentro de la mano del delincuente, tomó las pertenencias del más joven y lo cargó en sus brazos para así llevárselo al parque más cercano y dejarlo allí con cada una de sus pertenencias junto a él.

Y entonces volvió a unir las yemas de sus dedos y realizó un nuevo chasquido, esta vez volvió a correr el tiempo.

El joven gritó y puso sus manos en la cara, tratando de cubrirse de lo que ya había observado antes, obteniendo caras extrañadas de la multitud cercas de él.

Mientras tanto el hombre quedó anonadado, no había nadie al frente de él, su mano estaba en puño sin recordar que la tuviese así, la abrió y se dio cuenta de que estaba sosteniendo una munición intacta, tiró la pistola y se dispuso a marcharse, pensó que estaba loco.

El querubín finalmente satisfecho voló con rumbo a su destino, el cielo.

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