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Trouble

Debo confesar que no tuve una muy buena idea de haberme quemado la cara. Cada vez que salía a la calle, me señalaban como si fuera Frankestein.

Eso no era el efecto que yo deseaba buscar, pero bueno. Qué se le iba a hacer. Algunas veces los pensamientos más prometedores que tengamos pueden volverse en nuestra contra. Por no decir que el tiro me salió por la culata.

Sucedió que cierto día, al caminar por la calle un poco alejada de casa, no me había dado cuenta que ya era demasiado tarde. Me dispuse a volver al pequeño pero acogedor apartamento que alquile, cuando la policía me detuvo.

Me pidieron que los acompañará y no quise llamar más la atención, por la cual decidí ir con ellos hasta la comisaría.

Ahí es cuando empezaron a interrogarme por mi aspecto. En ningún momento me había sacado la capucha de mi saco.

Al parecer por mis ropas creyeron que yo era la culpable de un par de incendios que estaban sucediendo por la zona.

Eran un par de estúpidos.

Obviamente no se los dije, pero en mi cabeza ya los había matado como unas setenta veces.

Cuando creí que estaban haciéndome perder el tiempo. Resople:

-- No soy la persona que buscaban-- y me baje la capucha, mostrando la quemadura.

Se sintieron asqueados.

Me soltaron inmediatamente.

Caminé un poco y ví al culpable. Crucé la calle.

Lo empuje contra la pared y lo besé. Le pase la lengua por la línea de sus dientes y una de mis manos sujetaba las suyas. Con la otra, tocaba y frotaba su miembro, que respondía con la misma ansía de mi manoseada.

Luego todo cambio, le clave en su genitales, el cuchillo que había sacado del dobladillo del pantalón.

Se lo saqué y dejé que se desangrara.

Vi por el rabillo del ojo que se caía y gritaba ayuda.

Esta ciudad ya no me servía de escondite.

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