1 Mini Introducción.

Recientemente, una nueva cafetería abrió cerca del Parque Central. Se hizo bastante famosa gracias a que, en la escuela, el rumor se había pasado de persona a persona. Los días de la semana siempre hay una cola gigantesca, ya que las personas que tienen que ir a la escuela y las personas que van al trabajo compran un café para llevar. La conocida cafetería se llama; Grumpy coffee.

Ya se nos hizo habitual, a Beverly y a mí, ir los Sábados y los Domingos -y si nos la arreglamos con la escuela, algún día intermedio-. Siempre pido un capuchino y Beverly un café expreso con algo de crema. Y si alguna cambia el menú, la contraria ya sabe que algo anda mal. Si yo pido un batido de chocolate con hielo, un copito de crema y una oreo encima, me encuentro amargada. Con la necesidad de algo para endulzarme.

Nos encontrábamos sentadas, una frente a la otra, en la segunda mesa que se encuentra a un lado de la ventana. Beverly me contaba algo sobre un poema que había recibido esta mañana en el correo. "Tu pelo es fuego de invierno, rescoldo de enero, allí arde también mi corazón." Era tierno, sí. Aunque el chico que Beverly creía el propietario del poema, no me parecía un chico al que le gustara escribir poesía en sus ratos libres.

Bill Denbrough era el hijo de Sharon y Zack Denbrough. Al parecer, recientemente perdió a su hermano pequeño, Georgie Denbrough. Quien salio a jugar con un barco de papel bajo la lluvia, y jamas volvió a casa. Todavía nadie pudo encontrar ni un solo rastro del pequeño. Era evidente que estaba más muerto que el gato que nos encontramos, de camino a la cafetería, en una zanja. Solo digo.

—¿Maggie, me escuchas? —pregunto enojada, me había hablado durante minutos, y yo no le preste ni una pizca de mi atención. Negué con la cabeza mientras miraba a la nada y tomaba un sorbo de mi delicioso y "nutritivo" batido de chocolate. —¿Sabes que? Ya no importa. Cuéntame un poco sobre ti. ¿Qué dices? —subí y baje mis hombros con desinterés, absorbiendo el líquido que había quedado en el popote.

—Bueno, no lo sé. Últimamente estuve metida en un montón de pensamientos negativos y confusos. Simplemente no comprendo por qué, pero, no puedo tomar una decisión sobre un tema complicado. Ahora mismo tengo un patatús en mi cabeza, lamento no haberte escuchado.—confesé mirando a Beverly a los ojos. Esos ojos regalaban magia, su hermoso color verde esmeralda era totalmente encantador. Ya entiendo por qué le escriben poemas.

—Bueno, ¿puedo darte mi opinión? —pregunto. — Yo digo que tienes que quedarte con el que te trate mejor. Aunque, no los conozco, ¿podrías contarme un poco sobre ellos? Tal vez podría ayudarte. —dijo. Pues claro, no sabía de que chicos estaba hablando. A uno lo conocía y a otro simplemente lo consideraba un completo desconocido que vive en el mismo edificio, en el departamento que está justo debajo de nuestro piso.

—Por dónde comienzo... Uno es dulce y tierno conmigo. Me trata como su dama. Conoce todos mis gustos y preferencias. Nunca me ha hecho daño sentimental o físicamente, ni nunca lo haría. —mientras hablaba, Beverly escuchaba y asentía. —Y otro es... un psicópata innato y un bravucón por experiencia. Le gusta hacer cosas perturbadoras con las mascotas de sus vecinos, cosas que, algunas veces, me parecen un poco excitantes.

—¿Qué clase de cosas? —pregunto inocentemente. —¿Los viola? He escuchado el rumor de que, a Peter Gordon, le gusta abusar de su perro cuando su mamá se va a trabajar. —una mueca de asco se formó en su rostro. Yo solo solté una carcajada, ¿De dónde había sacado esa idea tan cercana a la realidad?

—No, no, no. Eso no. —Beverly soltó un suspiro de alivio. —Los tortura, los tortura de maneras violentas y despiadadas. —dije como si nada, había visto y dicho cosas peores a eso. Pero Beverly, al parecer, no estaba preparada para escuchar eso. Es demasiado amante de las mascotas. Su animal favorito es el perro, la especie que Patrick más ama torturar, encerrándolos en su nevera.

—¡Eso es horrible, Maggie! —dijo haciéndose la Ofendida. —Tienes que dejarlo, ¡ahora mismo! —grito de brazos cruzados. Al parecer no le parecía conveniente que salga con un asesino de mascotas inocentes. Aunque lo importante es que me gustara a mí.

—¡Por favor, Bev! Este es el mundo real, y en el mundo real no todo se trata de rosas, perritos y gatitos. Tienes que aceptarlo. —no me importaba cuanto Bev se quejara de mi relación con el peli-negro, siempre estaría con él. Aunque todavía no decido con quien quedarme, ¿Luke o Patrick? Ambos eran únicos en su especie. Además, no creo que nadie más sea capaz de amarme o hacer que me enamore de él. O tal vez puede ser ella.

—Maggie, no soy una niña. Conozco bien el mundo real. Voy a una escuela en dónde me llaman de maneras desgarradoras que logran lastimarme. De vez en cuando, un grupo de chicas insoportables, me tiran al charco de barro que se encuentra frente a la escuela. Mi vida no es un mundo de color rosa. —la mirada de Bev se encontraba en el suelo, se sentía lastimada y avergonzada.

—Y no volverá a pasar mientras este aquí. Cada vez que te digan o te hagan algo que te lastime, dímelo a mí, y yo me encargaré de matar al que lo hizo. —dije colocando mi mano sobre la fría y suave mano de Bevy. —Lo que quiero decir es que; si me gusta, me gusta, y no puedo luchar contra lo que siento. Es más intento cambiarlo. Y sé que costara, pero tal vez lo logre.

—¡Por favor, Mag!. Las personas NO cambian. Puedes quitar del ataúd al vampiro pero no puedes quitarle al vampiro el ataúd. —su comentario no tenía sentido alguno. —Solo escucha lo que te digo. Es más probable que te lastime a que cambie. Y si te lastima, lo ahorcaré hasta que su rostro se vuelva violeta.

—Bien. —mentí mientras cruzaba los dedos debajo de la mesa.

Beverly tenía razón, pero de todas maneras seguiría con Patrick. Cuando me dicen que no puedo hacer algo, me dan m��s ganas de hacerlo. Soy así, terca. Nunca aceptaría que Bevy tiene razón por que mi ego es demasiado grande como para hacerlo. Además, me gustan mucho los chicos malos que cometen travesuras en sus ratos libres.

Patrick me comprende, siempre me ayuda a callar las voces que escucho en mi cabeza que tanto me molestan. Es el único que me entiende en ese tema tan complicado para mí. Y eso, no es algo que pasa tan seguido. Cuando intento callar las voces, todos creen que estoy demente.

—Gracias, ahora, ¿podemos hablar sobre otra cosa?

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